- ¿Ya tienen todo?- Pregunté por décima vez.
Era increíble la cantidad de cosas que mis hermanos se habían llevado en su travesía; tantas, que aún no terminaban de guardarlas todas, siempre se olvidaban algo. Pero lo mejor de todo era que se habían llevado bastante dinero consigo. Así que lo primero que haríamos sería ir a desayunar.
Estar sentados en un restaurante… estar sentados alrededor de una mesa, ¿Hacía cuanto que no tenía un desayuno en familia? Desde que me había ido de casa. La mesa estaba repleta de tostadas, tortas, distintas mermeladas; en mis manos había una taza humeante de chocolate caliente muy dulce. El calor me invadía por dentro y por fuera, y no solo era el exceso de azúcar. Yo era tan feliz con algo tan simple como un desayuno, algo que muchos ignorarían o no le daría aquella importancia que tenía para mí.
La mesa redonda me permitía mirar a todos: a Evan, quien tenía un gran bigote de chocolate que presumía orgulloso y con una sonrisa de pequeños dientes blancos; a Eloy tratando de poner una cucharada de mermelada en una tostada, tirando la mitad sobre el reluciente mantel; a Rachel, quien comía una porción de tarta de frutilla intentado ocultar el deleite que esta le provocaba; y por último a Quinn, su plato repleto de todo lo que el pequeño círculo de porcelana pintada podía contener. Si bien se comportaba tan bien como alguien que hubiera ido toda su vida al tipo de lugares en el que estábamos ahora, podía ver cierto brillo de éxtasis y sorpresa en sus ojos. Sin embargo, la tristeza aún no se iba del todo. Aunque tal vez fuera la misma tristeza de siempre, solo que ahora la notaba con más claridad.
El restaurante en el que estábamos era el lugar más caro que Rachel pudo encontrar en la ciudad, y que no estuviera demasiado lejos de la estación de trenes. La enorme entrada recibía a los clientes exhibiendo dos enormes macetas ribeteadas en dorado que albergaban dos hermosos árboles cubiertos de flores blancas; una brillante alfombra roja llevaba al comedor principal, el cual era un deslumbre de mármol reluciente y molduras de oro. Las mesas cubiertas de manteles color pastel se extendían por todo el salón, las sillas cubiertas de un rojo que recordaba tanto la furia como el amor con un lazo negro como la noche resaltando en tanta luminosidad. El ambiente era cálido, con murmullos que no llegaban a cubrir la suave y dulce música de fondo, y la atención era excelente. Claro, si teníamos dinero todo era posible. Y teníamos mucho dinero, todo el que Rachel se había llevado de casa. Sin embargo, no me preocupaba por eso, ya que mis padres tenían bastante dinero y, probablemente, no se hubieran dado cuenta de la suma que faltaba en el hogar.
A veces quería olvidar la vida que llevaba cuando vivía con mis padres, una vida repleta de consentimientos, pero solo materiales. Nunca faltaba nada en mi casa, siempre teníamos las mejores cosas. Pero a mí me faltó tantas veces lo realmente esencial: la atención de quienes veía como mis héroes. Sólo cuando me había ido de casa y había vivido de primera mano la vida de la calle, comprendí lo que realmente era importante, más allá de los aspectos materiales; y solo cuando lo conocí a Quinn comprendí la importancia de amar y ser amado. A veces sentía que vivía una segunda vida, una vida que me había hecho madurar, y otras veces sentía que me faltaba tanto por saber…
- Rachel, ahora que estamos más tranquilos, ¿Podrías contarnos por qué se fueron de su casa?
Las palabras de Quinn me sacaron de mis cavilaciones, de mi mundo de detalles y perfección, y me trajeron a la realidad; una realidad que era apremiante. Rachel dejó sobre el plato la pequeña cuchara de plata que había estado lamiendo con el propósito de comer hasta el más mínimo resto de frutilla, y suspiró dramáticamente.
- Ya les he dicho.
- ¿Pero podrías detallar la situación, por favor?
Realmente admiraba a Quinn por la paciencia infinita que tenía con mi hermana. Jamás perdía los nervios frente a las malas contestaciones o la falta de colaboración. Pero supongo que era algo natural por su parte, ya que también había demostrado tener una enorme paciencia conmigo, incontables veces.
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Sobrevivir de tu mano
General Fiction"¿Luego de siete años, no había olvidado lo que era sentir? Quinn había cambiado mi vida por segunda vez, la había transformado en algo que quizás valía la pena soportar." Cuando pasas tu vida en las calles, ¿Cómo haces para sobrevivir? Leila ha est...