Intriga

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  La luz lo cegó por un momento, siéndole imposible vislumbrar. Fue obligado a bajar la mirada, jugando con sus ojos para recomponer su visión.

  --¿Dónde estamos? --Preguntó Meriel, sorprendida por la cuantiosa flora que la rodeaba.

  --No lo sé. --Negó con la cabeza, sacando inmediatamente un pergamino mágico de ubicación de su bolsa de cuero.

  --No lo desperdicies --Dijo Ollin--, nos encontramos en las Llanuras de Olir'kyl, cerca del territorio del Último Santo.

Gustavo y Meriel mostraron su confusión al escuchar los nombres de los territorios, pues en el mapa que había logrado conseguir gracias a los buenos samaritanos del gremio de aventureros, no aparecía ninguna zona llamada así, aunque si nombraban a ese tal: Olir'kyl.

  --¿Seguimos en el Bosque de las Mil Razas?

  --¿Lo dices de verdad? ¿Estamos cerca del territorio del Último Santo?

La dama pelirroja y el hombre de barba trenzada preguntaron al mismo tiempo, con distintas expresiones y tono, ya que mientras una mostraba confusión, el otro expresaba expectación y alegría.

  --Sí, a los dos. --Dijo sin un cambio en su tono normal.

Ktegan respiró profundo, sonrió y casi se le salieron las lágrimas, estaba a nada de su ansiado destino y, por fin, después de tanto tiempo podría cumplir su promesa.

Xinia estuvo más interesada por la extraña puerta detrás de ella, que por la conversación y, que, para su sorpresa se encontraba cerrada, encontrando como marco la nada misma, pues por increíble que pareciera, no había nada deteniéndola, solo ella, acompañada de lo que un día fue una construcción colosal y majestuosa. Caminó un poco más, tratando de averiguar que era lo que ocultaba detrás de ella, encontrándose con que la respuesta era decepcionante, ya que no había nada, solo una escalinata cuarteada y polvorosa, con un enorme pilar a sus pies.

  --Esto era un santuario --Apareció el alto hombre negro a sus espaldas, hablando con un poco de calma--, no sé a qué divinidad estaba dirigido, pero si me pongo a intuir y, por las cosas que observé en el lugar donde estuvimos, la única Diosa que se me viene a la mente sería Prezil. --Hizo una ligera mueca al pronunciar el nombre de la Diosa, pero su expresión no cambió después de ello.

  --Es interesante, pero tengo una duda ¿Por qué aparecimos fuera del santuario y no dentro?

Ollin sonrió por la sorpresiva e inteligente pregunta de la dama del escudo, le agradaban las personas curiosas.

  --Los antiguos Dioses y humanos construyeron muchas fortificaciones en cada lugar de los cinco continentes en tiempos de la Gran Guerra --Humedeció sus labios--, a veces se construían con poderosos hechizos de ilusión, otras se desplegaban con artilugios que permitieran la levitación, o en algunos otros casos con construcciones señuelos, este santuario es de esta última opción. La gran puerta que vez está hecha de aleaciones de metales mágicos, así como de árboles sabios y, esos dibujos tallados que vez --Le señaló con la mirada--, no solo sirven para representar la historia antigua, sino que son contenedores mágicos, si tuvieras el poder de los Dioses primigenios, o de los grandes humanos de la antigüedad, podrías descubrir los secretos que aguardan en esos tallados... ¿Sorprendida? --Alzó sus comisuras al notar su expresión-- Lo sé, yo mismo lo estuve cuando me enteré de esa información y, bien, para responder tu pregunta --Carraspeó--. La razón por la que aparecimos fuera de la puerta, es por el vínculo sangre-aliado que está escrito en este sello --Señaló a la base de la puerta, pero Xinia no encontró ni rastro de lo que debía observar--. Es verdad, lo lamento --Dijo con sinceridad--, solo puedes observarlos si tienes una alta percepción mágica, o si hubieras nacido con los Ojos de Blin.

