14. Electricidad.

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De la misma manera en que Kurt podía "absorber" la electricidad que conducía mi cuerpo cuando mi mutación reaccionaba, resulta que también podía estimular la propia reacción. 

¿Cómo lo sé? Porque es lo que ha estado haciendo durante las últimas dos horas.

¿Mencioné que tenía que tocarme para ello?

Tan pronto como la punta de su dedo hizo tocó mi hombro, el calor en mi pecho se intensificó y un corrientazo se trasladó al punto de contacto. 

Yo jadeé, y a él le escuché sisear.

– ¡Te dije que no estaba lista! –me defendí.

– Sí, bueno, ese es el punto, Audrey –sacudió su mano como si tuviera un calambre, con una mueca de dolor.

– Dijiste que no te dolía –musité, preocupada. 

– No duele. –se recompuso, recuperando su semblante serio y su actitud de entrenador personal estricto– Otra vez.

Resoplé.

– Llevamos dos horas, Kurt, y lo único que hemos aprendido es que te duele cuando te electrocuto por accidente.

– Es el primer día, y la primera vez que intentamos esto –repuso con paciencia–. El objetivo no es que vaya bien. Lo que quiero es que te familiarices con la sensación. Que sepas identificar cuándo vas a reaccionar. Y –arqueó una ceja con soberbia– no duele. ¿Lista?

Antes de que pudiera decir no, me tocó el brazo.

Oh, por cierto, la conversación con mis padres había ido genial. Si genial fuera sinónimo de: larga, estresante, y agotadora. Perdí la cuenta de cuántas veces repetí la misma historia, o Kurt las mismas explicaciones de lo poco que había podido deducir respecto a mi mutación gracias a la suya. Papá había entrado en un ciclo de negación, donde cada quince minutos sacudía la cabeza, murmuraba "imposible", y caminaba alrededor por un par de minutos. Luego volvía a sentarse para intentar entender. 

Mamá había sido todo negocios, intentando averiguar las posibilidades de que alguien hubiera visto lo que sucedió. Después, comenzó a debatir con Kurt todas las maneras de tratar este problema. Kurt había sido admirablemente paciente, reasegurándoles a ambos que no se iba para ningún lado, y que no tenía duda de que con tiempo, esfuerzo y paciencia, podía enseñarme a contener la reacción de mi mutación. 

Luego habían pasado a discutir las estrategias a seguir para evitar a toda costa que cualquier otra persona en el jodido planeta se enterara de mi estatus gamma. Para empezar, hasta que supiéramos qué tan propensa era yo a soltar un corrientazo en el día a día, asistir al instituto no era una opción. A este paso, la doctora Kamaka iba a poder jubilarse temprano con todas las justificaciones de reposo que mis padres le pagarían por firmar.

Además, por el momento, nada que pudiera estimular mi gen de cualquier manera en absoluto estaba permitido a mi alrededor. No televisión. No tableta. No ordenador... Y no teléfono móvil. No es que esto último importara, porque al parecer anoche lo había freído por accidente durante la travesía de regreso a Vincent. 

– Todo esto resulta inútil si no estás concentrada.

– ¡Estoy concentrada!

No, no lo estaba.

– Dime qué sientes –ordenó. ¿O lo pidió amablemente? Nunca sabría distinguir con este hombre.

– Calor.

– Sí, Audrey, ya hemos establecido que sientes calor. 

Kurt era una persona paciente, pero comenzaba a sospechar que estaba rozando sus límites. Para ser justos, esta situación también estaba rozando los míos. Sentía que estaba electrocutándolo una y otra y otra vez sin ninguna razón y sin ningún resultado que lo valiera.

Evolution ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora