Después de tantos días bonitos, volvió lo que solía ser decadente: la tristeza que te marcaba cada paso, que te seguía como una sombra. Mi pensamiento seguía igual que siempre; no siempre la vida era lo mejor que podía pasar. A veces, todos suplicábamos por morir o simplemente disfrutábamos una tarde juntos, ya fuera trabajando o hablando. Las cosas no eran lindas, y mucho menos disfrutaba vivir esa rutina que se había vuelto costumbre. Pero al menos había días bonitos en los que podía disfrutar.
Muchas noches pasaban volando, y en ocasiones me cansaba de la misma rutina diaria. Me aburría o me deprimía en instantes, intentando no pensar demasiado, ya que casi siempre terminaba sin ánimos, al punto de solo querer quedarme en mi cama. Los recuerdos con mis familiares me atormentaban cada día, y la poca fuerza para levantarme de la cama también. Deseaba tanto poder estar con ellos.
Aún era muy pequeña, tenía once años, y el tiempo pasaba volando. Luis mantenía el control de los meses gracias a un calendario que había conseguido en una expedición. Me contó que pasó mucho tiempo intentando coordinar cómo realmente pasaba el tiempo, aunque nunca logró saber qué día era exactamente, pero sí sabía más o menos en qué fecha estábamos. Al notar mi curiosidad sobre eso, me regaló el calendario que había encontrado en un antiguo restaurante, y todos los días que me despertaba, marcaba con un punto el día que se suponía que era. Era una buena manera de distraerme de todo lo que sucedía.
Por otro lado, el cachorro ya estaba bastante grande, y lo llevábamos más a nuestras expediciones, aunque no siempre era lo más conveniente. A veces, se alejaba de todos y yo pasaba la tarde al tanto de lo que hacía, o simplemente se acostaba en cualquier parte, sin importarle que lo llamáramos. Esto generaba situaciones incómodas y estresantes para mí y para los chicos, pero los adultos decían que el perrito tenía que acostumbrarse a las salidas, que con el tiempo empezaría a comportarse como debía. Supuse que tenían razón, ya que nadie sabe qué hacer al principio con algo nuevo, aunque no estaba segura de si eso se aplicaba a los animales también.
Una vez, estábamos jugando como si peleáramos, y el cachorro, siendo tan brusco, me rasguñó varias partes del cuerpo, dejándome algunas cicatrices. A mí no me importaba mucho, lo empujaba o él saltaba encima de mí mientras me mordía jugando. En un momento, se alejó para agarrar un palo que había en la habitación y no me dejaba tocarlo, corriendo de un lado a otro. Se subía a la cama y saltaba hasta que, en un momento, tiró mi mochila del escritorio. Intentaba seguir jugando, pero tuve que detenerlo, ya que tenía que ordenar todo lo que había caído. Metí todas las cosas en la mochila y la levanté del suelo. Debajo, encontré mi walkie-talkie. Lo miré por unos segundos y me pregunté qué hacer. Se suponía que ese artefacto ya no estaba en mis manos desde hacía tiempo, ya que Luis lo había descubierto y me lo había quitado de inmediato. Miré hacia la puerta mientras lo levantaba, lo encendí y, al intentar apretar el botón para hablar, escuché a Brahim buscándome. En ese instante, apagué el walkie-talkie y lo metí en la mochila. Brahim, al entrar y verme hacer ese movimiento tan brusco, se percató de que algo estaba pasando.
—¿Qué pasó? —dijo, arqueando la ceja, que por alguna extraña razón estaba cortada.
—Nada, estaba jugando con él. —Miré al cachorro y luego coloqué la mochila contra la pared—. Y tiró la mochila.
—¿Ya juntaste todo? —Se acercó hasta estar al lado mío, manteniendo el contacto visual—. Puedo ayudarte.
—Eh... N-no. —Esa situación me puso extremadamente nerviosa, pero tenía que mantener la calma—. ¿Qué te pasó en la ceja?
—Un problema, nada importante. —Bajó la mirada para ver al cachorro y luego se agachó—. Se escuchaba a ambos por todo el patio. —Rió.
—Dime, ¿qué problema? —Volvió a mirarme, pero esta vez lo hizo con seriedad—. ¿Puedes dejar de hacerte el misterioso?
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Will All This End? Parte I
Science FictionOcho años. Apenas contaba con ocho años cuando mis ojos inocentes se encontraron por primera vez con la sombra de la muerte. A los once, fui testigo de cómo mis acciones desencadenaron ese oscuro e inevitable encuentro. Desde ese fatídico día, la mu...