Capítulo 27

110 18 1
                                    

La cura para todo es siempre agua salada: el sudor, las lágrimas o el mar.
    Karen Blixen.

Emma.

La familiaridad de la pequeña habitación me golpeo como un tornado. Mi respiración suave se convirtió en jadeos poco agradables.
Cada pequeño recuerdo vino como una avalancha y sentí aumentar mi propio latido.

Me había sentido demasiado cómoda con mis padres, mi guardia había bajado y ahora no era más que una masa temblorosa de extremidades.

Sentí el sudor empapar mi sien mientras me esforzaba por respirar.
Los ojos se sentían cansados haciendo casi imposible el solo hecho de parpadear. Mi cuerpo en estado de alerta se había quedado paralizado con todos mis músculos agarrotados e inmóviles.

La voz preocupada de Alexander vino desde alguna parte, pero mi mente estaba demasiado absorta con mi alrededor. Su cuerpo se movió por el cuarto buscando algún lugar para que entrara el aire, pero mi ansiedad empeoró al ver lo que antes era una ventana ahora no era más que un hueco cerrado camuflajeado por pesadas cortinas. Su rostro se mostró asustado y no logré definir si era por mi estado deplorable o simplemente por las condiciones de la habitación de una niña.

No era agradable estar en ese lugar, y necesitaba con todas mis fuerzas salir de allí, si mis piernas cooperaban todo sería mucho más fácil.

Lloriqueé por el esfuerzo e intenté alejar los pensamientos que me arrastraban lentamente hacia la oscuridad.

–Sácame de aquí – grazné con esfuerzo.

Sus ojos se ablandaron y se acercó dando por finalizada su inútil tarea de encontrar ventilación.

Sus brazos me elevaron en el aire y me sentí levitar hasta ser depositada con cuidado en el sofá de la sala.

Me centré en sus ojos que me miraban con preocupación y me fui relajando poco a poco. Tomé una gran bocanada de oxígeno cuando mis vías respiratorias decidieron volver a funcionar y me removí incomoda contra el mullido cojín.

–Emma, respira conmigo cariño… estas bien, ya paso – su susurró atravesó mis oídos acunándome como una nana.

No pude sostener la mirada avergonzada y resoplé al darme cuenta de lo patética que estaba siendo.

–Oye – me llamó con suavidad – soy yo- murmuró y me sostuvo entre sus fuertes brazos.

Nuestra burbuja fue rota al sentir la voz cautelosa de mama.

–¿Estás bien cariño?

Me aparté de Alexander y me esforcé por darle vida a mis cuerdas vocales a pesar de que cada musculo de mi garganta ardía.

–Necesito un minuto – pedí.

Probé mis piernas débiles y cuando me sentí más relajada me levanté con cuidado. No quería preocupar a mis padres y la única forma era actuar lo más normal que podía.

–Los siento… no sabía – murmuró.

–Nada que preocuparse.

–Rose creo que nos quedaremos en un hotel – intervino Alex y le agradecí internamente. No me creía capaz de regresar ahí sin enfrentar otro ataque.

Ya había pasado todos mis límites del día.

Mamá asintió triste y me acerqué a ella dándole algún tipo de consuelo.

–No fue tu culpa ¿vale? Solo necesito despejar mi cabeza y estaré mejor – murmuré dedicándole una débil sonrisa – voy a enseñarle a Alexander este aburrido pueblo y cuando regresemos iremos por tu comida.

Rompiendo las reglasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora