Capítulo 30

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"El sexo es lo más divertido que se puede hacer sin reír."
Woody Allen

La ciudad de Los Ángeles pasa ante mis ojos mientras Alexander conduce. Su desespero me causa gracia, sobre todo al ver su agarre sobre mi muslo que solo se acentúa a medida que avanzamos. Murmura alguna maldición ante una luz en roja y sus ojos taladran los autos que van delante como si llegar a su casa fuera una cuestión de vida o muerte.

–Te noto un poco tenso. -digo.  

Y sus ojos se deslizan de la carreta hacia mí por unos segundos antes de mostrarme una sonrisa coqueta llena de intenciones.

–Siento que me llevan directo al matadero – me rio y su risa retumba dentro del auto.

–Eres un animal escurridizo no puedes culparme si quiero tenerte en mi territorio lo antes posible.

–¿Y luego que viene? Me marcaras como los perros.

–Sería una buena idea – murmura levantando las cejas lo que me hace reír.

–Eso sería asqueroso.

–Tendré que conformarme con atarte a la cama.

–¿Desnuda? – le provoco y gruñe.

–No juegues Emma estoy justo en el límite.

–Entones asumo que no debería decirte el color de mi lencería. - Coqueteo.

–Emma

–Roja – susurro y gruñe ganándose una carcajada que no puedo controlar.

No sabía como terminaría esta pequeña escapada a los Ángeles, pero puse mi mejor esfuerzo en ropa interior y ahora estaba agradecida.

Cuando llegamos a la casa todo se siente en silencio a diferencia de la última vez que estuve aquí.

–¿Dónde están todos? - Pregunto mientras me guía hacia las escaleras

–Mara tiene la tarde libre y Mia está con su madre

–¿Qué? – digo aturdida.

–Larga historia – murmura, aunque su mandíbula contraída me deja claro que no está feliz con ese tema.

–Esta es la habitación – habla dejando las maletas en una esquina – allí está el baño – señala una puerta a la derecha.

Camino hasta el centro a pocos pasos de él y le sonrío.

–Me gusta – menciono.

El estilo es parecido al que había en la cabaña y a pesar de que no hay grandes alusiones a su personalidad se siente como de él y eso me hace sentir cómoda.  

–A mí me gustas tú – susurra despejando el cabello de mi cara.

–Eso está claro – me rio y el resopla.

–Iré a preparar algo para comer, estaremos solos por unas horas – anuncia e intenta alejarse.

–¿Tenemos hambre Alexander? – pregunto inocente.

–No – se ríe con descaro.

–Bien – me rio y nos lanzó a la cama.

Ambos rotamos y la risa muere cuando llega el primer beso. Luego un segundo y un tercero y cuando nos separamos sus manos de deslizan a mis senos y gimo.

Nuestra ropa se va con prisa, sin
embargo, las manos de Alexander me tocan despacio, con la calma que no siento y deseo gritar de frustración, pero estoy disfrutando tanto el momento que solo me callo y dejo que continúe con la tortura.

Rompiendo las reglasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora