Capítulo 2

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Una mirada al cielo me bastó para comenzar a correr. Aquellas nubes oscuras y atemorizantes no aguantarían mucho más su pesada carga. Necesitaba llegar a un Centro antes de que la tormenta se desatara. No quería mojarme; no contaba con más ropa que la que llevaba puesta, y no podía andar empapada con el frío que envolvía la atmósfera. Esa noche no podría dormir en las calles, no con toda la furia de la naturaleza azotando a diestra y siniestra; además, tenía mucha hambre y eso me dejaba considerablemente débil. Hacía tres días que no probaba bocado alguno, el dolor encogía mi estómago que gritaba y suplicaba por algún alimento mientras que mi extenuado cuerpo exigía su merecido descanso. Pero no me podía permitir detenerme ahora, tenía que llegar al Centro. Un trueno retumbó hiriéndome los oídos. Conté; uno; dos; tres. Un relámpago se abrió paso a través de las nubes, iluminando la negrura en que se había convertido la tarde. La tormenta estaba ya muy cerca y yo aún no me hallaba bajo techo. Seguí corriendo a pesar de los múltiples insultos que exclamaban mis piernas adoloridas. Entonces, y como una visión milagrosa, una gran puerta de roble oscuro se alzó ante mí, por fin había llegado. Golpeé insistentemente, una y otra vez, pero nadie abría. Me comencé a desesperar, no podía ser que no hubiera nadie, esa misma mañana había salido de allí... Con un nuevo trueno, el cielo se abrió por completo descargando miles de pequeñas gotas de agua helada sobre mí, al mismo tiempo que las lágrimas comenzaba a correr por mis mejillas desde mis irritados ojos. Estaba devastada, el hambre y el cansancio me consumían y ahora debía pasar toda la noche a la intemperie bajo la lluvia torrencial que caía sobre las calles. Pero por muy sorprendente que fuera, no era la primera vez. Oh, no. Sin embargo, eso no era consuelo; no importaba las veces que hubiera soportado los caprichos de la naturaleza, así fueran vientos, tormentas o lo que sea, aún sufría, cada día lo hacía.

Un ruido llamó mi atención, y ante mis ojos abiertos de par en par a causa de la sorpresa y la incredulidad, la puerta se abrió. Un sollozo se escapó involuntariamente de mi garganta, ¿Tuvieron que esperar a que la lluvia comenzara para dejarme pasar? ¿Lo habían hecho de forma consciente? Sinceramente, todo era posible. Entré rápidamente, para escapar de la helada lluvia y por si pensaban cerrarme la puerta en la cara. No lo hicieron, y esto me alivió.

- Lo sentimos mucho.- La chica que me hablaba era alta, y su bonita cara estaba enmarcada por un voluminoso cabello naranja.- Hemos tenido una alerta de Recogedores y se ha desatado el caos.

Me asusté a pesar del tono tranquilo, aunque algo cansado, de la anfitriona.

- ¿Ellos están aquí?

- Oh, no. No. Fue una falsa alarma. Pero ha sido suficiente para que muchos niños corrieran hacia un lugar más seguro.

Eso explicaba por qué el Centro se encontraba tan vacío, el miedo había pasado por allí. Generalmente, los salones se atiborraban de niños hambrientos, como yo, completamente perdidos y asustados; pero hoy, y a pesar de la lluvia, sólo había, con suerte, la mitad de la concurrencia habitual. Miré a la chica que me había abierto la puerta. Debía estar por los 19 o los 20 y seguramente era parte del grupo organizador de los Centros. A ellos les debíamos que muchos de nosotros siguiéramos con vida. Suspiré.

- Puedes cambiarte por allí.- Me señaló la anfitriona al darse cuenta de mi ropa mojada.- Y por supuesto, come algo.

Hice lo que ella me dijo, no por obedecerla, sino para satisfacerme a mí misma. No hablé con nadie, pero pude notar que era una de las chicas más grandes que se encontraban en el Centro. Solía suceder eso. 

Había conocido mucha gente a lo largo de mi vida en las calles, generalmente en los Centros, donde se reunía la mayor cantidad de niños. Pero no me había quedado con ninguno. Era mejor seguir siendo yo sola en ese sentido; tenía suficiente conmigo misma como para tener que hacerme cargo de alguien más. Sería presa fácil para los Recogedores y, realmente, eso no estaba en mis planes inmediatos. Era obvia supervivencia. Sin embargo, a veces extrañaba esa compañía que sólo podían brindarte tus amigos y familia; pero no volvería a mi casa. Ya ni siquiera recordaba donde vivía... Esa era la consecuencia de tantos años lejos, comienzas, poco a poco, a olvidar cosas; pero en realidad no era tan malo, te quitaba gran parte del dolor, porque no puedes extrañar algo que no recuerdas. No, no puedes.

