El héroe de Atguila

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  Sus pasos mostraban cansancio, fatiga por el excesivo tiempo que tomó la batalla, pero su mente, lo más fuerte de su cuerpo era la que más sufría, no por secuelas de algún golpe, o por las consecuencias de casi haber drenado la energía pura de su interior, no, era más por cuestiones del corazón, sobre la repentina relación que poseía con una desconocida, sufriendo por lo avergonzado que se encontraba al no haber podido controlar sus impulsos y, aunque tendría la excusa perfecta de la fatiga mental, no era tan poco hombre como para aceptarlo.

Se quitó ambos brazales, llenando sus brazos de agua para limpiar el polvo y la sangre seca que aún permanecía en su piel, igualmente lo hizo con su cara y cabello, refrescándose a la luz del crepúsculo. Desabrochó su peto negro, al igual que sus hombreras, colocándolas al lado suyo, mostró un torso bien tonificado y definido, propio de un atleta, que no se pudo apreciar con lujo de detalles por la delgada camisa de lino. Se sentó momentáneamente, respirando para calmar su interior y, ahí se quedó hasta ver oscurecer, que fue el momento en que se dignó a continuar con su camino, con la armadura cargándola en las manos.

  --Observa detrás de ti --Dijo una dama de rostro tímido, con una trenza negra tocando su pecho--, rápido. --Instó al jalarle de la telilla del hombro.

El joven a su lado volteó sin muchas ganas, pero cuando sus ojos percibieron la silueta de un hombre de tez morena, tragó saliva, comenzando a temblar por la excitación.

  --¿Es él? --No podía creerlo.

  --Mira la armadura en sus manos, debe ser él. --Asintió con fervor, tan enloquecida que podía caer desmayada en cualquiera momento.

  --¿Podré acercarme? --Musitó indeciso.

  --Con su permiso. --Dijo Gustavo al acercarse, deteniéndose al ver qué nadie sé quitaba del camino, por lo que suspiró, teniendo que rodear.

La pareja de amigos se quedaron de pie, embobados, mirándole como si fuera algo divino y, por las recientes noticias, parecía que eso no estaba lejos de la realidad, muchos podrían estar escépticos por las sorprendentes hazañas descritas por sus conocidos, pero nadie intentó objetar o burlarse, pues aún en la lejanía se podían escuchar las detonaciones de poder y, no solo eso, pues la brutal destrucción de las cercanías acallaba sus más profundos deseos de minimizar los actos heroicos del llamado por los que presenciaron la batalla: <<El héroe de Atguila>>.

La multitud comenzó a rodearlo, obstruyendo su libre trayecto y, buscando con sus miradas algo que Gustavo no podía percibir como amistoso. Se detuvo, curioso por la situación y, con una mirada contemplativa comenzó a observar a cada individuo presente. Muchos de ellos tragaron saliva al ver aquellos ojos cafés, teniendo que desviar su atención a los pocos segundos.

  --¿Puedo ayudarles de algún modo? --Preguntó, ni muy alto, ni muy bajo, lo suficiente para que la mayor parte de la gente pudiera escucharlo.

Silencio, un absoluto silencio, tal vez no tuvieron la valentía, o tal vez sentían que las peticiones que invadían sus mentes eran completamente fantasiosas y, de ningún modo se atrevían a hablar si iban a expresar tonterías, al menos eso pensó la mayoría.

  --¿Puedo tocarlo? --Preguntó un varón, mayor para ser llamado niño, pero no tanto para ser considerado un adulto.

Gustavo frunció el ceño, no entendiendo la pregunta.

  --¿Tocarme? ¿Por qué querrías hacer eso?

El varón bajó la mirada, ligeramente avergonzado, no atreviéndose a contestar.

  --Yo también lo deseo --Dijo alguien entre la multitud, interrumpiendo el silencio-- ¿Podría? --Le miró suplicante al lograr salir de la asfixiante zona de gente.

El hijo de Dios Vol. IIIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora