(Contexto: fin de semana antes de la pequeña pelea que tuvieron Kurt y Audrey en Gogo's)
Derramé el agua de la botella sobre mi cabeza, esperando que aliviara el calor.
Escuché un gran jadeo, seguido de una fuerte tos repentina. Giré mi cabeza por reflejo al origen del sonido.
La ventana de Audrey.
Mis labios se tensaron y fue verdaderamente difícil contener la sonrisa al observarla alejarse de la ventana con prisa.
Ya sabía que me estaba observando. Había estado malditamente consciente de ello desde la primera vez que sacó la cabeza por la ventana, despertada por los gritos de Jagger.
Me gustaba que me observara.
Y aunque no fuera consciente de que podía escucharla desde aquí, me encantaba los suspiros que soltaba cada tantos minutos.
Algo golpeó mi pecho de la nada.
La pelota de baloncesto rebotó contra mi cuerpo y hacia el suelo. Miré a Terrence Bouffard, quien no parecía demasiado contento. No era primera vez que me miraba con cara de pocos amigos.
Arqueé una ceja.
— ¿Algo que quieras decirme, Terrence?
— No lo sé, ¿debería tener que decírtelo?
No respondí. Le miré fijamente, y él no se intimidó ni rompió el contacto visual.
Le respetaba por ello. No todo el mundo estaba dispuesto a mantener un duelo de miradas conmigo.
— Tienes que dejarlo —dijo por fin.
— ¿Dejar qué, Terrence? —mi timbre denotó advertencia.
— Audrey acaba de pasar por una ruptura con un imbécil —no flaqueó; arremetió, determinado—. Se mudó a Vincent para disfrutar de un último año de instituto libre de dramas, y terminó en una situación aún más de mierda con el gen gamma. Si hay algo que no necesita ahora mismo, son más problemas.
— Estoy al tanto.
— Entonces para.
— ¿Parar qué? —gruñí.
Me estaba costando Dios y ayuda, pero no había hecho nada. Nada, más que mantener mi mano en su cintura ante cada oportunidad que tenía, y que me condenaran si tenía que renunciar a ello. No iba a hacerlo.
— No tengo ni idea de qué es lo que quieres con ella, y no me importa —puntalizó Terrence, firme—. Porque vas a dejarla en paz.
Y una mierda.
— Un poco imposible, dadas las circunstancias. —respondí en su lugar.
— Lo juro por Dios, Kurt, que si terminas convirtiéndote en un problema más...
— Vale, vale, ya no es divertido —Jagger, acostado en una de las tumbonas de la piscina, se incorporó en un brazo y se quitó las gafas de sol con el ceño fruncido—. Dejen de jugar a los machitos hetero a punto de pelearse.
— No tengo ninguna intención de causarle problema alguno a tu hermana —me dirigí a Terrence, ignorando la intervención de mi amigo—. Y lo único que quiero de ella es que aprenda a controlar su mutación
Mentira. Una mentira como una catedral.
Lo quería todo con ella. En todas las posiciones. Lo soñaba por las noches y fantaseaba con ello durante el día. No hacía falta más que la idea de Audrey se cruzara por mi cabeza (su nombre, su olor, el sonido de su voz, o cómo me imaginaba que sabrían sus labios), para convertirme en un puto cavernícola.
Se volvía peor cuando la tenía en persona, por supuesto. Quería follarla con una desesperación casi preocupante. Me fallaba la concentración; algo que nunca me había sucedido, ni siquiera en situaciones de estrés. A veces, cuando ella rompía nuestro acostumbrado silencio para decirme algo, tenía que fingir estar pensando en una respuesta durante varios segundos, cuando lo que en realidad estaba haciendo era intentar recordar sus palabras; porque hasta el momento había estado muy ocupado imaginándola sobre sus rodillas. Apoyada sobre sus manos. O sobre su espalda. O sobre cualquier superficie cercana.
Pero había algo mucho más preocupante.
Aunque intentaba no darle muchas vueltas a ello, estaba bastante seguro de que todas esas fantasías eran, en su mayoría, no más que un pobre mecanismo fabricado por mi subconsciente para evitar pensar en las otras cosas que Audrey me hacía sentir. Cosas que no tenían que ver con su culo perfecto (y era jodidamente perfecto; una condenada obra de arte).
Eran cosas que sentía en el pecho. El nudo que se me formaba en la garganta cuando la veía sonreír. Las ganas de pegarla a mi costado cuando la veía abrazarse a sí misma por el frío. El impulso por romperle los dientes a los imbéciles del instituto que la miraban al caminar por el pasillo, porque sabía que estaban imaginando las cosas que yo mismo imaginaba demasiado a menudo.
Y lo más extraño... aquél curioso y sofocante instinto protector. A veces, sin darme cuenta, me encontraba a mí mismo repasando todos los posibles escenarios peligrosos que podrían llevarse a cabo, y cómo respondería bajo ciertas circunstancias para mantenerla a salvo. Las cosas que estaba dispuesto a hacer para proteger a Audrey... Mataría y moriría por ella, en un parpadeo, sin duda ni vacilación. Jamás había estado tan seguro de algo en mi vida.
Y eso me tenía un poco acojonado.
— Ya tiene suficiente en su plato —añadió Terrence, menos alterado.
— Jamás haría nada que pudiera perjudicarle —le contesté. Pero esta vez, hablé con todo el peso de la verdad.
No, no quería pensar en todas las cosas que Audrey me hacía sentir, y mucho menos sentirlas. Si cruzaba esa línea, no habría vuelta atrás.
Pero eso no significaba que no tuviera la intención de hacer todo y más para asegurarme de que estuviera bien. A salvo. Segura. Feliz. En Oxford o cualquier otro jodido lugar al que quisiera ir. Yo mismo me encargaría de ello si fuera necesario. Audrey Bouffard no volvería a conocer el dolor o el sufrimiento mientras yo tuviera el privilegio de cuidarla.
Sabía que algún día, no muy lejano en el futuro, me tocaría cuidarla desde lejos.
Esto no duraría para siempre. Tarde o temprano, bajo ciertas circunstancias u otras, ambos dejaríamos Vincent, y yo no podría seguirla. No sin terminar rindiéndome a todas las cosas que me hacía sentir, y era eso lo que pretendía evitar.
Hasta entonces, necesitaba aprovechar cada minuto a su lado. Memorizar su olor, el aroma más dulce y adictivo del planeta. Grabar su voz, mi sonido favorito. Tallarme a fuego cada gesto, cada sonrojo, cada mirada que recibía de ella. Aprovecharlo para que los recuerdos me duraran por el resto de mi vida.
Todo, sin tocarla. Una jodida tortura.
Y si el mero hecho de que otro imbécil le mirara el culo me generaba instintos asesinos, no quería ni imaginar lo que me tocaría afrontar más adelante, cuando Audrey saliera con alguien; porque sucedería, eventualmente.
Pero eso era un problema para otro día. Por ahora, podía disfrutar de las excusas que nuestra situación tan particular me concedía para apartarla del resto del mundo.
Y de Peter Mc'Kein, pensé, apretando los dientes. Especialmente de Peter Mc'Kein. ¿Qué clase de persona le enviaba flores con mensajes empalagosos a una chica que acababa de conocer, de todos modos?
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Evolution ©
Genç KurguCOMPLETA. El plan era sencillo: mudarse a Vincent's Town, olvidarse de su ex, y disfrutar en lo posible de su último año de instituto antes de comenzar su verdadera vida en la universidad. Por supuesto, cuando elaboró su plan, Audrey Bouffard no tom...