Xinia asintió, pero no sé sintió mal por no ver el sello, en realidad estaba satisfecha por escuchar la explicación del nuevo amigo de su señor/compañero, entendiendo que en el mundo había más de lo que un día pensó. Alzo la mirada, observando el infinito cielo y, sintiendo una ligera melancolía.

  --Ley, Spyan, Carsuy --Derramó una lágrima--, espérenme un poco más, les prometo que cuando nos reunamos, les contaré todas mis aventuras.

∆∆∆
Ciudad capital - Reino de Atguila.

Las cuerdas del instrumento callaron el murmullo que predominaba en el tenuemente iluminado recinto, prestando atención casi de inmediato a la dama de sombrerillo caído, parada en la tarima de madera y, recargada sobre un banco alto. Remojó sus labios con su lengua, observando a los presentes con una solemne y tranquila mirada.

"Nadie conoce su origen, ni como llegó, pero todos conocemos lo que sacrificó. Esta es una historia en su honor y, espero que los presentes la disfruten al igual que yo"

Terminó de declamar en rima, comenzando con el jugueteo de las cuerdas de su instrumento, creado una melodiosa y fantástica tonada.

"Un día soleado... un joven llegó... desconocido para todos... al gremio se presentó... nadie lo sabía... pero en ese entonces ocurrió... la primera maravilla... que él creó... cinco estrellas... él consiguió... haciéndose acreedor... de muchas miradas que en ese momento no entendió... los presentes no sabían... que en presencia estarían... del joven que algún día... sus traseros salvaría... y aunque muchos pensarían que esto es mentira... Sin Nombre ese día nació..."

Tocó la superficie de madera, con el acompañamiento de sus cuerdas, relajando a muchos y envolviendo a otros.

"Un día como cualquiera... a la mazmorra se adentró... buscando..."

El relato con el acompañamiento del instrumento de cuerdas continuó, sin embargo, el ceño fruncido de un joven de capucha negra y, un feo sonido de su boca despertó al hombre a su lado.

  --No era necesario que pidieras esa historia. --Dijo disgustado.

  --A veces me da demasiado crédito, Su excelencia --Dijo, levantando sus labios en una indescifrable sonrisa--, pero debo sacarlo de su error, pues, yo no le solicite a la trovadora aquella historia. 

  --Me pediste venir de incógnito, pero revelas mi título en la primera oración que sale y, me pides confianza, cuando eres el primero que la destruye. --Apretó el recipiente de madera, pero no ejerciendo la suficiente presión para romperlo.

  --Preste atención a los alrededores, nadie nos está enfocando, además --Levantó la mirada, observando el techo oscuro--, hay alguien siempre listo para actuar --Guardó su sonrisa--. Y con sinceridad le digo, yo no fui quién solicitó aquella historia. --Dijo con un tono serio, sin ápice de emoción en sus ojos.

  --Entonces ¿Quién fue? --Preguntó interesado por escuchar la excusa del hombre.

  --Ella. --Señaló con sus ojos a la barra del tabernero.

Entre los suaves cánticos de la cantacuentos, una bella dama de cabello largo y negro, bebía sin querer detenerse el alcohol de su vaso, sus mejillas estaban coloradas y, sus ojos se notaban perdidos, pero aun con el brillo de la sabiduría deslumbrando de sus pupilas. Bajó la mirada, mordiendo su labio, susurró un nombre, tan extraño para la gente presente, como para sus más allegados, alzó la mirada, observando a la dama de sombrerillo caído, sonriendo al escuchar su hermosa interpretación y, repitiendo con dolor aquel nombre extraño. Gustavo, Gustavo, era lo que repetía y, al no soportarlo, bajó del banco, saliendo de la taberna tambaleándose por la alta dosis de bebidas alegres.

El hijo de Dios Vol. IIIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora