5. Die Union.

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Si alguien me hubiera dicho hace veinticuatro horas que estaría bajando la temperatura del aire acondicionado del coche para que mi hermano no tuviera calor y me matara con una bola de fuego espontánea... 

Pero aquí estoy. En el coche. A doce grados centígrados. Con suéter. ¿Mencioné que técnicamente todavía es verano?

Ya era de noche. Había llovido por el resto de la tarde, y yo me lo había pasado en mi habitación, en mi cama, abrazando a mi almohada, escuchando la lluvia. Intentando despertar del sueño más raro del mundo. No había tenido suerte, así que supongo que me toca aceptar que es la realidad. 

Luego de horas de reflexión, había llegado a la conclusión de que tenía que lidiar con tres puntos primordiales:

1. La existencia del gen Alfa, que, a menos que mis padres hayan ocultado otro pedazo de información muy importante y las similitudes físicas que tengo con mis hermanos sean una gran y conveniente coincidencia, forma parte de mi ADN. Eso me convierte en... ¿cuál era el término correcto? Ah, sí: un humano Alfa. No, no, un Homo Sapiens Alfa... Oh, cómo odio esto

2. El hecho de que mis padres me lo hayan ocultado por casi dieciocho putos años. Después de procesar y procesarlo, una y otra vez... a pesar de que ya no me sentía como una olla de cocción a punto de bullir, seguía estando furiosa. Comprendía que alguna razón debían de tener, y estaba dispuesta a escucharlos antes de decidir cómo me sentía del todo al respecto. Pero... Dios. Cómo me molestaba que ni siquiera nos lo hubieran dicho después de lo que ha sucedido con Terrence. Pudieron habérnoslo explicado antes de mudarnos. Denisse y yo pudimos habernos tomado todo el verano para procesarlo. En su lugar, mantuvieron el secreto, elaboraron alguna mentira estúpida sobre problemas de ira, y no se les ocurrió advertirnos que nuestro hermano podría accidentalmente rostizarnos.

Lo que me lleva a...

3. Terrence. Yo tenía que lidiar con el hecho de tener un gen extraño, que realísticamente no cambia nada de mi día a día; y había tenido el lujo de una explicación larga y tendida, con alcohol en el sistema y un entorno relativamente calmado. Él...  Él tenía que lidiar con el hecho de que podía prenderse en fuego, y dudo que se haya enterado de toda esta mierda de una manera tan pacífica como la mía. 

Así que, cuando finalmente salí de mi habitación, fui directo a la suya. Y cuando me abrió la puerta, no me detuve ante la sorpresa en su rostro para decirle que moviera el culo y se vistiera porque íbamos a Gogo's. Tampoco esperé por su respuesta. Me había ido directo al coche, y... henos aquí.

Se sentó, cerró la puerta, y... me miró con la cara en blanco.

– ¿Tienes calor? –preguntó con cautela.

Me entró el pánico.

– No. ¿Por qué? ¿ tienes calor?

Creo que comprendió mi razonamiento bastante rápido. Suspiró y subió la temperatura del coche, apagando el aire acondicionado.

– No voy a comenzar una fogata, Audrey.

Me aclaré la garganta.

– ¿Estás... seguro? Quiero decir, ya-

– No me prendo en fuego porque haga calor –habló pausadamente, mirándome a los ojos por primera vez desde el instituto–. Ocurre cuando me altero demasiado, o cuando, por cualquier razón, me siento bajo amenaza. E incluso entonces, no es instantáneo. Pero lo que ocurrió hoy en el gimnasio... me agotó, por decirlo de alguna manera. No voy a ser capaz de generar fuego en ningún momento cercano. No estaría sentado aquí si así fuera... – tragó, y su mirada adquirió decisión, firmeza... y dolor– Jamás te pondría en peligro a consciencia, Audrey.

Evolution ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora