Un digno seguidor

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  Jadeó, observó la silueta ilusoria que se aproximaba a su rostro, por lo que evadió con rapidez, su brazo derecho fue rosado por el filo invisible de la estela, hizo un corte al aire, bajó el cuerpo, deteniéndose al sentir el peligro en su espalda. Volvió a jadear, escupiendo al lado suyo. Su estómago subió y bajó, sus ojos se movieron, inspeccionando todos sus ángulos, mientras que sus manos presionaron aún más la empuñadura de su espada.

  --(Tengo que vencerte). --Gritó en su interior, cargado con una fuerza y deseo de asesinar impresionante.

Esquivó nuevamente, recobrando el equilibrio y yendo a por la yugular de su oponente, uno que fue más rápido que su ataque. Hizo cortes verticales, horizontales y, diagonales, pero ni uno logró asestar en su enemigo. Frunció el ceño, su velocidad era donde flaqueaba, siempre había perdido por esa maldita debilidad y, aunque había pasado los últimos años en un interminable infierno para aumentarla, no había logrado superar sus expectativas, sabiendo que aún necesitaba mejorar, aún más. Fue golpeado, una, dos, tres veces, lo que provocó que tirará lejos su espada. Respiró profundo, sus palmas bailaron un ritmo lento y único, haciendo una curva baja y rápida, mientras sus dedos apuntaban a su enemigo. Al ver su oportunidad, desató la única técnica que poseía para un caso especial de no poseer arma alguna. Su palma derecha se movió hacia delante, girando en media luna para quedar horizontal y, a continuación, su palma izquierda la acompañó, alejándose de su pecho, apuntando al cielo en diagonal. Fue un movimiento que parecía extremadamente lento, sin embargo, fue todo lo contrario, justo cuando terminó, hubo una explosión por haber roto la primera barrera del sonido, sufriendo las consecuencias al terminar.

  --Aún no logro perfeccionarla.

Cayó de rodillas y, luego fue forzado a mirar el suelo, sosteniéndose con ambas manos, babeando y jadeando por el cansancio excesivo que su cuerpo había experimentado.

  --¡Su excelencia!

Una dama de aspecto servil y elegante se apresuró, se arrodilló y pidió por el permiso para tocar el cuerpo del noble hombre.

  --Estoy bien. --Resopló, frustrado y decepcionado de sí mismo, siempre había pensado que tarde o temprano su esfuerzo terminaría por destronar de la cima a su hermano, pero parecía que aún, después de tanto tiempo, no había logrado hacerlo.

El artefacto mágico que anteriormente había servido para crear un espejismo de un combatiente, se desactivó, haciendo que también la silueta ilusoria desapareciera.

La dama, desconfiada por las palabras de su príncipe, optó por volver a preguntar y, en su nerviosismo, tomó el brazo del joven hombre para ayudarlo a levantarse.

  --¡Qué estoy bien, carajo! --Le arrebató su brazo de manera grosera. Ya se sentía lo suficientemente mal, como para permitir que lo humillaran más dándole la mano por cansarse en un entrenamiento.

La sirvienta asintió, bajó la cabeza en sinónimo de disculpa y, se retiró dos pasos hacía atrás.

Herz se colocó de pie, limpió el polvo de la tierra de su pantalón con unos cuantos manotazos, mirando al cielo al finalizar.

  --Mi ropa. --Ordenó sin mucha energía.

  --Ahora vuelvo Su excelencia. --Se retiró a pasos apresurados a la mesa de té de la lejanía, donde estaba tendida con perfecto detalle el atuendo que el segundo príncipe se podría al terminar su entrenamiento.

Al regresar, le brindó, como era de costumbre, una bebida de frutas, luego un pañuelo con el que se limpió el sudor de su cara y cuerpo y, por último su atuendo de finos materiales.

  --Estoy feliz de verle a salvo.

El ambiente era tranquilo en el campo real de entrenamiento, siendo el ruido de la naturaleza el único que acompañaba al lugar, por lo que al escuchar la repentina voz, gruesa e imponente, hizo que los dos individuos, parados sobre el terreno de tierra, rápidamente voltearan para observar al emisor.

  --¿Geryon? --Su mirada, repleta de una incredulidad y desconcierto inimaginable, observó a la alta silueta, vestida con una armadura ligera y acompañada con un manto de hombro de viejas pieles de bestias mágicas.

El hombre inmediatamente bajó los tres escalones de piedra, acercándose con una gran sonrisa, que a miradas de desconocidos, representaba la fiel sonrisa de un bárbaro. Justo al llegar a dos pasos del segundo príncipe, cayó de rodillas, como si dos flechas envenenadas hubieran impactado en su espalda. Bajó la mirada, colocando sus manos cruzadas y tocando sus hombros.

  --Lo defraudé, Su excelencia --La dama, inquieta por lo que estaba observando, miró a su príncipe, tratando de encontrar una respuesta en ese rostro sin emoción--. Justo cuando me requiería, no fui en su rescate.

  --Ponte de pie, Geryon --Ordenó con un tono de voz más cálido que su tono normal. El alto hombre alzó la mirada, pero no se levantó--. Conozco tu personalidad, por lo que sé que hiciste todo lo posible para ir a mi rescate, así que no te culpo.

  --Debe hacerlo, le juré lealtad a usted y solo a usted, pero aún cuando debí cumplir mi juramento, no lo hice. --Estaba renuente a escuchar las cálidas palabras de su príncipe.

  --Lo hiciste, pero también juraste proteger al reino, así que --Sonrió con ligereza--, cumpliste con tu juramento.

  --Me niego a escuchar que me perdona --Alzó la voz, siendo descortés con la entidad frente a él, sin embargo, Herz no se preocupó por esos simples detalles, no con el hombre arrodillado--. Si fuera el príncipe que conozco, ya me hubiera mandado a azotar mil veces. Así que oblígueme a besar sus pies, a quedarme de pie como una estatua hasta que mis piernas no puedan resistirlo, a estar en los calabozos durante mi vida entera, pero haga algo, no solo me perdone.

Herz suspiró, negó con la cabeza y después de unos segundos de silencio, estiró su mano.

  --Levanta, Geryon. Sabes que no me gusta repetir mis órdenes.

El hombre de piel blanca como la nieve apretó sus puños, mordió sus labios con fuerza y bufó como un animal salvaje, antes de colocarse de pie sin tocar la mano de su príncipe, no podía soportar ser perdonado tan fácilmente, no por el hombre al que le había jurado lealtad.

  --Eres mi único amigo, Geryon, la única persona además de mi hermana en quien confío --Respiró profundo, observando al alto individuo--. No puedo perdonarte de algo donde tienes culpa, así que deja tus estúpidos pensamiento ¿Me escuchaste? --Geryon asintió, pero no se atrevió a observar a su príncipe.

La dama, quién mantuvo una expresión tranquila y digna de su posición, estaba en completo desconcierto, aunque había servido al príncipe por pocos días, conocía su personalidad por los diversos rumores y, las habladurías de la nobleza, por lo que al ver su actual comportamiento, la hizo sentir más que incómoda.

  --Por cierto ¿Por qué regresaste? Creía que te habían ordenado quedarte en el Norte.

  --Las cosas se han complicado, Su excelencia...

  --Su excelencia --Un hombre de porte recatado, vestimenta pulcra y mirada educada, se acercó con rapidez, interrumpiendo en el acto y sin deseo las palabras de Geryon--. Su majestad, el rey Brickjan, lo está solicitando con urgencia en la sala de estrategias.

Herz frunció el ceño al escuchar aquella orden disfrazada de petición, sintiendo cierta intriga sobre lo que ahora quería aquel maldito viejo.

El hijo de Dios Vol. IIIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora