1: "𝑺𝒆𝒏̃𝒐𝒓𝒂 𝒅𝒆"

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Las yemas de sus dedos recorrían sus finos rasgos repleta de nostalgia, había tanta sabiduría en ellos y no porque fuera la más experta en cuestiones de mundo ni en ninguno en lo absoluto, pero si había sido muy sabia al respetarse a sí misma y no...

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Las yemas de sus dedos recorrían sus finos rasgos repleta de nostalgia, había tanta sabiduría en ellos y no porque fuera la más experta en cuestiones de mundo ni en ninguno en lo absoluto, pero si había sido muy sabia al respetarse a sí misma y no caer en la desesperación en la que te expone las marcas que iban dejando el paso del tiempo. Todavía oía la voz de su mejor amiga diciendo: "Existen los cirujanos plásticos, Victoria" "Deberías abrir la mente, Victoria" "Te ves muy tranquila, ¿no te da terror la idea de cumplir cincuenta años?". Sonrió al recordarla con todo y sus expresiones. No, no era sabiduría de lo que se colmaba, sino de paciencia y debía de tener mucha para soportar a un personaje como lo era su amiga.

Claro que tenía terror, ya se veía muy adulta, entonces llegaban esas preguntas tales como: "¿Cuando se fue tan de prisa el tiempo?" Mientras se recorría las pequeñas marcas de expresión quienes lentamente parecían tomar más y más vida, intentantaba no deprimirse ante la imagen que le regalaba el espejo. Ya no eran veinte, ni treinta, no eran cuarenta por Dios... ¿Qué demonios había hecho con su juventud? Victoria de veinte años se habría horrorizado tanto de la idea de perderse en la frivolidad vacía en la que se esconde su monotonía actual, no, ese no era el futuro con el que había soñado, pero sí era el que ella misma había elegido, no podía echarse para atrás ni aunque quisiera.

"¿En qué estaba pensando cuando dije que sí?" Divagó entonces. Que sí al matrimonio, que sí a la maternidad, que sí a brindar su tiempo para todo y para todos, "para lo que se ofrezca" había dicho él, cuando le indicó que era mejor que abandonara la universidad, luego de descubrir la llegada de Paula, su primera hija. Para lo que se le ofreciera a todos menos a ella, claro estaba. "Autocompadecerte es tu deporte favorito, Victoria" se regañó a sí misma y terminó por desmaquillarse por completo. ¿Que más daba? Ni modo de echar el tiempo para atrás y retroceder, porque definitivamente ya no era una opción. "La vida se había pasado y punto, Victoria." Acabó con su debate interno, mientras se deslizaba por la habitación.

Una vez estuvo junto a la cama, dejó caer la bata y se recostó para meterse entre las tapas. Ya estaba arropada allí, cuando miró a su imponente esposo quien leía un libro con mucha atención. Se veía tan atractivo con los lentes puestos y su expresión de concentración máxima, él no necesitaba cubrir las arruguitas con maquillaje, ni necesitaba profundizar el verde de sus ojos con maquillaje, él se veía bien a todas horas, vaya que fortuna. Aún conservaba ese aire misterioso que le había llamado tanto la atención cuando le conoció en la universidad. Cielos, estaba muy nostálgica aquel día...

—¿Qué lees? —Preguntó ella mientras iba liberando el cabello del prendedor con el que lo mantenía en perfecto orden.

—Una historia de terror que me regalaron —Respondió con un tono de voz poco acentuado, signo de su concentración desmedida.

—Tus favoritos... ¿Quien te hizo el regalo? —Preguntó curiosa, mientras observaba como, "sin intención", había pronunciado demasiado su escote junto a él.

𝑨𝒑𝒓𝒆𝒏𝒅𝒊𝒛⊰ [ParejaTekila]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora