La risa es el sol que ahuyenta al invierno del rostro humano.
Víctor Hugo.Mi estado era deplorable. Llevaba toda la mañana con ganas de abandonar el trabajo e irme a casa a dormir. Hoy era uno de esos días del mes en que las mujeres pagaban las consecuencias de que Eva comiera de la manzana e irónicamente yo odiaba la fruta. Si hubiera estado en mis manos aún viviría en el paraíso.
Mi cuerpo estaba en protesta por las horas sentada y los calambres me estaban pasando factura. Sentí el sudor frio correr por la frente y solté un resoplido molesta. Di un pequeño masaje en mis sienes buscando tranquilidad pero los intentos fueron en vano. Miré el bote de calmantes con irritación, había tomado dos pastillas hacia tres horas y aún no tenía resultados.
-¿Qué haces en mi oficina? – gruñí molesta al ver Alexander desde la puerta.
-¿Te sientes bien?
-Responde mi pregunta – demandé
-Pasé para preguntarte algunas cosas de trabajo, pero no son importante. Así que repito mi pregunta ¿estás bien?
Estaba perfecta antes de que llegaras – bramé removiéndome en mi asiento por los dolores bajo vientre.-Emma estas pálida y sudorosa, no te ves cómo alguien que está bien - su voz sonaba preocupada y me arrepentí por estar siendo una idiota malhumorada.
-Alexander, estoy bien. Vete – pedí cansada.
Se acercó a mí y tomando mi mano me obligo a levantarme, puso expresión molesta y me guio a la salida ¿porque estaba molesto? Era a mí a quien le dolía el cuerpo y tenía cambios hormonales. Detuve mis pasos y lo miré curiosa.
-¿A dónde me llevas?
-A casa – iba a replicar pero me detuvo – antes que digas que no, te doy dos opciones, o vamos a tu casa o al hospital – lo miré horrorizada. No tenía un bonito recuerdo de esos lugares.
Fuimos hasta su coche, sabia poco de estos pero el auto blanco brillante que se encontraba fuera del edificio se veía costoso. Murmure mi dirección y me acomode en el mullido asiento. El interior gritaba su nombre por todas partes, el olor a cuero se mezclaba con su perfume dejándome embriagada. Un gracioso muñeco de plástico que descansaba sobre el salpicadero desentonaba con el estilo del auto. Este pequeño accesorio era igual a su oficina, ambos contrastaban dejando claro quién era su dueño.
Salí a paso lento rumbo a mi apartamento y sentí como mi acompañante me pisaba los talones, me detuve a mirarlo-Espero que no estés pensando en entrar – murmuré
-¿Quién me lo está impidiendo, tú? – se burló – sólo quiero comprobar que estas bien y me voy. Lo prometo
-Ni un minuto mas
Llegamos a mi piso e hice un análisis mental de las condiciones en que lo deje esta mañana. Por norma general era una mujer ordenada, tenía todas mis cosas de trabajo en orden e intentaba que mi vida estuviera igual, mi apartamento sin embargo no entraba en esa lista, casi siempre era un desorden y estaba seguro de hoy no sería la excepción. Abrí la puerta rezando que las hadas madrinas hubieran hecho algo de su magia pero comprobé desganada que era todo lo contrario, si estas pequeñas criaturas se pasaron por aquí, había sido para aumentar el desorden.
Interesante – comentó el rubio inspeccionando el lugar – nadie diría que alguien como tu tendría su casa convertido en un completo desastre
-Estas siendo grosero y me bastara dos patadas en tu adorable trasero para que estés fuera de aquí – brame indignada.
No me gustaba que vieran esta parte de mí, visitar mi casa era conocerme un poco más, era saber de qué a pesar de que quería mantener el control todo el tiempo, necesitaba un escape.
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Rompiendo las reglas
RomanceEmma Cole una mujer segura de lo que busca y eso es sexo. Sexo sudoroso y sin compromiso. Atormentada por un pasado oscuro no está lista para entregarse al amor y todo lo que eso conlleva. Crea tres reglas para llevar mejor su tormento. No salir con...