Capítulo 18

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Muerta.

Al principio me reí; fue una carcajada histérica y estridente que sonó tan falsa como lo fue. Pero al notar que nadie reía conmigo, acepté que no era una broma; las piernas me empezaron a temblar, tanto que tuve que sentarme para no caer. No entendía, estaba bloqueada. Sabía que no estaba muerta, era claro que de estarlo no podría estar allí, pero ellos pensaban que sí. O al menos lo habían hecho.

¿Cómo era posible que creyeran que había muerto? ¿Así era como habían sobrellevado mi huida? Estaba tan perdida.

Alguien se sentó a mi lado y pasó un brazo sobre mis hombros en un intento de consuelo. Esperaba encontrar a Quinn cuando levanté la mirada, y me sorprendí en gran manera al ver a Bastian. Era el primer gesto amable que hacía desde que lo conocía.

- Creo que es más que obvio que Krum está viva.

Esta vez fue Rachel quien tomó la palabra para solucionar el embrollo que, sin quererlo, Eloy había comenzado.

- Por supuesto que sí. Pero eso no fue lo que nos dijeron a nosotros.

- ¿Cómo?- Dije con un hilo de voz.

- Cuando te marchaste, mamá y papá te buscaron.- El corazón me latía desaforado, aguardante.- Había pasado cerca de una semana cuando la Guardia Infantil, perdón, los Recogedores vinieron a decirnos que había habido un incendio… y que habías muerto en él; te identificaron por el registro dental. Al momento en que te vi otra vez, creí que todo había sido producto de un error, pero ahora dudo de eso.

Aquello cambiaba las cosas, definitivamente. Después de todo, mis papás sí me habían buscado; pero yo había muerto para ellos. Por eso conservaban mis fotos, mi recuerdo, y no habían fingido que no existía.

- En tu cumpleaños encendemos una vela.- La pequeña voz de Evan llamó mi atención.- Y mamá llora mucho esa noche. 

Me quedé petrificada completamente, más que confundida. Mi familia aún celebraba mi cumpleaños, algo que ni siquiera yo hacía; lloraban una muerte de la que no había sido partícipe. Ellos me extrañaban… y eso quería decir que me querían.

Aquello era tan surrealista que parecía un sueño. El gris que todo lo tomaba y aun así las explosiones de color por aquí y por allí; el silencio tan intenso que molestaba como un zumbido en los oídos, aunque los pensamientos tenían suficiente espacio para bullir y hacerse presentes de maneras impensadas. Y yo estaba de pie frente a mi propia tumba leyendo cada palabra como si fueran a desaparecer en cualquier momento. Pero no, allí estaban tan grabadas como antes: “Leila Krum, amada hija y hermana”. Según esa lápida llevaba muerta siete años; nunca me había sentido tan desconocida. Clavé la vista en el ramo de flores marchitas, conciente de los cinco pares de ojos que me observaban detenidamente esperando alguna reacción de mi parte; pero esa reacción no llegaba. Sentía las lágrimas detrás de mis ojos, pera estas no caían; sentía el corazón presionado, como si una mano invisible lo estuviera agarrando, pero no me sentía mal más allá del dolor en la espalda que ya se estaba convirtiendo en algo frecuente. Estaba aturdida, entumecida.

Me fui a caminar por el cementerio, incapaz de seguir viendo mi supuesto lecho final; nadie me siguió, entendían que necesitaba estar sola un rato para procesar aquella información tan extraña e inesperada.

Paseaba entre lápidas y mausoleos, flores frescas y marchitas, intentando no pensar en mí ni en mi situación. Y no era tan difícil, tampoco. Allí había cientos de historias impregnadas de tristeza y también felicidad; aquellos que ahora solo descansaban habían dejado familias y personas importantes en este mundo, y aunque para mí quizás no fueran más que un nombre en una piedra, sabía que en algún lugar había alguien que lloraba su muerte. Al igual que mi madre. Entendía, aunque no quisiera aceptarlo, que esta vez cuando volviera a casa con mi familia no podría marcharme; no, sabiendo lo que sabía ahora.

Sobrevivir de tu manoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora