Antes de la tormenta

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  Gustavo respiró profundo, no atreviéndose a hacer ni un solo ruido, la sola presencia del individuo frente a él era suficiente para impedir que respirara con normalidad. Al momento del parpadeo, se escuchó el sonido de un arma enfundarse, lo que provocó que inmediatamente levantara el torso, sin embargo, al hacerlo, un dolor indescriptible comenzó a aparecer en varias partes de su cuerpo.

  --Estas herido, no te muevas. --Dijo con un tono frío.

La voz era imponente, fuerte y, con un toque bestial, pero por extraño que pareciera, Gustavo no se sentía intimidado, al parecer el individuo no era hostil hacia él, algo que lo desconcertó, ya que se sentía como un conejo frente a un lobo feroz.

  --Gracias... --Dijo con dificultad.

El individuo guardó silencio por un momento, las palabras del joven lo habían sorprendido momentáneamente, sintiendo algo peculiar en él. Gustavo se sintió su pecho y notó que ya no poseía su armadura y, en su cintura tampoco se encontraba su sable.

  --Disculpe, pero...

  --No te inquietes, tus cosas aquí están.

Gustavo suspiró aliviado, pero justo en el momento que sintió que todo estaba bien, el recuerdo de alguien importante apareció en su mente.

  --Wityer --Dijo en voz alta--... debo encontrarlo.

Se forzó a levantarse, sintiendo un inmenso dolor, uno que fue reflejado en sus gemidos ahogados.

  --Estas herido, no te muevas. --Repitió con el mismo tono.

  --Agradezco... lo que ha hecho por mi... en verdad... pero mi amigo... sigue allá afuera... y no puedo permitirme abandonarlo...

Entrecerró los ojos por el dolor, mostrando una fea mueca, se apoyó con sus manos al suelo, pero no logró levantarse y, justo en el momento que iba a intentarlo de vuelta, una gran mano sujetó su frente, impidiendo que lo volviera a intentar. Levantó la mirada para observar al individuo, pero lo único que logró observar fue oscuridad, era como si de las propias sombras hubiera salido esa extremidad.

  --Dime su aspecto, yo saldré a buscarlo.

  --Gracias --Fue lo único que pudo salir de su boca, en verdad se sentía agradecido, la carga sobre sus hombros se aminoró un poco, amaba mucho a su fiel amigo, pero hasta él sabía que con sus heridas, no podría sobrevivir ahí fuera--... muchas gracias --Guardó silencio por un momento--... Es un pequeño lobo --Dijo con ligero dolor--... de pelaje blanco azulado... Está dormido... y no creo que despierte --Al sentir que la mano dejaba su frente, una lágrima resbaló por sus mejillas--... Por favor, tráigalo a salvo...

  --Parece que te juzgado mal, humano.

La oscuridad comenzó a disminuir, dando paso a qué las luces de las llamas alumbraran un poco más los alrededores. A unos diez pasos de dónde estaba recostado Gustavo, se encontraba una piedra ceremonial, con varias sellos antiguos a su alrededor, conteniéndola en una cúpula ilusoria.

  --¡Wityer! --Gritó al ver al pequeño lobo recostado en esa piedra lisa y, con la voluntad que lo caracteriza se levantó, sufriendo un dolor inmensurable.

  --Lo vuelvo a repetir, te he juzgado mal. Sin embargo, debes descansar.

Gustavo sintió un golpe preciso en su nuca, acción que provocó que perdiera el conocimiento en el acto.

∆∆∆
Acompañado por un hombre alto, un joven individuo, de cuerpo delgado y mirada astuta entró a una tienda hecha de pieles de bestias mágicas, protegida por hechizos menores de protección y de alto nivel de antiobservación. En el interior, las antorchas largas iluminaban los alrededores, permitiendo vislumbrar los muebles de madera y la gran mesa con mapas estratégicos regados sobre ella y, al contorno de la misma se encontraban varias personas, conversando en tonos bajos.

  --Su excelencia. --Saludaron los dos guardias al interior de la tienda, haciendo un saludo marcial que duró poco menos de dos segundos.

Algunos callaron al notar la presencia del segundo príncipe, mientras que otros continuaron con sus discusiones, no prestando atención al recién llegado.

  --... Ahora mismo la entrada Oeste es la que más enfrenta peligro. Según los exploradores, no han encontrado rastros de bestias peligrosas en las otras entradas. Por lo que aquí colocaré las trampas. --Mencionó el estratega en función, moviendo una estatuilla por el mapa de los exteriores del reino. Sus dos aprendices asintieron, estando de acuerdo con las palabras de su maestro.

  --Estratega Hamson ¿Ya has establecido una estrategia?

  --Más de una, Su excelencia. --Dijo con un tono respetuoso.

  --Deseo escucharlas.

El hombre calvo y de barba blanca asintió, quitando las estatuillas que anteriormente había colocado. Una dama de cabello negro se colocó de pie, acercándose a la mesa con una actitud seria y fría.

  --Señorita Amaris. --Saludó Herz.

  --Segundo príncipe. --Devolvió el saludo.

Geryon bufó como una bestia, claramente disgustado por el poco respeto que la dama le había dado a su señor. Poco a poco cada uno de los presentes se acercó a la mesa de planificación.

  --Protegeremos la retaguardia como todos saben --Dijo en alto el estratega--. Al desconocer la raza, el número y la categoría de las bestias que enfrentaremos, aparte de tener un tiempo limitado para la planificación, solo he podido crear cinco estrategias con un alto porcentaje de éxito...

El interior de la tienda guardó silencio para escuchar con detalle las palabras siguientes del estratega, pero justo en el momento que se disponía a hablar, el sonido de varias campanadas hizo su aparición.

  --¡¡Las bestias se acercan!! --Gritó alguien afuera de la tienda.

De inmediato y sin dudar un solo instante salieron del lugar, con expresiones que definían cada una de las emociones de un guerrero: ansiedad, miedo, expectación, impaciencia, etcétera. Cada uno de ellos habían enfrentado a la muerte en más de una ocasión, pero como decía un viejo refrán del Norte: Hasta los fuertes enemigos, son mejores que los desconocidos.

Muro interior del reino. Entrada Oeste.

Bajó el rayo poderoso del medio día, un hombre de edad madura apreciaba el horizonte, su mirada penetraba el más allá, con la intención de conocer a su enemigo, mientras su mano derecha apretaba la empuñadura de su espada con furia, podía sentir su corazón palpitar, así como sus innumerables cicatrices.

  --Oh, Gran Señor de la Guerra, solo una batalla más --Rezó como solo los creyentes pueden hacerlo--. Oh, Dios Sol, creador de todo y dador de vida, bendice a este humilde humano para completar tu tarea...

Justo antes de acabar de hablar, el poderoso y ensordecedor rugido de una bestia antigua hizo su aparición, petrificando a todos los Atguilenses presentes.

  --Su Majestad, Irtar a terminado los preparativos. --Dijo un hombre adulto a espaldas del hombre de edad madura.

  --Excelente --Su mirada no abandonó el más allá de sus tierras--, es momento de mostrar a esas malditas bestias el poder de Atguila.

El hijo de Dios Vol. IIIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora