29. ¿Por qué razón? Ya nada tiene sentido.

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¡Concurso navideño, si quieren participar lean la nota de abajo!

Dedicado a: @narcisista_s

Luz...

Cámara...

Acción...

—Laura.

Escuché a lo lejos que me llamaban, sentía la molesta luz del sol en mis parpados. Al abrir mis ojos me encontré con Federico, lucía terrible, era notorio por sus ojeras que no tuvo buena noche. Me sentía culpable de esto.

—¿Qué paso?—Llevé mi mano a mi cabeza en forma de caricia—¿Por qué estoy conectada a estos cables?

Su semblante cambio a frío—El doctor lo vio necesario, estabas muy débil. Necesitabas un poco de suero, esperé que despertaras para que asi comierás algo.

Negué—no tengo hambre.

Bufo—Deja de actuar como una niña, los examenes se harán hoy para así irnos, los enviaran luego a casa.

—De acuerdo.

Un toqué a la puerta nos interrumpió— Disculpen.

—¿Qué haces aquí?—noté el enojo de Federico al ver al oficial Harper.

Él entró y cerró la puerta—Llamé a la mansión Dumont y uno de los empleados me dijo que estabas aquí, me preocupé por ti.

Sonreí—No debiste tomarte tantas molestias, estoy bien.

Federico gruñó—De ser así no estuvieras aquí.

Bajé mi mirada dándole la razón—He tenido compromisos con el horfanato.

—No por esa razón dejarás de cuidar de ti.—Protestó Federico.

—Sé que hice mal, pero entiendeme tengo un gran compromiso.

—No te justifiques con eso,—giré mi mirada a Bernard—por más trabajo o problemas que tengas, no puedes dejar de pensar en ti.

Acaso, ¿Ambos se pusieron de acuerdo?

—Les prometo que no velvera a repetirse.

El teléfono de Federico comenzó a sonar—Con permiso—salió de la habitación.

Bernard se acercó a mi y se sentó en la silla que esta al lado de la cama—¿Me dirás si has pensado en lo que hablamos?

—No lo he heho, —me sincere—no creo contar con la fuerza necesaria para enfrentar al Sr. Dumont.

—Eso dices ahora, pero llegará el día en el que,—

Me adelanté antes de que prosiguiera—No—lo miré directo a los ojos—ya no hay nada por que luchar, el Sr. Dumont ya acabó con lo poco que tenía. Esto me da una lección—sonreí amargamente—núnca seré feliz.

Renegó ante mis palabras—No digas idioteces, todos merecemos ser felices.

—Aquí el que dice idioteces eres tú—lo señalé con el dedo índice—¿Qué no entiendes? Ya mi vida esta sentenciada al dolor. Esto es solo un recordatorio de que debo continuar con el martirio que me toca cargar el resto de mi miserable vida.

—¡No digas eso, no más!—Gritó someramente.

—Tal vez tú madre pudo, pero no soy ella. Me educaron para esto, seguir al lado de mi esposo. Apesar de todo lo que pase.

—¡Por Dios!—Exclamó—¿Qué no te das cuenta que él te continúa dañando? ¿¡Hasta dónde llegará, dime!?

Las lágrimas hicieron presencia en mi rostro—No lo sé.

M U Ñ E C ADonde viven las historias. Descúbrelo ahora