Tenía sueño. Mucho sueño. El hambre se había pasado luego de comer y la sensación era embriagadora. Notaba como mis párpados luchaban por cerrarse, como mi cuerpo, lentamente, se hacía más pesado, como mi mente comenzaba a alejarse hacia un mundo completamente desconocido. Busqué una cama que fuera de mi agrado; al estar el Centro tan vacío, podía permitirme ser un poco más quisquillosa. Encontré una bastante cómoda, considerando que había sido usada todas las noches durante muchos años, y que además, estaba apartada de donde los niños se juntaban para conversar y jugar; necesitaba un buen descanso, mi cuerpo lo exigía, y para eso también necesitaba paz y tranquilidad. Sinceramente, me estaba convirtiendo en un ser antisocial, pero tenía mis razones. Una de ellas era la supervivencia como había mencionado antes; otra, era que yo me encariñaba muy fácil con la gente, sobre todo con los niños pequeños, y el Centro estaba repleto de ellos, por lo tanto, y para no sufrir o extrañarlos cuando se marcharan, era mejor mantener el menor contacto posible. Ya había sufrido lo suficiente durante los primeros años de mi fuga, e incluso antes, y aún lo hacía durante mis pesadillas... pero mejor no pensar en eso. Mejor no pensar en el pasado, porque ¿De qué me servía? Me quedé dormida.

En el sueño, alguien me perseguía. Corría, corría y corría, pero nunca lograba colocar una distancia considerable entre mi perseguidor y yo. Tenía miedo. Tenía miedo de que el miedo me paralizara. Tenía miedo de que aquella persona me alcanzara. Pero no sabía por qué; por qué me perseguían; por qué corría; por qué tenía miedo. Ni siquiera sabía dónde me encontraba. Sólo sabía que si me detenía algo malo sucedería, algo malo conmigo; me harían algo malo. Luego comenzó a llover, tanto en incluso más fuerte que la lluvia que me había atrapado en la entrada del Centro. Entonces caí; me había patinado o algo así, pero el caso era que no tenía escapatoria. Quien quiera que me estuviera persiguiendo se cernía sobre mí, amenazante, un escalofrío subiendo por mi espalda haciéndome sacudir violentamente... y desperté. Había sido una pesadilla, otra pesadilla más; sólo un sueño, horrible, pero sueño al fin. A mi alrededor no había más que oscuridad y el ambiente estaba muy húmedo. Escuchaba cómo algunas gotas de la tormenta que arreciaba en el exterior se filtraban por la deficiente impermeabilización del cielo raso y caían en las duras baldosas del suelo con un ruidito constante. Noté que tenía frío, no tenía siquiera una manta para taparme y me estaba helando. Me levanté con la intención de tomar una frazada o algo para cubrir mi tembloroso cuerpo, pero una voz me detuvo.

- Ni siquiera lo intentes.- Me volteé, sorprendida. Al dormirme, había certificado que no había nadie en las camas de mi alrededor; sin embargo ahora, un chico estaba casualmente recostado en la cama contigua a la mía.- Ya se llevaron todo. Llegas tarde.

Me senté de golpe, deprimida y decepcionada. ¿Pasaría otra noche de frío? Inconscientemente comencé a temblar, cada vez de forma más descontrolada. Últimamente sentía, de forma un tanto dolorosa, el frío como nunca antes. ¿Acaso significaba algo? Sentí la mirada de aquel chico todavía clavada en mí, y me giré para observarlo; él sí estaba calentito bajo esa frazada de lana, no podía quejarse. Realmente me asusté cuando extendió una mano, sujetó el armazón de mi cama y la atrajo hacia sí mismo. Se escuchó un ruido sordo al chocar metal contra metal. No entendía que se suponía que estaba haciendo, y mi mirada debió reflejar aquella incredulidad ya que, luego de un suspiro de resignación, el chico volvió a hablar, esta vez en susurros apenas audibles.

- Podemos compartir, si no te molesta.

No podía creer. Me estaba ofreciendo compartir aquella gruesa frazada; para eso había juntado las camas. Dudé unos segundos. No conocía en absoluto a aquel chico. No me daba miedo dormir con un chico, no sería tampoco la primera vez; siete años en las calles me habían enseñado a defenderme, y en caso de que alguien quisiera sobrepasarse conmigo recibiría una buena paliza a cambio. Realmente estaba orgullosa de la forma en que era capaz de defenderme por mi propia cuenta. Antes de que se arrepintiera, me acosté cerca de él y me oculté debajo de la manta. Pude sentir la cálida diferencia inmediatamente, aunque también podía sentir la cercana presencia de aquel chico; pero no me molestaba tanto, sería solo una noche.

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