Capítulo 29

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La casa era enorme, preciosa e intimidante. La fachada estaba enteramente pintada de un blanco reluciente, que presumía su constante limpieza; y las nueve ventanas, tres por piso, lucían blancas cortinas tan finas y delicadas que parecían estar confeccionadas en un material casi etéreo. Todo en aquella casa rezumaba dinero y poder, desde la gran puerta de madera maciza perfectamente tallada hasta las molduras del techo.

Estar frente esa gigantesca casa me hacía sentir tan pequeña e insignificante, quizás no solo por el tamaño, sino también por el significado. Allí había tanto poder.

- Leila.- La voz de Rachel me llamó la atención.- Sabes que esta no es nuestra casa, ¿Verdad?

- Claro que lo sé. Definitivamente hubiera recordado haber vivido en un lugar así.

Habíamos bajado del tren luego de cerca de dos horas de viaje, las cuales yo había pasado casi enteramente en aquel balcón destartalado, intentando borrar las imágenes recurrentes de mi pesadilla; no lo había conseguido cuando Eloy había venido a buscarme.

- Entonces ¿Qué hacemos aquí?

- Bueno, se está haciendo de noche. ¿Todavía viven los Talente aquí?- Rachel asintió dubitativa, sin entender hacia donde quería llegar.- Ellos son, o por lo menos eran amigos de papá; podemos pedirles pasar la noche aquí, e incluso llamar a casa para decirles que vamos en camino. Eso los tranquilizaría mucho.

Aún notaba la duda explícita en su rostro, pero cuando mencioné la posibilidad de una buena cama y de agua caliente, sus ojos se iluminaron con ilusión y se mostró mucho más decidida; después de todo, los viejos hábitos no se perdían.

Por otra parte, Quinn no había expresado su opinión en absoluto, y mucho menos se había acercado a mí en el tren, ni siquiera para preguntarme como estaba. Sin embargo no me había molestado tanto como debería, prefería aquella ley del hielo antes que el odio que me había transmitido en mi pesadilla. Y aunque también doliera, seguía siendo la mejor perspectiva.

Nos acercamos a la gran puerta y golpeamos con el llamador, el cual exhibía un gran cabeza de león. ¿Por qué no? Había pasado menos de un minuto cuando una mujer vestida de manera pomposa y arrogante abrió la puerta.

- Ya dimos nuestro donativo a caridad.

No pude hacer más que quedarme muda, sorprendida por el tono despectivo de aquella mujer de nariz respingada y labios apretados. Ni siquiera se había detenido un momento a preguntarnos si necesitábamos algo; simplemente se había apresurado a asumir que queríamos su dinero, y tampoco hubiera querido darnos si así se lo hubiéramos pedido.

- ¿Perdón? ¿Usted cree que queremos su dinero?

- Rachel, está bien. Tranquila.

Mi hermana lucía como si fuera capaz de lanzarse sobra la mujer, estaba realmente ofendida. Después de todo, ella era una niña de sociedad, aunque en ese momento no pareciera exactamente una.

- ¿Señora Talante? Mi nombre es Leila Krum, y estos son mis hermanos, no sé si me recuerda.

- Oh, ustedes son los niños de Isidro y Dolores.- El tono de su voz había cambiado radicalmente, y en su rostro exhibía una brillante sonrisa. Era impresionante como un apellido mejoraba las cosas.- Pasen. Lamento la falta de atención, pero el servicio está ocupado en la cocina y el salón principal.

Con Rachel nos miramos, nuestras cejas levantadas en señal de incredulidad. ¿El servicio? Nosotros teníamos un buen dinero también, pero de ninguna manera teníamos “servicio”. Presentía que dentro de esa casa nada era precisamente humilde, y me lo confirmé a mí misma en el instante en que puse un pie a través de la puerta.

Cada pared y superficie era de color blanco brillante, y la luz entraba por cada rincón de la casa; si desde afuera parecía grande, por dentro era inmensa. En el salón principal, el cual era curiosamente ovalado y de paredes curvas, presumía dos grandes escaleras de mármol cuidadosamente lustrado; cada una acompañaba las paredes por los lados, y se unían en el primer piso en un enorme balcón que daba al centro del salón con molduras y florituras doradas. Cerca de veinte personas iban y venían incesantemente, limpiando y colocando adornos dorados en cada superficie lisa; amplias mesas con manteles blancos comenzaban a llenarse de platos con todo tipo de comidas y cientos de copas de cristal estaban siendo llenadas de todo tipo de bebidas.

- ¿Llegamos en mal momento?

- ¡Oh, no! En absoluto.- ¿Siempre decía “oh” antes de sus oraciones?- Con mi marido hemos organizado una fiesta para esta noche, y me encantaría que los hijos de Dolores e Isidro la disfrutaran con nosotros.

Conque ahora no éramos más que los hijos de los Krum. Esa sería una larga noche.

Un hombre se acercó a nosotros con pasos cortos y rápidos, no era muy alto y definitivamente debía dejar de comer tanto; la cara redonda estaba enrojecida por el calor y el oscuro pelo comenzaba a escasearle. Lucía muy molesto.

- Eva, ¿Quiénes son estos niños sucios?

- ¡Aramis! Estos son los niños de Isidro. Los he invitado a la fiesta, no habrá ningún problema, ¿Verdad?

Debí haber notado la expresión que puso el señor Talante cuando se fijó en Quinn y en mí; debí haber notado que nos había reconocido, y no precisamente por algún conmemorativo inofensivo. Sin embargo estaba demasiado encandilada con tanta riqueza a la que no estaba acostumbrada, y con la idea de, por una noche, tener una vida semejante a algo normal.

- ¿Pero que se pondrán? No creo que tengan la vestimenta ni el aspecto adecuado.

- Eso no es problema alguno. Puedo decirle a alguna de las chicas que los ayuden con el baño, y ropa es algo que sobra en esta casa.

- Bueno, en ese caso no habrá problema.

Aramis Talante esbozó una sonrisa nerviosa y tambaleante, y comenzó a marcharse rápidamente, casi como si estuviera huyendo de nosotros. Sin embargo, me apresuré a seguirlo porque necesitaba pedirle algo.

- ¡Señor Talante! Espere por favor.- Se dio vuelta, sus ojos como los de algún pequeño animal asustado.- ¿Podría usar su teléfono para llamar a mis padres y ponerlos al tanto de nuestra ubicación esta noche? Ayudaría a tranquilizarlos, por favor.

Esperé unos segundos por su respuesta, segundo que utilizó para mirar hacia todos lados como si estuviera aguardando la presencia de alguien indeseado. Dios, ¿Qué le sucedía a ese hombre? Realmente estaba demasiado paranoico.

- Sí, sí, no hay problema. Pero mejor los llamo yo, ¿De acuerdo? Así te puedes preparar para la fiesta, solo faltan dos horas para que comience. Ve, ve.

Y prácticamente me echó hacia el primer piso, donde los demás estaban esperándome. Sin embargo, ellos no eran los únicos que me esperaban, sino que también habían dos chicas no mucho más grandes que yo que nos llevaron a Rachel y a mí hacia una gran habitación en la que había tres enormes bañeras, tan blancas y limpias como todo en aquella casa. Nos hicieron ponernos unas batas esponjosas mientras ellas nos preparaban el baño.

- Leila, tenemos agua caliente.

Sí, realmente teníamos agua caliente.

Sobrevivir de tu manoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora