Un día antes de partir

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  Con sol en su cara, un joven, semidesnudo y con el caballo hecho un completo desorden despertó. Al lado suyo, una dama de cabello castaño oscuro descansaba, acostada sobre su brazo. Cerró y abrió los ojos, intentando recordar lo sucedido de la noche anterior, que por más que trataba, le resultaba imposible. Bostezó, colocando su mano derecha en su boca y, luego se sobó con ella el rostro.

  --(¿Qué ha pasado? --Preguntó mentalmente al pequeño lobo enroscado sobre su estómago, quién le respondió con una actitud calmada-- ¿De verdad nada ocurrió? --Wityer negó con la cabeza con lentitud, al igual que su compañero, acababa de despertar--. Me siento diferente --Estiró su mano hacia arriba, moviendo sus dedos--, más relajado y libre).

La bella durmiente volteó su cuerpo al sentir los tenues rayos del sol que entraban por la ventana superior de la habitación, liberando de su agarré el adormilado brazo del joven, quién hizo por levantarse, cubriendo una vez más con las sábanas, el cuerpo atrayente de Xinia.

  --¿Por qué no lo recordaré? --Susurró para sí mismo, con duda y confusión.

Se vistió con rapidez con la ropa doblada colocada sobre la mesa de madera y, con una mirada complicada, optó por reforzar los sellos de su brazo derecho.

∆∆∆
Entre el ruido, las maldiciones y las ofertas, el mercado del reino daba la bienvenida a todos aquellos interesados.  Los tenderetes, en su mayor parte tenían un letrero rectangular de madera, con el nombre de lo que ofrecían al público, o en aquellos con una reputación, con el nombre de su negocio, siendo visible desde una distancia considerable.

Entre la multitud y su ajetreo, un individuo masculino, acompañado por dos féminas de aspecto gallardo, esquivaba y se movía con rapidez entre la gente. Algunos, enfadados por un repentino golpe, se detenían para mostrarle cara, pero al ver las fieras miradas de sus acompañantes, la motivación para continuar con el acto se disolvía. No eran tontos, conocían el rango de las personas que podían permitirse contratar guardias para un paseo por el mercado y, por un descuidado golpe, no iban a perder los dientes.

  --Me dijeron que usted vende hierbas con propiedades adormecedoras --Se acercó a un tenderete, apoyándose con un solo brazo y mirando a la gentil anciana en el mostrador-- ¿Es verdad?

  --Es cierto --Asintió, escupiendo la hoja que tenía en la boca al lado de un balde de madera--, pero ahora mismo tengo solo un paquete de diez, aunque también puedo ofrecerle hierbas con buen olor; para impedir el desangrado; que evitar una inflamación y, --Se acercó a la cara del joven. Gustavo la imitó-- hierbas para la fabricación de venenos. --Dijo en voz baja.

  --Deme el paquete de diez, cinco de buen olor, diez para impedir el desangrado y, todas las que tenga para evitar la inflamación. --Dijo al alejar su rostro de la anciana.

La dama de edad avanzada asintió con una clara alegría, si decía que menospreciaba a aquellos privilegiados de las calles principales del reino, era decir poco, pero como cualquiera, amaba cuando llegaban a su tenderete para comprar.

  --Dos monedas doradas. --Dijo.

Gustavo expresó un poco de sorpresa, era demasiado por unas cuantas hierbas, sin embargo, pagó el precio acordado, no conocía el valor de las cosas y, no quería faltarle el respeto a la señora.

  --Son hierbas de calidad, joven señor --Expresó al notar su mirada--, los propios aventureros las recolectan de fuera de los muros. Puede ir a buscar mejores precios por toda la ciudad, pero créame cuando le digo, que no encontrara uno mejor que el que yo le doy. --Sonrió, metiendo otra hoja más a su boca.

  --Gracias. --Aceptó el manojo de hierbas, guardándolas en su bolsa de cuero. 

Meriel detuvo en seco a una joven que parecía querer golpear a su señor, mostrándole una fría y hostil mirada.

El hijo de Dios Vol. IIIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora