Capítulo 27

23 3 0
                                    

Una niña de 12 años volteó violentamente su cabeza al oír su nombre gritado sin disimulo alguno en plena calle, en medio del tumulto desorganizado de idas y venidas. Su cabello rubio flotó sobre su cara delgada durante el movimiento, y luego volvió a posarse sobres sus pequeños hombros, dejando ver unos brillantes y almendrados ojos ámbar; las cejas oscuras resaltaban el color de aquella mirada penetrante que desbordaba sorpresa y confusión.

Era claro lo que veía: un muchacho alto y estilizado cargando a una joven que se sacudía como si de ello dependiera su vida, como si estuviera recibiendo descargas eléctricas, incluso; y a su alrededor, una niña de su edad y dos niños más pequeños, mirando estupefactos y asustados como transcurría la inverosímil escena. 

- ¡Maisha!

Entonces la muchacha volvió a gritar su nombre, y esta vez la niña rubia no tuvo dudas de que la estaba llamando, de que la había reconocido. ¿Pero por qué? ¿Quién era esa pobre chica que parecía tener un desequilibrio mental? Pero fue cuando alzó sus desquiciados ojos azules que ella también la reconoció, y la sorpresa en sus delicadas facciones se hizo aún más evidente, si eso era posible.

Ese era el punto de vista de la pequeña a quien había salvado tres años atrás y que ahora era mi única esperanza, nuestra única esperanza. 

Mientras tanto, yo seguía sacudiéndome, sin pronunciar palabra alguna más que aquel nombre que sonaba cual susurro de una serpiente. Finalmente, me moví tanto que Quinn no pudo sostenerme más, y caí al suelo duramente, quedándome sin aire unos instantes; él solo me miró, la furia y la decepción grabadas en su mirada, y ni siquiera intentó ayudarme. Desvió la mirada rápidamente. Sabía que lo tenía merecido, pero aun así eso no lo hacía más fácil. Al menos Maisha me había reconocido.

- ¿Leila? - Se acercó cautelosamente a nosotros, con una mueca en su cara que pretendía ser una sonrisa.- Estás aquí, volviste… Y con compañía.

- ¿Quién es ella?

Me levante dolorosamente del suelo, sintiendo como las partes de mi cuerpo que se habían estrellado contra la dura piedra latían en respuesta a la conmoción. Estaba tan aliviada y tan enojada al mismo tiempo; aliviada porque nadie tendría que morir para salvar a los otros, y enojada porque Quinn no me había entendido ni había confiado en mí. Lo miré, tratando de evitar expresión alguna en mi rostro y de que mi voz no tuviera ninguna inflexión.

- Ella es Maisha. Te hablé de ella, ¿Recuerdas? – Vi cómo se suavizaban sus facciones al recordar aquella historia que le había contado hacía tiempo, ya. Sin embargo yo no iba a ser nada buena con él a partir de ahora.- Su mamá es médica. Ya no hace falta que te suicides.

Me sentía mejor, mucho mejor. La doctora Gray, la mamá de Maisha, me había diagnosticado leptospirosis, una enfermedad que se transmitía a través de ciertos animales como las ratas; el que yo me hubiera enfermado significaba que había ingerido alimentos o aguas contaminadas con orina de rata. Asqueroso. Pero beneficiosamente, era tratable con antibióticos que estaba recibiendo en ese mismo momento. Finalmente, una de tantas cosas estaba saliendo a nuestro favor.

Durante los últimos días, el cuarto en el que dormía se había convertido en una especie de habitación de hospital de la que entraban y salían personas constantemente. Había hablado mucho con Maisha tratando de ponernos al día, ya que en el poco tiempo que habíamos pasado juntas años atrás, me había convertido en algo así como una hermana mayor para la pequeña niña; el haber salvado su vida, aunque la mía hubiera estado en riesgo, nos había acercado considerablemente. Por eso me había ido, me había escapado en lugar de quedarme en lo que prometía ser un nuevo y confortable hogar; no podía permitirme salir herida nuevamente o herir a alguien más. Sin embargo ahora, nada me impedía ser quien en verdad era. Mis barreras habían sido completamente derrumbadas en el momento en Quinn había pasado a formar parte de mi historia, y por más que había intentado reconstruirlas, había sido imposible; y claro, luego había encontrado a mis hermanos. Era extraño y acogedor ver cómo, poco a poco, la vida que había dejado atrás y que había destruido voluntariamente se comenzaba a reparar por sí sola.

Sobrevivir de tu manoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora