📿D A R K N E S S 📿 Vol.I ||YM||

7📿

La mañana en definitiva no estaba comenzando bien para Jimin. A eso de las cuatro de la mañana había recibido una llamada. Una familia necesitaba de sus servicios y si, quizás esa palabra pudiese mal interpretarse, pero vamos ¿es que todo debe girar en torno a las cosas de doble sentido? ¡Mentes sucias, vayan a leer la biblia y a pedir perdón por ser así!

El pobre se vistió tan rápido como su adormecida mente se lo permitió, y se encaminó hacia el lugar indicado como si fuese corredor de fórmula uno, solo que en motocicleta. El cielo aun estaba oscuro y su única compañía a esas horas fueron las farolas que iluminaban las pocas concurridas calles y los paisajes borrosos que se asomaban por su vista periférica.

Había momentos, como ese, que se lamentaba profundamente hacer su trabajo extra a cualquier hora, aunque era de esperarse, no es como si lo que sea que aquejaba a su clientela lo hiciera en un horario comercial de ocho a doce por las mañanas y de cuatro a ocho por la tarde noche.

¿Estaba mal reírse por lo estúpido de su pensamiento? Él creía que sí, pero de todas formas lo hacía porque eran las jodidas cuatro de la mañana, tenía sueño y necesitaba algo que comenzara a hacer funcionar su cerebro aun dormido, adelante, demándenlo por eso.

Detenido en un semáforo, Jimin corroboró la dirección en su teléfono una vez más.

Al llegar, observó la casa que se alzaba frente a él, vagamente le recordaba a esas que solía ver con bastante frecuencia en los programas de casos paranormales. Grande, antigua y con un halo de negatividad y oscuridad absoluta. El aire abandonó sus pulmones en repetidos suspiros de completa resignación a medida que subía por los viejos escalones de madera y sacaba la llave de sus bolsillos.

La familia que habitaba allí estaba tan aterrorizada que sus integrantes habían decidido por unanimidad esperar por él en la vereda. Preferiblemente a metros de distancia, en la seguridad que la calle desierta podía ofrecerles a esas horas, y una vez que le entregaron la llave, tuvieron la orden expresa de no asomarse por ahí en un buen rato.

"Vayan por un café o un helado o lo que sea que los mantenga lejos por un rato" Fue lo que le dijo a la familia entregándole un par de billetes, dándoles una palmadita en el hombro y sonriendoles con sus labios apretados en un intento de animarlos un poco.

En fin, antes de marcharse a hacer lo ordenado, el padre de la familia le contó que en esa casa desde siempre habían ocurrido sucesos extraños que les ponía a todos los pelos de punta. Cosas rompiéndose contra el suelo, pasos que no eran de ninguno de ellos en los corredores y en las escaletas y siendo lo más perturbador, la constante sensación de sentirse observados en cada rincón en donde estuviesen.

Nadie se sentía a salvo allí adentro. No obstante, incluso si hubiesen visto al mismísimo Ebenezer Scrooge caminar por sus pasillos, ningún suceso había sido tan aterrador y potencialmente peligroso hasta que algo sucedió.

La más afectada fue la hija mayor de la familia, y era a quien él debía sacar del interior de la casa. Según lo relatado por su madre, la joven adquirió comportamientos extraños de un momento a otro y cuando por fin habían tomado el coraje para dejar todo atrás y marcharse, ella se encerró en su habitación sin decir una sola palabra, dejando a todos los demás confundidos y preocupados. Intentaron de todo para sacarla, consiguiendo únicamente gritos y golpes detrás de la puerta, y que fuesen ellos quienes salieran.

De un golpe, Jimin abrió la puerta, no tenía caso abrirla con cuidado, el chirrido espectral resonó igual y el viejo cliché de la vieja casa embrujada estuvo igual, así que lo único que hizo fue rodar sus ojos y contraer su rostro en una mueca.

La casa no se sentía, estaba seguro de que estaba fría y oscura, y lo único que tenía para alumbrarse era la linterna que forma parte del equipo policial. Pequeña e inservible para momentos como ese.