El tonto y el plebeyo

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  Gustavo y compañía salieron de la tienda caminando sin rumbo, el joven, quién lideraba el camino, estaba inmerso en sus pensamientos, aún procesando la historia fantástica que le habían contado, mientras que las damas a sus espaldas, transitaban de manera tranquila, pero imponente, entregando el mensaje de que cualquiera que se metiera en su camino, sería apaleado sin piedad.

  --(Sé que te lo he dicho muchas veces, compañero --Miró al pequeño lobo--, pero este mundo es demasiado increíble --Wityer lo observó, asintiendo, aunque no había comprendido por completo su frase--. Monstruos, Dioses, armas, bestias, tantas cosas que en mi vida anterior nunca podría haber imaginado)

Un grupo de cinco individuos se acercó, sumidos en una plática llena de maldiciones e historias ficticias, que solo un ingenuo creería, mientras que, detrás de los tres sujetos que lideraban el camino y platicaban plácidamente, se encontraban sus dos guardianes, hombres grandes y de rostros duros, vestidos con finas armaduras ligeras. Gustavo, al haberse perdido por completo, no midió bien sus pasos, golpeando con su hombro el del sujeto que pasaba al lado suyo.

  --Una disculpa. --Dijo al recuperar sus sentidos.

El hombre afectado frunció el ceño, su expresión se llenó de un asco increíble, mientras saltaban las venas de su sien.

  --¿Una disculpa? --Lo miró a los ojos-- ¡Tú me tocaste! ¡¿Qué te has creído plebeyo?! --Le regresó la pregunta de forma hostil.

Las damas inmediatamente se colocaron en guardia, mostrando sus expresiones frías, con sus manos sujetando las empuñaduras de sus armas. Los dos hombres de aspecto duro sonrieron de manera arrogante, mirando con desden a ambas guerreras.

  --No entiendo tu pregunta. --Respondió Gustavo sin perder la calma.

La dama al lado del joven afectado, también expresó asco al ver a Gustavo, mostrando un rostro orgulloso y arrogante.

  --Eres una mierdecilla sorda --Escupió al suelo en un acto de menosprecio--. Gellius, Wigan, enseñénle modales a ese plebeyo apestoso --Ordenó, mientras su mirada era atrapada por los rostros agraciados de las dos guerreras--. Yo --Sonrió de manera lujuriosa--, me divertiré un poco con esas soldaditas.

  --Sí, señor Algrag. --Dijeron al unísono, mostrando sonrisas siniestras, acercándose de manera calmada para infundir más temor.

Los dos individuos aún en silencio, esperaron el desenlace de todo con una sonrisa juguetona, amaban ver cómo su gran amigo impartía un poco de orden en la ciudad, en especial cuando iba dirigido hacia aquellos sucios y maleducados plebeyos.

  --Un paso más y no tendrás extremidad para limpiarte el culo. --Advirtió Meriel.

Los hombres comenzaron a reír, de verdad apreciaban los buenos chistes y, parecía que aquella mujer, era la mejor bufón del mundo.

  --No es necesario --Dijo, aún con su habitual calma. No deseaba causar un alboroto en una ciudad desconocida y, menos cuando todavía no había encontrado lo que buscaba--. Me he disculpado contigo --Lo observó con seriedad--, desees o no aceptarla, será tu problema --Miró a sus compañeras--. Vámonos. --Las damas asintieron.

  --No irás a ningún lado mierdecilla, todavía no --El joven se acercó con rapidez ante Meriel, apareciendo en su rostro de hombre puberto, una sonrisa poco educada--. Sin embargo, soy alguien de buena enseñanza y, como dice mi padre, nunca es malo mostrar misericordia --Acercó su mano lentamente al pecho de la dama-- y, yo te la concederé, si me dejas probar a tu...

  --Solo la mano. --Dijo Gustavo en un tono frío, interrumpiendo la última frase del joven.

Meriel sonrió con malicia y, en el movimiento siguiente sujetó con fuerza la mano del muchacho, rompiéndosela con crueldad.

El hijo de Dios Vol. IIIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora