15. La paradoja del villano.

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Al principio pensé que estaba lloviendo. Después pensé que era otra vez aquella rama fastidiosa golpeando contra mi ventana continuamente. Pero entonces escuché:

– ¡Rapunzel, Rapunzel, abre la puta ventana, joder!

Y me di cuenta de que eran piedritas del jardín arrojadas a propósito.

Me incorporé, mirando hacia la ventana con mechones de pelo cayéndome por la cara. ¿Tal vez había sido parte de un sueño? 

Después de casi un minuto de silencio, estuve convencida de que no había sucedido en realidad. Dejé caer mi cabeza una vez más en mi almohada, y me acurruqué para seguir durmiendo.

– ¿Qué resplandor se abre paso a través de aquella ventana? 

Abrí los ojos.

Definitivamente no había imaginado esa voz.

– ¡Es el Oriente, y Julieta, el sol! ¡Surge, esplendente sol, y mata a la envidiosa luna, lánguida y pálida de sentimiento porque tú, su doncella, la has aventajado en hermosura!

No me jodas.

Jagger.

– ¡No la sirvas, que es envidiosa! Su tocado de bestial... no, vestal, es enfermizo y amarillento, y no son sino buzones- ejem, bufones, los que los usan.

Me levanté de una y caminé directo a la ventana mientras le escuchaba machacar a Shakespeare. Cuando abrí las puertas de cristal, vi al rubio abajo en el jardín, con el móvil en la mano y los ojos clavados en la pantalla, ni pendiente de que le estaba viendo.

¡Deséchalo! –exclamó teatralmente, gesticulando con la mano– ¡Es mi vida, es mi amor el que aparece! 

– ¿Qué narices?

Miró para arriba, y al verme, me dirigió su sonrisa socarrona y me guiñó un ojo antes de volver a mirar la pantalla de su móvil.

– Habla. ¡Oh! ¡Habla otra vez, ángel resplandeciente! Porque esta noche apareces tan esplendorosa sobre mi cabeza como un alado mensajero celeste ante los ojos extáticos... hostia, los fuckboys de antes sí que se esforzaban, ¿no? –suspiró y dejó caer su brazo. Echó la cabeza para atrás una vez más para mirarme, y sonrió de oreja a oreja– Holis.

Parpadeé, un poco... estupefacta.

– Ya sé que estoy muy guapo, pero no te puedes quedar todo el día ahí mirándome, Audrey –resopló–. Se va a enfriar el desayuno.

– ... ¿Qué?

– Terrence y yo hemos pasado por Gogo's. ¡Hala, vamos! A nadie le gusta el café recalentado en el microondas. Te espero en el loft.

Sin decir más nada, se dio media vuelta y se echó a andar hacia el otro lado del jardín.

... Bueno, esa fue una experiencia interesante.

 Casi tanto como la de anoche, cuando me desperté en el sofá del loft con una manta encima, un cojín debajo de mi cabeza, y Los Vengadores peleando contra alienígenas feos en la televisión. Porque sí, me había quedado dormida de pie siendo sostenida por Kurt Dötzell. ¿Quién demonios hace eso? Yo. Esa es la clase de persona en la que me he convertido. No quiero hablar al respecto.

Kurt no se comportó de manera extraña, por lo menos. Cuando desperté, era el mismo Kurt de siempre. No habíamos tenido ninguna conversaciones al respecto, pero por lo que logré deducir, me había dejado en el sofá antes de que Jagger y Terrence aparecieran para el maratón de películas, porque ambos asumieron que simplemente me quedé dormida después de entrenar, esperándoles. Me contaron que era completamente normal agotarse así de mucho al principio; mi cuerpo no estaba acostumbrado a todo lo que podía hacer ahora. 

Evolution ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora