Responsabilidad (2)

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  La sala de reuniones era espaciosa, no tanto como la sala del trono, pero si como para ser llamada grande, con la diferencia de que está estaba equipada especialmente para un lugar de charla, donde destacaba la enorme mesa de madera rectangular, con las veinte sillas colocadas a su lado. En la extremidad derecha de la mesa, sentando en la más fina silla, se encontraba un hombre adulto, vestido de túnica oscura y con una expresión seria, en los dedos de sus manos descansaban siete anillos, cada uno con diversos símbolos tallados en el brillante material, mientras que en su cuello, un hermoso medallón bailaba con cada sutil movimiento.

  --Aún no ha llegado. --Susurró el consejero en el oído del hombre adulto.

El rey asintió, pero no optó por voltear para observarlo. La dama al lado del consejero real continuó masticando mientras observaba más allá del umbral de la puerta.

  --Su Majestad. --Dijo un hombre de aspecto duro, mirada firme y porte militar. Su saludo fue respetuoso, pero sin aquella ostentación de la nobleza.

  --Tome asiento, general Ufa --Dijo el consejero real--. En unos momentos, Su Majestad hablará.

Ufa asintió, tomando asiento en una silla lejana de Su Majestad. Poco a poco otros hombres y mujeres llegaron a la sala de reuniones, saludaron al rey y, al igual que el general, fueron enviados a sentarse. El ambiente era pesado, la mayoría de ellos habían ocupado pergaminos de transporte para llegar cuanto antes al palacio, no teniendo el tiempo para vestirse apropiadamente, sintiendo que cada segundo era importante, sin embargo, al presenciar el largo silencio y el suspenso de la situación, la curiosidad por la que habían sido llamados se volvió imposible de aguantar.

A los pocos minutos, se escuchó un estruendoso ruido, acompañado de una luz azul, que no logró ser apreciada por los sujetos al interior de la sala. La mayoría se alarmó, pero al notar el tranquilo rostro de su monarca, optaron por calmar sus impulsos.

Fuera de la sala de reuniones, dos hombres se preparaban para entrar, pero sus planes cambiaron al escuchar la fuerte detonación. El general desenvainó, mientras que el joven hombre observó a la lejanía con un poco de curiosidad.

  --Espera Geryon, creo que sé de que se trata esto.

El alto hombre observó a su amo, asintiendo al confiar en su palabra. No tardaron ni un minuto en descubrir quién había provocado aquel poderoso ruido. A lo lejos, acompañada de un aura oscura, una dama de túnica morada, párpados pintados de negro, largas pestañas y, labios carmesí, caminaba con tranquilidad, acercándose a los dos hombres con una sonrisa astuta.

  --Meira. --Dijo el segundo príncipe con una expresión complicada.

  --Sabia Meira --Corrigió--, aunque le cueste trabajo pronunciarlo, segundo príncipe. --Sus ojos no poseían ni la más mínima pizca de respeto por el individuo de sangre real frente a ella, era como si estuviera en presencia de un infante, de alguien que solo había vivido durante un par de días.

Geryon apretó los dientes, mirando con despreció a la maga, no odiaba a los lanzadores de hechizos, en realidad los respetaba, sin embargo, era todo lo contrario cuando el nombre de Meira aparecía, no solo insultaba a su señor en cada oportunidad que tenía, sino que también estaba aliada con el villano de Katran y, eso para él, era el mayor insulto del mundo.

  --Me gusta más tu otro título. --Sonrió.

La dama endureció el semblante tan solo por un segundo, siendo forzada por la situación a guardar su enojo y, con una sonrisa que no representaba para nada la belleza de la expresión, observó al joven hombre.

  --Tu padre espera. --Dijo y, con una completa indiferencia se dirigió a la entrada de la sala de reuniones.

Herz y Geryon observaron como la silueta de la dama desaparecía, respirando y expulsando su enojo al no poder hacer más.

El hijo de Dios Vol. IIIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora