31.2. Límite.

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¿Era lluvia lo que escuchaba?

No. Pero era agua. 

Una ducha.

¿Había alguien en mi baño? 

Voy a matar a Terrence.

Me estiré con pereza en mi cama y abrí los ojos.

... Excepto que no estaba en mi cama.

Me incorporé con un jadeo.

No. ¿No...? No. 

A los pies de la cama yacía mi sudadera, donde la había dejado. Pero el resto de mi ropa permanecía intacta en mi cuerpo. El otro lado de la cama estaba vacío, pero definitivamente desecho.

Oh

Los recuerdos se arremolinaron en mi cabeza. Había intentado permanecer despierta anoche, pero el cansancio acumulado me había ganado.  

Recordaba haber soñado con Kurt. Con tenerlo a mi lado en la cama; y como eran sueños, no me había cortado para nada al pegarme a su cuerpo, rodeándole con brazos y piernas sin ápice de decoro... pero ya no estaba segura de que todo eso hubiera sido fabricado por mi cabeza. 

El sonido del agua repicando contra el suelo de la ducha cesó, y los nervios me invadieron. Opción A: salir corriendo. Pero luego sería todo un poco incómodo. Opción B: ... hacerme la dormida, procrastinando así enfrentar el problema. Vale que no era el plan más sólido, pero escuchaba las pisadas de Kurt en el baño, así que me decidí rápidamente. 

Me acurruqué de nuevo en la cama y me tapé casi hasta la cabeza con el edredón. Me concentré en acompasar mi respiración para que mi actuación resultara creíble.

Poco después le escuché entrar en el dormitorio. Sus pasos eran lentos y relajados. Rodeó la cama, y mi corazón pegó un brinco al sentir el colchón hundirse con su peso. Unos instantes después, se metió debajo del edredón, detrás de mí... y pude sentir el calor de su cuerpo por su cercanía; pero no llegó a tocarme.

Esperé... y esperé... y terminé perdiendo la paciencia esperando a que terminara de acercarse. Estaba bastante segura de que habíamos dormido abrazados, ¿por qué demonios cortarse ahora?

... Pero las personas dormidas se mueven. Así que, fingiendo estirarme en mi sueño, logré moverme unos centímetros hacia atrás, hasta que mi espalda finalmente se encontró con su pecho. 

Su mano se posó con delicadeza en la curva de mi cadera, dejando una caricia con su pulgar en la fracción de piel que mi camisa dejaba expuesta. Ahí se quedó durante unos segundos, dificultándome todo el rollo de fingir estar dormida; era complicado cuando su toque tan simple me estaba haciendo arder en llamas por dentro. 

Deslizó su mano desde mi cadera hasta la curva de mi cintura, y luego hacia arriba por mi torso, hasta que su brazo quedó enroscado a mi alrededor. Sentí su respiración en mi oreja.

– ¿Nunca vas a aprender que siempre te descubro, cielo mío?

«Santa María madre de...»

¿Era posible tener varios ataques cardiacos, pero, como, al mismo tiempo?

A pesar de estar en plena crisis nerviosa por la manera en que me había llamado, luché por mantener mis ojos cerrados, aferrándome al pedacito de esperanza de que mi farsa llegara a colar.

– ¿No? –me abrazó más fuerte, deslizando sus labios por mi cuello– ¿Es que quieres que te siga el juego?

No podía respirar.

Evolution ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora