Capítulo 26

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¿Qué había después de la muerte? ¿Existía un paraíso prometido, un lugar donde el sufrimiento y el dolor no existían en absoluto? ¿Había un “más allá” soñado, esperándonos? ¿Qué pasaba luego de la última respiración, del último latido del corazón? ¿Nuestras almas se separaban del cuerpo y viajaban hacia un mundo mejor? ¿Quedaban atrapadas entre los vivos, rondando sin encontrar jamás el descanso merecido? 

¿Acaso había una respuesta certera a alguna de aquellas preguntas?

No, pero todas rondaban en mi mente mientras caminaba hacia la puerta de la habitación. Una luz mortecina, perteneciente a un nuevo día nublado, entraba por la ventana, iluminando pobremente los rostros de aquellos a quienes amaba y dormían tranquilamente, sin siquiera sospechar lo que sucedía a tan solo unos metros de ellos. Y mientras tanto, huía de su afecto y amor con el único fin de protegerlos, de salvar sus vidas, de darles una oportunidad los suficientemente contundente de ser felices nuevamente, tal y como se lo merecían.

Ni una lágrima se derramó de mis ojos en esos momentos, más allá del tremendo dolor que cada ínfimo paso desataba, más allá de los mareos incesantes, más allá de la trágica despedida que aquella caminata representaba. Tenía bien claro lo que debía hacer, era lo correcto y lo sabía. No importaba que eso implicara muy probablemente mi muerte, o al menos el alejamiento total de mi propia felicidad. Después de todo, mi felicidad, mi vida, a cambio de la de ellos, de la de mis padres, de la de la madre de Quinn, no era un precio tan alto a pagar. Y estaba más que dispuesta a hacerlo.

Así que seguí caminando, tratando de ignorar el dolor, el sufrimiento. Ya había salido de la habitación y lo único que tenía que hacer a continuación era llegar al enorme portón de salida. Tenía que llegar la puerta y salir de allí; tenía que hacerlo por Rachel, por Eloy, por Evan; tenía que hacerlo por Quinn. Era la única forma de que ellos pudieran salvarse, yo no era más que un retraso, una carga, un obstáculo insalvable. Y no iba a llevarlos hacia su muerte. Lo mejor para todos era que me fuera, que saliera de sus vidas; y me dolía, claro que sí, el saber que no los vería más, ni a mis hermanos a pesar de que recién comenzábamos a conocernos mejor, ni a Quinn. Y aunque ya no imaginaba una vida sin alguno de ellos, había tomado mi desición.  

A cada paso que daba el mareo y el dolor aumentaban, mi cuerpo entero gritaba y rogaba; pero no me detendría, no. Tenía que seguir, faltaba cada vez menos. Un paso. Mareo. Paso. Mareo. Paso. Mareo. Y entonces, la voz que, en ese momento, era la última que quería escuchar.

- ¿Leila? - Oh, había estado tan, tan cerca... - ¿Qué haces? ¿Estás loca?

Quinn corrió hacia mí mientras gritaba aquello, seguido rápidamente por mis hermanos. Me tomó en sus brazos y no pude evitar un gemido de consternación que escapó de mis labios temblorosos. Sin perder el tiempo, me llevó nuevamente a la habitación; me sentó sobre la cama, en la que apenas podía mantenerme erguida, y le pidió a Rachel que se llevara a los más pequeños hacia fuera. Noté la mirada preocupada que ésta le dirigió, pero así y todo, hizo lo que le habían pedido. Mi amigo cerró la puerta detrás.

 En el momento en que se giró vi desde mi poca ventajosa posición una flameante furia reflejada en sus ojos que crecía conforme pasaban los segundos. Y me di cuenta, tarde por supuesto, que quizás nunca debí haber dicho nada.

- ¿Por qué no me dejas ir?

Un brillo peligroso apareció en sus ojos; era claro a kilómetros de distancia que estaba haciendo un gran esfuerzo por no gritarme y controlar su temperamento. Estaba tan furioso, más de lo que alguna vez lo había visto.

- ¿Te quieres ir de aquí?- Asentí débilmente.- ¿Por qué? ¿Quieres morir?

La dureza de sus palabras golpeó con toda su fuerza en lo más profundo de mi mente. Sabía que podía morir, incluso lo tenía totalmente asumido, si apenas podía caminar. Sin embargo, el escucharlo tan directa y crudamente me hizo estremecer.

Sobrevivir de tu manoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora