Capítulo 30

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Las fechas decembrinas siempre me emocionaron cuando vivía en Milán por lo que significaba: fiestas y más fiestas. No teníamos tiempo de descansar, celebrábamos siempre, con gente del trabajo, amigos y los padres de Niccolò. En esta ocasión, no sabía cómo iba a ser mi diciembre, lo único que tenía en mente es que si tenía a Pablo a mi lado, todo iba a estar bien. Y así fue.

¡Vaya días que hemos tenido! La fiesta de fin de año de la revista fue una completa locura, tanto que Damaris terminó con un esguince de tobillo cuando se cayó al estar bailando sobre la mesa. Solo quería enseñarnos lo que ha aprendido en sus clases de twerk y supongo que la canción de Bad Bunny fue demasiado para ella. Al menos Pablo y yo salimos ilesos, con resaca al día siguiente, pero ilesos. Navidad, esa la pasamos en casa de mi madre, fue la primera vez en muchos años que me senté en esa mesa a degustar su clásico pavo con ese relleno al que siempre le quito las pasas.

También fue la primera vez que conoció a Pablo, él no quiso ir a casa de sus padres, aún no se siente del todo bienvenido en el que fue su hogar por muchos años, así que prefirió venir conmigo. Se comió mis pasas y cantó canciones de iglesia al momento de que mi madre decidió arrullar a su niño Dios de yeso que tiene desde hace veinticinco años, mientras yo prendía las luces de bengala. Nunca me imaginé que Pablo se supiera tantas canciones de iglesia, quizás con eso compró a mi mamá. Si tan solo la señora Gabriela Urtaza supiera que Pablo canta a todo pulmón esa canción de las Ultrasónicas que se llama «Vente en mi boca» en Soberbia ya no lo querría tanto.

Esa noche, mientras Pablo preparaba piñas coladas en la cocina de mi madre, tomé el celular y quise escribirle a Jonathan después de haber recibido el mensaje de Melanie. Sin embargo, me di cuenta de que no me aparecía más su foto de perfil en WhatsApp ni su última conexión, probablemente ha eliminado mi número y no puedo culparlo, fui yo la que le dije que necesitábamos distanciarnos. Y fui yo la que le dije a Pablo que le echara más ron a sus piñas coladas esa noche, una mala idea porque mi mamá terminó dormida sobre la mesa y ni Pablo ni yo pudimos subirla a su habitación.

Para el 26 de diciembre llegó temprano un paquete al departamento. Una entrega especial de DHL que mandaron desde San Antonio, me senté en la cama con las piernas doblemente cruzadas y al abrir la caja me di cuenta de que Melanie me mandó una bufanda hecha a mano por ella y una tarjeta.

«Merry x-mas Greta! Te extraño muchísimo, no sabes cuántas ganas tengo de verte otra vez y bailar contigo canciones italianas que no entiendo ni un poco. Ojalá puedas venir a verme otra vez, hay tantas cosas que quiero hacer contigo, Bowlero no es lo mismo sin ti. Por cierto, el vestido que me mandaste me encantó, te mando también una polaroid que me tomé cuando llegó. Espero que te encante la bufanda, no forma parte de alguna colección de Jacquemus, pero es una Melanie Farah original, la hice especialmente para ti. Con amor, Mel».

Fue el mejor regalo. La polaroid la puse en la esquina superior izquierda del espejo del tocador, aunque no duró mucho ahí, dado que Pablo no perdió la oportunidad de entrar para ver de qué se trataba el paquete cuya llegada lo despertó. Apenas le expliqué, tomó la instantánea para mirarla.

—Ayy qué bonita, ¿te hizo la bufanda a mano entonces?

—Sí. Y fue el mejor regalo de navidad que he recibido en la vida.

—¿Más que esa chanel que te llegó entre tus cosas desde Milán? —Cuestiona con cierto asombro.

—Definitivamente. Hablando de las cosas que me mandó Niccolò desde Milán, tomé una decisión y... Creo que si vendo algunas, podemos comprar un auto como decías.

—Era mame cuando lo dije.

—¿Por qué no lo intentamos? Separaré todo lo que podamos vender. —Le digo, guiñándole el ojo—. Por ahora, le hablaré a Melanie por FaceTime para agradecerle por la bufanda. ¿Podrías dejarme sola un rato?

Un Pequeño SecretoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora