Capítulo 8

254 40 4
                                    

No es suficiente conquistar, se debe aprender a seducir.
     Voltaire.


Había llegado el día de mi partida hacia los Ángeles. En la mañana me encontré con Robert para informarle acerca de los días que no me iba a encontrar en la empresa y como ya me había dicho Alexander mi jefe estaba al tanto de todo.

No pude evitar tratar de un modo diferente a Robert desde mis investigaciones en las redes sobre la vida privada de Alexander. Aún estaba intentado comprender porque había pasado al bando del menor de los hermanos en algo que no tenía ni voz ni voto, la única explicación era que me estaba empezando a importar el coqueto rubio más de lo que quería aceptar.

Esta vez Alexander me acompañaría en el viaje y a pesar de que pedí ir en un avión normal el idiota insistió en usar el jet privado, obligándome a permanecer cuatro horas encerrada en una pequeña lata de metal junto a él.

Después de haber sido descubierta revisando su perfil no habíamos vuelto a coincidir, sin embargo, estaba segura que él se encargaría de convertir la situación en algo más bochornoso de lo que ya era.

El pequeño aeropuerto privado de la empresa estaba casi desierto. Cerca de donde se encontraba nuestro transporte estaba Alexander sumido en una conversación con uno de los hombres de mantenimiento. Mis pasos fueron bajando la velocidad para poder mirarlo sin que se diera cuenta. Por un segundo creí que me había atrapado mirándolo, pero fue falsa alarma. Su posición cambio por algo que le estaba señalando su interlocutor y me dio una vista de perfil de su cuerpo.

La imagen que tenía en mi cabeza no le hacía justicia al verdadero Alexander. Hoy se veía un poco más sexi que el día del almuerzo en mi casa. Su barba había crecido unos cuantos centímetros dándole un aspecto más maduro, llevaba el pelo algo desordenado y mis manos vibraron por los deseos de pasar mis dedos por las rubias hebras y ponerlas en su lugar. Su traje a medida color azul marino hacia que sus ojos tomaran un tono más azulado de lo normal. Desde donde me encontraba veía un hombre apetecible el cual no dudaría en llevar a mi cama, el problema era cuando me acercaba, porque ese hombre sexi se veía como mi jefe y hablaba como mi jefe. En fin, un desperdicio de hombre. Suspiré frustrada y decidí acercarme.

-Me fascina saber que dedicas parte de tu tiempo a observarme – susurró en mi oído antes de darme un sonoro beso en la mejilla.

Me alejé avergonzada y estreché la mano al trigueño de mantenimiento. Cuándo llego la hora de nuestra partida enfile hacia mi demonio particular y ocupe uno de los asientos lejos de la escotilla, no tenía necesidad de ir recordando cada dos segundos que estaba volando por los aires.

Miré a mi alrededor y no había nada fuera de lo normal. Con anterioridad había montado en el jet privado de la empresa y me alegraba saber que nuestro piloto a bordo era Leo. La primera vez que tuve que viajar averigüé todo lo necesario sobre las personas encargadas de que llegara a mi destino sana y salva, saber de la sobrada experiencia de Leo me había infundado un poco de valor para viajar.
La única diferencia destacable era la presencia de cierto idiota que me miraba con rostro risueño.

-¿Qué pasa cariño? - pregunté sarcástica – ¿Hay algo en especial que quieras compartir conmigo o solo me miras por que no puedes controlar lo irritable que eres?

-Estaba pensado cuanto tuve que afectar tu pequeño mundo para que corrieras a saber más de mí en las redes.

-Necesitaba saber si había dejado entrar en mi casa a un asesino en serie – me justifiqué y una carcajada inundó el lugar.

-Te daré un punto por originalidad, pero ambos sabemos que la curiosidad te mataba – se burló – ahora que ya sabes que no soy un asesino o un ladrón me dejaras volver a tu casa.

Rompiendo las reglasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora