CAPÍTULO 27

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Cuando llegaron a casa, Sergio observó como Carlos se quedó parado en la puerta mirando la casa cargando con su mochila.

Sam, Alicia y Jayden entraron corriendo como un tornado de la misma manera que eran a todas horas. Un tornado de actividad constante.

- ¡Eh! ¿Todo bien? – Sergio preguntó a Carlos sin tocarlo. Entendía que se parecía demasiado a él y que no era una buena idea- Si te arrepientes o no estás a gusto, puedo llevarte al internado cuando quieras- ofreció.

- No, está bien. Nunca había visto una casa tan bonita y tan grande- Sergio sonrió. Eso fue exactamente lo mismo que pensó cuando entró por primera vez en casa de Inés.

En ese momento Alicia regresó a la puerta y tomó a Carlos de la mano arrastrándolo tras ella.

- ¡Vamos! Ven, te enseñaré mi habitación- Alicia miró a Sergio y quitó a Carlos la mochila de las manos- Toma, papá, guárdala.

Carlos fue con Alicia sin quejarse y sin ofrecer ninguna resistencia.

Sergio se quedó quieto con la mochila de Carlos en las manos mirando a los dos niños marcharse escaleras arriba. Alicia sin soltar la mano de Carlos en ningún momento y no pudo evitar pensar en Inés y recordar el día que llegó a su casa y que la vio por primera vez.

La manera en la que le defendió de la insolencia de Rober y cómo le tomó de la mano, exactamente de la misma manera en la que lo había hecho Alicia con Carlos.

Eran esas pequeñas cosas las que hacían que viera a Inés en cada uno de los gestos de su niña.

Estaba convencido de que Inés estaría tan orgullosa de Alicia como él. Si solo pudiera verla, si pudiera conocer a la niña que le regaló...

Dejó la mochila de Carlos sobre el sofá y se sentó un segundo para recomponerse. No podía dejar que los niños lo viesen en ese estado.

Miró su teléfono y todavía no había ninguna llamada de Lydia. Hacía horas que miraba su teléfono cada pocos minutos por si había alguna noticia de ella.

Mientras pensaba en qué hacer, recibió esa llamada de Lydia.

- Acabo de llegar a casa- la voz de Lydia era lo único que necesitaba para sentirse mejor.

- ¿Cansada?

- Agotada- Sergio sonrió. Conocía la sensación de bajarse de un avión después de cruzar el océano.

- Aprovecha para descansar- aconsejó Sergio.

- Eso pensaba hacer, pero necesitaba hablar contigo primero.

Estuvieron unos minutos hablando antes de despedirse para verse el lunes. Sabiendo que estaba ya en su casa, Sergio no veía el momento de encontrarse con ella y poder abrazarla y besarla de nuevo. Hablar por teléfono era lo mínimo que podía tolerar, pero no era, ni mucho menos, lo que necesitaba.

También habló con Nicky y con Jason y les contó su encuentro con Carlos.

- ¿Lo has conocido hoy y te lo has llevado a casa? - preguntó Nicky divertida- Al final no voy a ser la única que recoge lo que se encuentra por la calle y se lo lleva a casa.

- No es lo mismo. Carlos no es un indigente - Sergio quiso añadir un "todavía" pensando en el futuro que le esperaba a ese niño.

- Y nunca lo será porque ya está contigo - dijo Jason interviniendo en la conversación.

- No está conmigo, solo ha venido a pasar la noche con los niños. Lo han invitado ellos - Sergio sabía que no se engañaba ni a sí mismo. Deseaba más que nada poder darle un futuro a ese niño, devolverle lo que el destino le había robado igual que le ocurrió a él.

- Vale, ya hablaremos mañana- Nicky le pidió hablar con Sam y con Jayden y Sergio llamó a los niños que corrieron peleándose por ver quién hablaba primero y disputándose un espacio en la pantalla.

Sergio los dejó hablando y subió a ver qué hacían Carlos y Alicia. Se quedó en el pasillo al escucharlos hablando.

- Entonces, ¿tú papá también es huérfano? – escuchó la voz de Carlos más clara de lo que la había escuchado hablando con él.

- Sí, no tiene papás, murieron cuando era pequeño- Alicia sabía esa parte de la historia, también que creció en el internado con el Padre José y poco más. Era muy pequeña para conocer los detalles.

- ¿Y tú no tienes mamá?

- No, solo papá- Alicia hablaba con naturalidad.

- ¿La echas de menos? – preguntó Carlos.

- No la conocí. Murió cuando yo era un bebé muy pequeñito. Papá me habla de ella y los abuelos también. Me enseñan fotos, pero no la echo de menos. Papá sí que la echa mucho de menos y a veces se pone muy triste.

- Tu papá parece bueno...

- ¡Es el mejor! – exclamó Alicia haciendo que a Sergio se le encogiese el alma al escucharla.

- Yo tampoco echo de menos a mi madre- empezó a decir Carlos- creo que soy malo y que debería echarla de menos, pero no.

- No eres malo. Yo no echo de menos a mi mamá y no soy mala.

Sergio entró en la habitación interrumpiendo. Ya había escuchado suficiente de los dos niños.

- ¿Queréis merendar? – Sergio buscó una excusa rápida para estar allí.

- ¿Rosa ha dejado fruta? – Alicia adoraba la macedonia de frutas que hacía Rosa especialmente para ella.

- Seguro que sí- Sergio no necesitaba revisar el frigorífico para saber que sí que había. Rosa consentía a la niña casi más que el Padre José.

- Carlos, ven, te va a encantar la macedonia de Rosa- Alicia se puso en pie y arrastró otra vez a Carlos sin darle opción.

- Alicia, no puedes obligarle a seguirte si no quiere- dijo Sergio para evitar que la niña atosigase al pobre Carlos.

- ¿No quieres? – preguntó Alicia mirando a Carlos a los ojos después de soltar su mano. Carlos asintió en silencio y tomó la mano de Alicia de nuevo para seguirla.

Sergio los vio bajar cogidos de la mano y pensó en lo que supondría tener a Carlos en casa. Era un niño problemático, eso es lo que el Padre José le había dicho. Lo habían echado de varias casas de acogida, igual que a él, que también fue un niño problemático.

Ya por la noche, pidió las pizzas mientras los niños veían una película de dibujos.

Alicia no se separaba de Carlos y el niño parecía relajado. No parecía el mismo que Sergio había encontrado en el banco del patio del internado. Era casi cinco años mayor que Alicia, sin embargo, ella lo estaba cuidando y él parecía conforme con esa situación.

Después de la pizza, montó, siguiendo las instrucciones y con bastante dificultad, la tienda de campaña para la acampada en el jardín.

No pensaba dejar a los niños durmiendo solos en el jardín así que, después de acostarlos se sacó una colchoneta y unas mantas y se acostó mirando las estrellas.

Era el mismo cielo bajo el que había dormido demasiadas veces, sin embargo, ahora todo era diferente. Ya no se sentía solo ni indefenso. Ahora era él el que tenía la posibilidad de ayudar a otro niño al que esperaba un futuro similar.

Los ParkerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora