Capítulo 8

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Las calles de aquella pequeña ciudad no eran más seguras ni agradables que otras. La ausencia de color otorgaba un aspecto lúgubre y melancólico, y las constantes lluvias impregnaban el aire con una triste humedad. Por donde quiera que fuera, me había acostumbrado a soportar miradas de desprecio, repugnancia y sospecha; si bien mi ropa no estaba del todo mal, era claro que me delataba como quien era: una fugitiva. Era de aquellas personas de las que debía ocultarme y tener cuidado, porque eran quienes nos delataban con los Recogedores.

Sin embargo, en aquel desolado barrio cuyo nombre no sabía siquiera, las miradas de las que era centro de atención estaban ahogándose en deseo y lujuria. Aquellas miradas podían llegar a ser muy peligrosas también. Era conciente de mi cuerpo y mi rostro, sabía que llegaba a ser lo que muchos consideraban una belleza, así como también sabía que otros también notaban aquel aspecto de mí; por eso debía tener mucho cuidado a la hora de andar por ahí. Los peligros de la calle eran tantos...

Me había ido del Centro porque necesitaba un tiempo a solas. Irónico, luego de haber extrañado tanto la compañía de Quinn; pero tenía que pensar muchas cosas, y debía tomarme el tiempo que fuera necesario. En primer lugar se hallaba el hecho de que me había enamorado de mi mejor amigo, la persona que me había acompañado los últimos ocho meses. La amistad que se había forjado entre nosotros, aquel lazo irrompible, era demasiado importante para mí; demasiado como para abandonarlo porque Quinn no sintiera lo mismo que yo. Tendría que acostumbrarme a verlo por siempre como mi amigo y nada más, por mucho que doliera. Podría hacerlo, sabía que podría.

Pero por otro lado, ¿Cómo afrontar la aparición de aquella hermana que había encerrado en el fondo de mi memoria durante siete años? ¿Cómo afrontar la aparición de dos nuevos hermanos, de los cuales no tenía conocimiento alguno? Ni siquiera sabía el nombre de uno de ellos. Esa era la causa de aquel frío helado que congelaba cada rincón de mi corazón, era el miedo que agarrotaba mis sentimientos  y mi sentido común. Después de todo, no sabía como habían reaccionado aquellos niños al hecho de que esa hermana que para ellos no debía ser más que una vieja historia, si es que al menos sabían algo de mí, había aparecido en sus vidas de un día para el otro. Y tampoco sabía como habían interpretado mi reacción al enterarme de sus identidades, y mucho menos cual era la razón de que estuvieran tan lejos de su casa... de mi casa... ¿De nuestra casa? Mi mente era una maraña de pensamientos y sentimientos, se enredaba en suposiciones y contradicciones. Luego de siete años había casi llegado a olvidar aquel rostro que ahora estaba grabado a fuego detrás de mis párpados; aunque con obvio cambios, los rasgos de Rachel eran claramente reconocibles, aunque al principio no lo había notado... ¿O sí lo había hecho? No habría sido la primera vez que mi mente me bloquea a mí misma.

Anduve por las calles cerca de dos horas, tratando de hallar la solución que me doliera menos; caminaba como un autómata, sin prestar real atención a lo que me rodeaba, demasiado enterrada en mis propios pensamientos y cavilaciones. Sin embargo, fue aquel cartel en blanco y negro que estaba pegado pobremente a un poste de luz lo que me arrancó de la catatonia: en ese pedazo de papel ultrajado por el clima, tanto mi rostro como el de Quinn estaban claramente impresos. Buscados. El corazón me empezó a latir desbocadamente, la paranoia dominando cualquier otra emoción. Arranqué aquel cartel y corrí de regreso al Centro.

Irrumpí en el edificio como alma que lleva el diablo, atrayendo miradas asustadas hacia mí; pero no me importó, mi vida y la de Quinn eran mucho más importantes que la opinión de unos cuantos niños desconocidos. Cuando por fin lo encontré en la misma habitación donde lo había dejado, puse el papel medio destrozado sobre sus piernas. Él lo miró confundido.

- Nos están buscando. Dios, ¡Somos los más buscados! No duraremos mucho así, tenemos que irnos, pero ¿A dónde? Todo el mundo estará pendiente de nuestros rostros, nos reconocerán enseguida. ¿Qué haremos?

Sobrevivir de tu manoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora