30. La teoría de Schnitzler.

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– ¿Seguro que no quieres nada?

– Seguro, señora Bouffard. Gracias.

Sentí la mano de Kurt en mi espalda baja mientras nos encaminábamos a la sala. 

Ahora su toque tenía un nuevo significado. No podía quitarme sus palabras de la cabeza. Todo había cambiado. 

Después de que vino Jagger, habíamos actuado como siempre. Mientras desayunábamos, entre el rubio y yo le explicamos a Kurt toda la historia. Escuchó atentamente, solo interrumpiendo para hacer preguntas en momentos precisos.

– ¿Cargaste la batería del móvil? –me había preguntado, con los ojos brillantes de la impresión cuando llegué a esa parte de la historia.

No se puso nada contento cuando escuchó el plan que Terrence había elaborado. Y casi pude escuchar sus dientes rechinar cuando le conté que había pasado un rato con Peter en el tercer piso. Cuando le contamos mi truco con los circuitos, ya estaba sacudiendo la cabeza con expresión tensa.

– Por supuesto que terminaste con fatiga. Apenas hemos practicado encender y apagar bombillos, y sobrecargaste el sistema eléctrico de una casa...

Sin embargo, más que reproche, lo único que noté en sus ojos mirando directamente a los míos fue preocupación genuina. 

– Estoy bien. –le había asegurado, en un extraño impulso por querer despreocuparle. 

Al contarle el gran final, los ojos de Kurt habían quedado clavados en la mesa, inexpresivos. Una cosa sí noté, es que no parecía demasiado sorprendido. Jagger también lo notó.

– ¿Habías visto algo así antes? 

– Solo en Höllingen. 

Su respuesta me había dejado tiesa.

Cuando Jagger se había levantado para llevar los platos al lavavajillas, Kurt había cogido mi mano y se la había llevado a los labios, dejando un beso en mis nudillos antes de llevarse nuestras tazas. 

Me había besado en la mano.

Como si fuera normal en nuestra dinámica. Como si mi corazón no estuviera al borde del paro cardiaco.

Una vez en la sala de estar de mi casa, me dejé caer en el sofá de dos plazas. Kurt ni siquiera vaciló al tomar asiento a mi lado. Normalmente, tenerlo tan cerca que nuestras rodillas se tocaban me pondría nerviosa; pero en estas circunstancias, y con la conversación que estábamos por tener con mis padres... me proporcionaba calma. Alivio, incluso. Su serenidad e imperturbable firmeza me hacía sentir segura en momentos como este. 

– Me gustaría comenzar, si no les importa. –Terrence tomó la iniciativa, cuando estuvimos todos sentados. Él y Jagger en los dos sillones individuales, y mis padres en el sofá de tres plazas al otro lado de la pequeña mesa de centro.– Todo el asunto es esencialmente culpa mía. –comenzó, mirando a mis padres de la misma manera en que había lucido anoche; vacío. Cansado. Resignado.– Hice algo estúpido, y metí a Audrey y a Jagger en problemas. 

– Ter...

– No, Audrey –su mirada fue dura cuando se enfrentó a la mía–. Estoy lo bastante grandecito como para responsabilizarme de mis propias cagadas. 

Apreté los labios y fijé mi mirada en la mesa del centro.

La mano de Kurt se posó en mi rodilla, e inspiré por la sorpresa.

– Todo el mundo hablaba de que la fiesta de los Mc'Kein iba a ser una pasada porque su padre iba a estar de viaje todo el fin de semana. Así que pensé... bueno, si los Mc'Kein tienen la mínima sospecha acerca de nosotros, esta sería la mejor oportunidad que teníamos para averiguarlo.

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