Capítulo 4

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La primera gota de la tormenta cayó sobre mi frente, resbalando sobre mi nariz y dejando un rastro helado a su paso. Helado como el escalofrío que recorrió mi columna vertebral haciéndome estremecer violentamente. Corrimos al resguardo de un techo mientras el cielo comenzaba a llorar infinitas lágrimas sobre los pobres desgraciados que aún se encontraban en las calles. Quinn ya se había recuperado de su estado catatónico pero sus palabras no habían hecho más que sumirme a mí misma en un estado idéntico. ¿Acaso nunca podría seguir adelante sin que algo o alguien me recordara mi pasado? Quería poder mirar el sol sin que las sombras de la noche amenazaran con regresar y envolver todo a mi alrededor. ¿Era demasiado pedir?

Me desperté sobresaltada y con el gusto del miedo aún en la boca. Había tenido otra pesadilla más, como cada noche. Estaba temblando y esta vez no era por el frío, sino por la sensación de que algo iba a ocurrir. Y muy pronto, demasiado. 

Miré a mi alrededor. Luego de que la lluvia se desatara con toda la furia sobre nosotros, Quinn y yo habíamos corrido a un Centro. Ahora él estaba durmiendo apaciblemente a mi lado sin más movimiento que el imperceptible subir y bajar de su pecho con cada respiración. En cambio, yo estaba lívida y fría, con la mirada clavada en el techo y tratando de borrar de mi mente aquella última y terrible pesadilla. Un nombre aún latía en mi cabeza. Rachel. Empecé a temblar más fuerte y Quinn, en medio de un sueño, me tomó entre sus brazos enterrando su cara en mi cuello; esto hizo que me quedara dura como una estatua de mármol. A pesar de que el hecho de juntar las camas se había convertido en una costumbre imposible de evitar, luego de siete años aún me resultaba extraña la proximidad de otra persona. Y más aún cuando esa persona te apretaba contra su cuerpo, aunque más no fuera dormido... Sin embargo me sentía a gusto allí, y me acomodé contra Quinn dejando el temblor en el pasado. Con él me sentía a salvo, aunque creía que había algo más. Me vino a la mente el momento en que entramos al Centro esa misma tarde. Ambos estábamos empapados a causa de la incesante tormenta que se había desatado en exterior y las miradas de muchos de los allí presentes clavaron sus miradas en nosotros. No pude evitar notar como algunas chicas miraban con deseo a Quinn y a mí con envidia; esto me sorprendió, ¿Por qué me tendrían envidia? Entonces me di la vuelta y lo vi mejor. Allí estaba el mismo chico que me había acompañado en los últimos meses, pero con la camiseta tan embebida en agua que se pegaba a su piel, contorneando cada músculo; con el cabello despeinado sobre aquellos ojos, los más hermosos que había visto jamás. Y debo admitir que me asusté, me asusté de la intensidad de mis propios sentimientos, de mis sentimientos hacia Quinn. ¿Luego de siete años no había olvidado lo que era sentir? ¿Lo que era amar?  Porque era eso, estaba segura. Yo estaba irremediablemente...

Un estallido hizo que Quinn y yo saltáramos de la cama completamente en guardia, mirando frenéticamente de un lado a otro en busca de la fuente de aquel ruido. Mi corazón comenzó a latir de forma desenfrenada y el miedo se apoderó de mi mente y mi cuerpo. Sólo había una respuesta para aquel estrépito: los Recogedores; nos habían encontrado, habían encontrado el Centro. Los llantos y gritos invadieron el silencio y todo el lugar se convirtió en un hervidero de vida. O más bien muerte... o lo que viniera luego de que ellos te atraparan. Los niños corrían de aquí para allá en busca de una forma de escapar de aquellas manos ávidas de sufrimiento, se chocaban entre sí sin el menor miramiento, movidos solo por una inigualable desesperación y un instinto de supervivencia feroz. El pánico podía respirarse. Podía respirar mi propio pánico, porque yo estaba paralizada de pánico. Como en mis pesadillas.

- ¡Vamos, Leila!- El grito de Quinn y su cálida mano sobre mi brazo me hicieron volver en mí.

No era momento de recordar sueños o quedarse sentada a esperar y ver que sucedía. Tenía que escapar. 

Sobrevivir de tu manoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora