32.1. Lo más sencillo del mundo.

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Puse la equis en la última casilla vacía y miré el papel, insatisfecha. Era ya la quinta partida que quedaba en empate... contra mí misma.

Suspiré y dejé caer el lápiz sobre el escritorio, fastidiada. Según el reloj de la pared, todavía quedaban otros diez minutos antes de que acabara la hora. Ya había recurrido a todas las maneras posibles de matar el tiempo, excepto pensar en K... pero me rehusaba a siquiera pensar en su nombre.

Decidí examinarme las uñas. Estaban comenzando a crecer, después de semanas de habérmelas mordido continuamente. Tal vez debería pintarlas. De rojo. No, de negro. Espera un segundo... vinotinto

– ¿Audrey?

Pegué un respingo.

Alcé la mirada hacia la profesora Bass. 

– ¿Sí?

– ¿Estás... jugando a ceros y cruces?

Miré la hoja de papel con las cinco partidas empatadas, perfectamente al alcance de la vista de la profesora, y me pregunté si sería políticamente incorrecto mentir con la evidencia en la cara.

– ... Vale, sí. Pero ya he terminado el examen.

– ¿Ya?

– Sí –señalé el examen en la esquina de mi escritorio. 

– Bueno, has faltado a varias clases este mes –dijo, recogiendo las hojas para echarle un vistazo a las respuestas–. Comprendo que no hayas podido resolver todos... los...

Su frase quedó colgando a medida que sus ojos bajaban por la hoja. Un surco apareció entre sus cejas. Volteó el papel y ojeó el resto de las respuestas. Alzó las cejas. Me miró. 

La miré de vuelta, incómoda, y me encogí de hombros.

– Estudié mucho. –mentí. 

Aunque, en mi defensa, todo lo que entraba en la prueba eran cosas que me sabía casi de memoria desde los doce años.

La profesora Bass miró el resto de los papeles en mi escritorio. Eran las hojas blancas que nos entregaba para realizar los ejercicios en sucio. Luego de haber resuelto y repasado las seis preguntas del examen en los primeros veinte minutos de clase, me había dedicado a seguir mi acostumbrada rutina post-examen de modificar los ejercicios a un nivel un poco más avanzado. Después de resolver las modificaciones, me había aburrido y me había puesto a jugar ceros y cruces en un desesperado intento por no pensar en Ku... Jodido Lord Voldemort.

La profesora hizo ademán de coger los borradores.

– Oh, no, esos son solo los ejercicios en suci... –"o". Me mordí la lengua sin terminar la oración, porque recolectó todas las hojas de todos modos.

Exhalé por lo bajo y miré para otro lado. Capté una escena interesante en el proceso. Un chico se aprovechaba de la distracción de la profesora para sacar un papel lleno de fórmulas. Nuestras miradas se encontraron, y se quedó tieso, con cara de haber sido atrapado por la policía.

Mordí mis labios para reprimir mi sonrisa y meneé la cabeza, haciéndole saber que no iba a chivarme. ¿Qué clase de imbécil haría eso, de todos modos?

El alivio relajó sus facciones y me dirigió una mirada de agradecimiento antes de continuar.

– Estas son modificaciones avanzadas, Audrey –Bass releía mis escritos con concentración. Extendió su mano–. Préstame tu calculadora, por favor.

– Me... eh, me la he dejado en casa.

Me miró.

– ¿Has hecho todo esto... sin calculadora, en menos de cuarenta minutos?

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