||16|| Y el padre, era Christopher Dumont.

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Luz...

Cámara...

Acción...


Días antes de la boda.

Daphne Bennett.

Aparté de mi rostro en mechón de cabello que comenzaba a estorbarme. Sonreí al camarero que dejó una copa en mi mesa con la botella a un lado. Hizo una leve reverencia para después retirarse. Bebí hasta acabar con el líquido que llenaba la copa y la bajé hasta la mesa. Los ojos de él venían hasta mi, como dagas apunto de estallar. La tensión en sus brazos y la frialdad en su mirada, me hizo deducir al instante lo importante que he llegado a ser para él en estos meses. La distancia que puse de por medio entre ambos solo da a relucir que tanto le ha afectado.

Ahora entiendo que, hasta un criminal puede tener su debilidad.

—¿Qué ha pasado? No me has llamado y no contentas a mis mensajes.

Dirigí mi vista y mano a la botella para servir en la copa. Tomé un leve trago para después mirar cara a cara a Federico. Seguía cada uno de mis movimientos, sin despegar su vista de mi.

—He ido a verte al bufete de abogados y nadie me ha dado ninguna información sobre ti.

Pasé la mano por mi rubio cabello hasta dejarlo del otro lado, aterricé mi mano en mi mejilla donde apoyé mi mentón y suspiré.

—Enserio estás desesperado, ¿no?

Su mirada de sorpresa e ignorancia por mi actitud tan fría y tajante lo dejó mudo.

—Tú, —pausó unos segundos—jamás me hablaste así.

Sonreí con burla.

—Estás aquí, no porque lo desee, —aclaré—solo sigo órdenes.

Sus cejas se comprimieron.

—Explícate—demandó con ambas manos hechas puño—¡Ahora!

—¡Basta de idioteces!—me alcé en mi asiento, tiré la copa con el vino a su rostro y traje. Con ambas manos en la mesa me incliné hasta él—¿Piensas escucharme? Oh, será de otra manera en la que hablaremos.

No respondió.

—Te diré un nombre que seguramente recordarás.—volví a sentarme en mi lugar—puede que ya han pasado muchos años pero creo que la reconocerías donde fuera.

—Ah, estás aquí por una de mis amantes, Daphne.

Tomé de la silla donde colgaba mi bolso. Saqué la fotografía de hacer cinco años, la coloqué en la mesa y la giré hasta él. Quedó perplejo al visualizar con claridad la imagen de la rubia chica de dieciséis años.

—¿Qué tienes que ver con ella? Igual, si la buscas, es tarde,—se levantó de su lugar para después caminar unos cortos pasos lejos de ahí—está muerta.

Me levanté de la silla y me mantuve quieta desde donde estaba.

—¡Federico, espera! —Lo llamé y se mantuvo quieto—No fue casualidad que nos conociéramos, todo esto tiene que ver con ella.

Su cuerpo lentamente comenzó a girar hasta mi, con una expresión pasmada y lágrimas que comenzaron a expandirse en su rostro.

—¿Cómo? —salió de sus labios en un tono bajo—No, no es así. —se apresuró a caminar hasta mi y tomar mis hombros—¡Dime qué no! —rogó— Eres una mentirosa.

M U Ñ E C ADonde viven las historias. Descúbrelo ahora