Capítulo 9

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Desperté luego de un tranquilo sueño en blanco. Mis ojos aún estaban enrojecidos e hinchados luego del desahogo de la noche. A mi lado Quinn dormía, mi cabeza apoyada en su pecho sintiendo el subir y bajar de su respiración acompasada, escuchando el suave latir de su corazón. Estaba tan tranquilo allí, podía olvidarme por primera vez de todo lo que había pasado en el último mes. Las cosas podían volver a ser no tan complicadas, al igual que antes. Pero como cualquier sueño o fantasía, tanto buena como mala, tenía que terminar. Y terminó cuando Quinn despertó, porque recordé absolutamente todo lo que había sucedido la noche anterior. Su mano me acarició el pelo recogido en la misma trenza de siempre, quitándome algunos mechones sueltos de la cara, pero no haciendo que me apartara de encima de él. Nos quedamos así por un rato, mientras las nuevas lágrimas que había derramado se terminaban de secar en surcos salinos sobre mis mejillas.

- Leila.- La manera en que dijo mi nombre me hizo estremecer; tendría que superar pronto mi enamoramiento. Como si pudiera.- Sabes, algún día podrías contarme tus pesadillas. Quizás podría ayudarte en algo.

Era verdad, yo nunca le había contado ni el más mínimo sueño de los que sufría; no sabía por qué, quizás si no los contaba eso los haría menos reales. Pero ya había estado bastante con Quinn, él ya me había visto despertar presa del pánico incontables veces, y muchas me había despertado él mismo al oír mis gritos y quejidos; ya no podía ocultarle por más tiempo lo que soñaba, no era justo. Sin embargo era tan difícil revivir  mis peores pesadillas.

- Al menos puedes empezar por la de hoy.- Me animó, dulcemente.- Los gritos... el llanto...

Dejó la frase inconclusa, su expresión torturada al recordar llenando los espacios vacíos. Podía contarle al menos lo que me había sucedido, se lo merecía.

- Fui a dar una vuelta para despejar mi mente... – Me detuve un momento al notar lo vacía que sonaba mi voz, vacía de emociones al haber descargado todo en aquellas amargas lágrimas.-  Pero cuando volví, Rachel me estaba esperando. Creyó que había huido... otra vez, y... me  acusó de cobarde por no haber vuelto a casa.

Hacia el final de la frase la voz me tembló tanto que apenas si se me entendía algo de lo que decía, y la respiración entrecortada y agitada no ayudaban, precisamente. Estaba teniendo una crisis de nervios. Quinn me estrechó aún más fuerte, acariciándome y murmurando palabras suaves a mi oído para que me calmara. Si supiera lo efectivo que resultó.

- ¿Puedo preguntar que soñaste?

Asentí suavemente, decidida a dar ese paso.

- Soñé que mi casa estaba destruida, en ruinas. Yo estaba allí, buscando algo o a alguien, no lo sé... 

- Y luego apareció Rachel.- Lo miré, sorprendida.

- ¿Cómo lo sabes?

- Leila.- Su mirada seria me atrapó completamente.- Tú dijiste “ella me odia” y luego rompiste a llorar. Creo que ha quedado claro de quién hablabas. ¿Pero por qué dijiste eso luego de la pesadilla? ¿Qué sucedió en el sueño?

Respiré hondo varias veces cuando noté que la crisis amenazaba con volver al protagonismo; el recuerdo del sueño era demasiado fresco, palpitaba en la herida que había abierto en mi interior.

- Ella... tenía el látigo. Y me empezó a golpear con él, una y otra y otra vez... yo quería creer que era otra persona, pero repetía que era Rachel. “Soy Rachel, soy tu hermanita, ¿Me recuerdas? Soy tu hermanita a la que abandonaste.” Lo repetía todo el tiempo, cada vez que abría mi piel con el látigo, y yo... yo...

Quinn no me presionó cuando no pude continuar; él sabía que nada podía hacer para consolarme en ese momento. Simplemente debía dejarme llorar todo lo que necesitara.

No hizo falta especificar de qué látigo estaba hablando, ambos teníamos demasiado presentes aquella cicatriz que surcaba no una, sino dos veces mi espalda.

- Ella me odia, Quinn.- Sollocé, necesitando exteriorizar mis sentimientos, mis miedos.- Ella me odia porque me fui y la dejé. Nunca va a perdonarme.

- Rachel no te odia, Leila. Está herida, sí, pero no te odia.

El bueno de Quinn, siempre tratando de consolarme y ver el lado positivo de las cosas; pero esta situación no tenía nada positivo.

- Sí me odia... deberías haber visto su mirada. Me odia, y tiene razón al hacerlo.- Más lágrimas que caían incontrolables.

- Yo no te odio.

El oír esas palabras tan necesitadas y al mismo tiempo tan increíbles fue aquello que completó un día completamente estresante. 

Sobrevivir de tu manoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora