40. Fin.

1.5K 127 68
                                    




El sol se había puesto.

El veloz retumbo de mi corazón y los estremecedores truenos a lo lejos eran los únicos sonidos que me llegaba al oído.

Permanecí oculta en el bosque observando atentamente la casa que tenía enfrente, intentando captar cualquier movimiento en absoluto, pero tampoco vi nada. Ni siquiera alguien vigilando por las ventanas.

Se trataba de una pequeña cabaña de madera, tan vieja y descuidada que tenía agujeros por todos lados y parecía que podría derrumbarse si el viento soplaba muy fuerte en su dirección. No era demasiado grande, pero tenía un porche que rodeaba la fachada principal y las laterales. Jamás habría adivinado que era en dónde tenían a mi hermana, si no fuera por la furgoneta negra estacionada en frente.

Había cruzado con éxito todo el terreno frondoso desde el roble, dejando marcas en los árboles para recordar el camino. Con cada paso, me había mantenido alerta, apelando al gen para intentar averiguar si habían cámaras de seguridad o cualquier aparato electrónico oculto. No había sentido ninguna fuente de electricidad, excepto por el decadente sistema de la casa.

No había rastro de Peter por ningún lado... y prefería creer que eso suponía algo bueno. Dudaba que su intención fuera dejarse ver.

No tenía ni idea de cuántas personas había dentro de la cabaña, pero contando a mi hermana, al hombre que la empujó con una pistola, y al conductor de la furgoneta, habría por lo menos tres; el máximo era imposible de adivinar. El silencio era absoluto, sin embargo. Y me ponía los pelos de punta.

No tenía ningún plan. Y, aunque fuera gamma, sería estúpido acercarse sin más para atacar a los matones y llevarme a mi hermana.

Sabía que las fachadas laterales de la casa tenían una ventana cada una, y que el lado derecho estaba tan pegado al bosque que permanecía oculto desde el frente. Si quería acercarme (y lo hacía, porque quería estar cerca por si las cosas iban mal), tendría que ser por ahí. Así que después de varios minutos sin ninguna señal de vida, ningún sonido, ningún movimiento a la vista, decidí que era el momento adecuado.

Me moví cuidadosamente sin salir todavía del bosque, haciendo todo lo posible por permanecer oculta tras los árboles y los arbustos mientras me acercaba al lado de la fachada derecha. Cuando terminé de acercarme todo lo que pude, tuve que obligarme a mí misma a no pensarlo mucho antes de salir, o acabaría quedándome congelada por los nervios.

Lo hice. Tan rápido como pude, crucé agachada los metros para llegar al porche de la casa. El terreno en donde estaba construida era inclinado, por lo que el suelo del porche de madera quedaba a más o menos un metro de distancia de la tierra. En un movimiento rápido, salté, me impulsé con las manos, y subí. Quedé acostada y rodé hasta quedar sobre mi espalda, segura sobre los tablones de madera.

Mi pecho subía y bajaba aceleradamente, al ritmo de mi respiración, y podía sentir mi corazón desbocado debajo.

«¿Realmente acabo de hacer eso?»

Escuché un sollozo y me tensé.

Escuché también un resoplido cansado.

– Y ni siquiera te han hecho nada todavía. ¿Te vas a callar tú de una vez, o te callo yo de una hostia?

La voz era masculina, y no era joven. Era más bien ronca, como la de un fumador que llevaba años dañando sus pulmones.

– Cinco años... –continuó– Cinco años trabajando para JJ, y en esto me pone. Haciendo de niñera para una cría llorona.

– Por todas las veces que te has quejado ya, diría que el llorón eres tú, Mickey –le contestó una segunda voz, burlona.

– Vete a la mierda, John.

Evolution ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora