Un solo camino

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  La vela jugueteaba con el viento y, él admirada el vaivén de su bailar, respirando con tranquilidad, una que no había tenido en mucho tiempo. Dejó ir su tensión al sumergirse por completo en la tina de madera, perdiéndose en un trance. Los años parecían haber retrocedido hasta una edad temprana en su infancia, donde de pequeño jugaba al lado de sus hermanos a corretearse, terminados empapados de lodo si días antes había llovido, o de tierra si el suelo no había sido refrescado; aguantando los regaños de su madre, las sonrisas despreocupadas de su padre y tíos; la estricta personalidad de su abuelita y, la compañía de su amada Monserrat. Maldito y bendito tiempo, una frase que podría estar en mente de todos, desde el hombre recién salido de las cavernas, hasta el hombre viajando a la velocidad de la luz en un vehículo espacial.

Volvió a la superficie, jadeando por la falta de aire y, con su respiración agitada. Se limpió la cara con su mano necrótica, suspirando nuevamente al recordar todas las tareas pendientes por resolver.

  --Wityer, amigo mío --Observó el techo, descansando sus brazos en el contorno de la tina--, resiste, prometo que te llevaré de vuelta a la villa y haré que te recuperes. --Prometió, apretando el puño con resolución.

Salió de la tina a los pocos minutos, tomando un par de trapos colocados al lado del enorme recipiente de agua, encima de un banco de madera. Se secó todas las partes importantes de su cuerpo, disfrutando del olor a hierbas y flores distribuido uniformemente por toda la habitación. Buscó en su bolsa de cuero el calzón de tela que iba a ponerse, para luego colocarse un camisón largo color hueso y, sin esperar nada se lanzó a la cama, envolviéndose entre las suaves sábanas y, fue ahí donde entendió el tan alto precio de la habitación, quedándose dormido sin lograr hacer su oración nocturna y, sin besar su preciado relicario.

∆∆∆
Mordió el fruto naranja con puntos blancos, derramando un poco del jugo en el suelo. Su espalda apuntaba a una enorme estatua de piedra blanca, que representaba al patrono del reino: el dios Sol, mientras él observaba el solitario mercado que tan solo un día antes se encontraba repleto de gente, pero ahora no, muchos de los residentes en una edad de trabajo fueron "invitados" a ayudar a acarrear piedras, limpiar escombros, o servir de alguna manera para recuperar rápidamente las defensas de la ciudad.

  --¿Era necesario tanto misterio? --Preguntó sin emoción, pero sin desviar su mirada de los puestos desolados.

Susurró, levantando un hechizo en las cercanías y, con una lentitud dramática quitó la capucha negra que obstruía la belleza de su rostro. Sus ojos verdes admiraron el perfil del joven, sonriendo con una coquetería natural y muy difícil de imitar.

  --¿Tanto miedo me tiene? --Preguntó, volteando a ver a la dama, quién alzó las comisuras de sus labios, pero sin expresar nada con sus ojos.

  --Sería una tonta si no empleo mis debidas precauciones --La piedrecilla color verde que descansaba en su entrecejo con la ayuda de una delgada cadena de oro bailó--, después de todo, casi mataste a una bestia de leyenda por ti solo.

Lamió sus labios luego de quitar la fibra de la fruta que se había quedado en su paladar, tirando las sobras en el suelo.

  --Comience a hablar, maga ¿Qué es lo que desea de mí? ¿Por qué me pidió que viniera? --Estaba un poco fastidiado e impaciente, quería salir cuanto antes de la ciudad para ir en busca de algo que pudiera ayudarle a abrir un sello de transporte al hábitad de los ber'har, solo así podría ayudar a su fiel amigo.

  --Demasiado apresurado --Dijo, jugando con el anillo de su dedo índice. Gustavo captó con rapidez la peligrosidad que escondía, haciendo una mueca, pero sin hacer ningún movimiento--, pensé que los hombres como tú les gustaba vanagloriarse de sus hazañas. Y más con una dama hermosa como yo.

  --¿Me dirá? --Se colocó de pie, mirándola seriamente-- O me largo.

  --Claro --Asintió, aceptando la derrota--, lo haré --Su mirada se tornó solemne, digna de una maga con su título--. Sé que buscas un objeto con símbolos antiguos tallados en el --Gustavo volvió a sentarse, mirándola sin decir una palabra, estaba más que interesado en lo que estaba por decir, pero al mismo tiempo agudizó todos sus sentidos por si había una táctica oculta--. No busco hacerte daño --Dijo al notar su rígida compostura--, en realidad, no me siento con la confianza de poder hacerlo y salir viva. --Sonrió nuevamente, pero Gustavo notó la falsedad y astucia en aquella mueca.

  --No asesino humanos, puede estar tranquila.

  --Esa aclaración me da más miedo, porque tus ojos son claramente los de un asesino. --Respondió, volviéndose hacia él.

  --¿Sabe algo sobre lo que busco? ¿O solo quiere hablar de cosas sin importancia? --Interrumpió el silencio, mirándola fijamente.

  --No sé que es lo que buscas --Dijo con sinceridad--, pero te puedo dar una pista sobre el lugar donde puede estar.

  --¿De verdad? --Meira asintió-- ¿Y cuál será el precio?

  --Una promesa.

  --¿Promesa? --Frunció el ceño. La maga volvió a asentir-- ¿Qué es lo que quiere que prometa?

  --Que si encuentras ese objeto, deseo que me lo preste para mis investigaciones.

Gustavo guardó silencio, meditando la solicitud, no era una mala propuesta, pero la maga no le inspiraba confianza y, tampoco sabía si el dios del Tiempo estaría de acuerdo si prestaba uno de sus objetos, teniendo un conflicto interno.

  --Parece que acerté en la importancia que le tienes a ese objeto --Añadió al ver la indecisión-- y, aunque desconozco si conoces su funcionamiento, yo sí lo hago, o al menos es el sentimiento que tuve al ver el dibujo.

  --¿Dibujo? ¿Qué dibujo? --Preguntó intrigado.

  --El que el segundo Príncipe le dio a sus agentes. --Respondió, con los ojos bien clavados en la expresión del joven, quedando insatisfecha por su imperturbable mirada.

  --Bien. --Asintió, levantándose.

  --¿Bien qué? ¿Estás de acuerdo?

  --Lo estoy --Volteó para mirarla, extrayendo otro fruto de su bolsa--. Me conoce y ha presenciado mi poder --Limpió la fruta en su ropa--, provocarme o hacer uso de tácticas engañosas no le beneficiarán, ni a usted, ni a quién esté meneando los hilos detrás suyo. Y con esa premisa, aceptó su propuesta --Su mirada se tornó seria y resuelta, propia de él--. Yo, Gustavo Montes, le doy mi palabra con mi honor de por medio que cumpliré con mi parte del trato --Mordió el fruto al terminar--. Ahora, el mapa. --Estiró su mano.

Meira quiso preguntar por ese nombre tan extraño y, no solo ello, la promesa en sí, junto con esos peculiares ademanes le resultaban sumamente intrigantes y, como buscadora de la verdad estaba curiosa por saber, lamentablemente el individuo frente a ella no era alguien común, entendiendo que era momento de guardar su interés, tal vez en un futuro podría preguntarle. Giró su muñeca, apareciendo un rollo de papel café.

  --Una promesa no se rompe ni con la poderosa espada roja --Dijo de forma ceremoniosa, colocando el mapa enrollado en su mano--. Espero que lo encuentres por el bien de ambos... Y --Se levantó, mirándolo a los ojos--, cuídate, el lugar al que te diriges es una zona de muerte, ni los mejores magos se atreven a vagar por esas tierras.

  --Aprecio la preocupación --Guardó el mapa--. Sí encuentro lo que busco te volveré a ver, si no es así, está es la despedida.

Le lanzó su última mirada antes de voltear al frente y comenzar a caminar. Meira quiso preguntar a qué se refería con aquello, pero cuando recuperó la compostura ya era demasiado tarde, pues el joven ya se encontraba lejos.

El hijo de Dios Vol. IIIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora