Capítulo 3

70 4 0
                                    

Desperté abrazada a la almohada. Había tenido nuevas pesadillas, como era costumbre cada noche, pero no habían sido ni de cerca tan malas como la que me había despertado en la madrugada. Sin embargo, una fina capa de sudor cubría mi frente, único signo visible de mi agitación. Apreté con más fuerza la suave y cálida almohada, y cuando esta se quejó, me aparté con tal violencia que caí de la cama. Ahogué un grito; había golpeado duramente el piso con mis caderas, y sentía un dolor palpitante que descendía por toda mi pierna izquierda hasta llegar al tobillo. Estaba confundida, más allá de adolorida. ¿Por qué había alguien en mi cama? ¿Acaso no era norma de los Centros que, salvo en absoluta y desesperada necesidad, cada niño dormiría en una cama propia? Entonces, ¿Por qué ese chico había, aparentemente, dormido conmigo? Y yo lo estaba abrazando.

- ¿Estás bien?

Al oír esa voz, los sucesos de la noche volvieron a mi mente, despejando aquella confusión matinal. Ahora entendía por qué ese chico se encontraba en mi cama, o más bien yo estaba en la suya, a pesar de que no había ninguna desesperada necesidad. Aunque tal vez si había sido una desesperada necesidad, ya que si no me hubiera permitido dormir con él bajo aquella abrigada frazada, hubiera muerto de frío. Miré, desde mi incómodo lugar en el suelo, al chico que podría haber salvado mi vida. Tenía una mirada entre divertida y preocupada y una pequeña sonrisa curvaba las comisuras de sus labios. Parecía simpático… y ya me estaba encariñando. No podía encariñarme, menos con alguien a quien ni siquiera conocía; además iba en contra de mis principios. Ay, Dios, ¿Por qué tenía que ser así de... social?

- Eh, sí, claro.- Me incorporé lentamente y coloqué en la cama la frazada, que me había seguido tras mi precipitación al suelo.- Em... gracias. Por lo de anoche.

Comencé a alejarme; no tenía la mínima intención de entablar alguna conversación. No quería hacer amigos, no me interesaba, no quería tener que llorar luego su pérdida, por la razón que fuese. Pero, como estaba empezando a notar que se hacía una costumbre algo incómoda para mí, él me sorprendió nuevamente. Su férreo agarre sobre mi brazo me obligó a darme la vuelta y enfrentarlo; se había puesto de pie y ambos habíamos quedado peligrosamente cerca, más cerca de lo que había estado nadie en los últimos siete años. Y descubrí, para mi desazón, que no me desagradaba del todo la cercanía de otra persona; no después de tanto tiempo de soledad.

- ¿Cómo te llamas?

Tenía una voz dulce; recibí su interés con sorprendente agrado. ¿En verdad extrañaba tanto que alguien se interesara por mí? No me había dado cuenta hasta ahora que tal vez, y después de todo, sí me dolía el vagar completamente sola por la vida, sin que alguien esperara mi regreso o simplemente se preocupara por mí. Me refiero a que, por más que los anfitriones de los Centros de alguna forma se preocuparan por todos los niños que andaban por las calles, hacía mucho que nadie se preocupaba específica y conscientemente de mí. Y me agradaba la sensación que me embargaba, el sentirme apreciada. Me asusté, sí, me asusté al notar la intensidad de mis sentimientos. Yo no podía, no debía sentir el más mínimo afecto hacia nadie; no me convenía. Tarde o temprano terminara sufriendo y ya no quería sufrir más. No más.

- ¿Cómo te llamas tú?- Casi escupí la pregunta, como una manera de autodefensa mecánica.

- Quinn.

Me sorprendió que me contestara así como si nada. Oh, por Dios, lo había hecho de nuevo. Sorprenderme, me refiero.

- Quinn, ¿qué?- No me dejaría vencer por aquel chico; ni por él ni por mis emociones estúpidas.

- Sólo Quinn. No recuerdo mi apellido.- Lo miré incrédula, bajando involuntariamente la pared que había construido alrededor de mi corazón.- ¿Qué? ¿Tú lo recuerdas?

Sobrevivir de tu manoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora