El páramo, desierto y acompañado por una niebla blanca, espesa y lúgubre, que cubría cada mota de polvo, rama partida y cráneo olvidado. La superficie, fría e intranquila como la propia muerte, donde en el más mínimo descuido, la caída fatídica, o el enemigo sorpresivo podía aparecerse.
Ahí, justo en el medio de la nada, las chispas de la intensa batalla saltaban. Los movimientos rápidos, las luces fugaces que se convertían en explosiones rojas, los gritos ahogados, los rugidos siniestros, todo componía la hermosa melodía de la batalla.
--Maldita criatura del infierno. --Dijo en un tono bajo, repleto de intención asesina.
Su brazo izquierdo, entumecido por la continúa posición de falsa almohada para el querido durmiente, su rostro empapado por el sudor de la ardua batalla y, salpicado por las gotas de sangre de sus enemigos. Sus ojos, claros como la mañana, mientras que su cuello, repleto de venas negras, emulando lo profundo del abismo.
--¡Tus cuernos serán un buen regalo para mi amada!
Su cuerpo volvió a desaparecer, liberando del arma en su mano derecha una luz rojiza oscurecida. El brazo rojo de la enorme criatura se dirigió a su rostro, la velocidad era inhumana, pero aún con todo su esfuerzo, no logró impactarlo. Su sable hizo un giro de media luna, dejando caer un pedazo de cuerno al suelo, era largo, pesado y, afilado como su propia arma. La criatura gritó, que más que un grito podía describirse como un rugido bestial, proveniente de lo más oscuro del infierno. Por un momento la niebla se disipó en la zona donde ambos combatían, la cercanía era evidente y, la presión ejercida por ambos podía hacer que hasta el más valiente se desmayara.
--Eres más feo que un pedo. --Limpió el sudor que se había metido a su ojo izquierdo, pero no dejó de observar a su adversario.
Era una criatura humanoide, con un cuerpo musculoso y tonificado al máximo, sus pectorales, su abdomen, sus bíceps, su espalda y, sus piernas eran una completa locura, posiblemente no existía individuo humano que pudiera asemejarse a tan increíble cuerpo, o al menos aún no se conocía al afortunado. Su piel era rojiza, al igual que los orbes que tenía como ojos, su cabello era blanco, al igual que su barba, sin el color de su piel y estatura, fácilmente podría pasar como un humano, sin embargo, era evidente que no lo era y, eso lo demostraban los dos cuernos largos y curvos anteriormente imponentes que su frente había poseído.
--Humano --Habló en otra lengua, extraña y cruzada, vil y siniestra--, muerte te espera, vida no aguarda a quien camine tu sendero.
Gustavo frunció el ceño, las palabras de esa cosa lo dejaron pensativo por un segundo, sintiendo que había un profundo poder imbuidas en ellas, pues con cada entonación, su mente fue atacada, afortunadamente era lo más fuerte que poseía.
--Más de uno ha intentado controlarme --Sonrió con frialdad, hablando en su idioma, ya que aunque podía, no se atrevía a ocupar esa extraña lengua-- y, todos ellos sufrieron el mismo destino --Se acercó en un solo paso, posicionándose para hacer una estocada con su arma-- ¡Saborearon mi sable!
Una, dos, tres, cuatro... quince estocadas golpearon la dura piel del humanoide, perforando y dejando a relucir un espantoso hoyo negro, donde su sangre negra brotaba sin control. La enorme criatura vómito una gran bocanada de sangre coagulada, dejando parte de ella en su barba como decoración. Su contraataque fue inmediato, sujetando la cabeza de su pequeño enemigo con una sola mano y, ejerciendo la suficiente presión para que gritara y se colocara de rodillas. La superficie del suelo se cuarteo por la inmensa fuerza aplastante. Levantó la vista, pero tanto pronto como lo hizo, un poderoso puñetazo impactó en su cara, arrojándolo al besar el suelo con su espalda a decenas de metros de distancia. Su brazo izquierdo, el cual apenas si poseía fuerza no fue capaz de seguir cumpliendo con su tarea, tirando sin querer al pequeño lobo al suelo, quién también rodó un par de veces, empolvando su lindo pelaje.
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El hijo de Dios Vol. III
FantasySecuela del segundo volúmen del libro: El hijo de Dios. La muerte camina a cada paso que da, el dolor no abandona su cuerpo y, las pesadillas no disminuyen, sin embargo, ahora no está solo, tiene nuevas compañeras que comparten su sendero, en busca...