CAP 10

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Un día antes del Torneo de los Tres Magos, me encontraba sola en el Gran Comedor desayunando mientras leía el Profeta. Mi mente estaba tan concentrada en el periódico y la comida que ni siquiera me fijé en el paquete que una lechuza había dejado frente a mí.

Thomas seguía en su cuarto; al parecer, la noche anterior se había desvelado y le costó mucho levantarse. Camille, en cambio, se despertó a primera hora del día para encontrarse con Egil, así que me encontraría aquí más tarde. De reojo vi a Neville que tomaba asiento junto a mí, me saludó con un movimiento de mano y respondí con una sonrisa. El ambiente se percibía muy tranquilo, lo cual me agradaba. No parecía ser una mañana agitada; después de todo, era nuestro último día de clases, y todos en Hogwarts ya empezaban a relajarse.

Mientras me metía un gran pedazo de pancake, Neville me llamó, giré mi rostro de inmediato.

—Gall, creo que... te dejaron un paquete —señaló algo frente a mí.

Bajé el periódico y vi una caja mediana gris. Traté de masticar lo más rápido posible, pero era imposible; me había metido un gran pedazo.

—Gracias, Neville —le agradecí con la boca llena.

Dejé el periódico a un lado de la mesa y tomé con cuidado el paquete. Estaba segura de que no era de mis padres o mi abuela; ellos siempre usaban una envoltura roja que aparentaba ser varias hojas secas unidas. Esta envoltura era lisa y fina, de un color gris oscuro, simple pero al mismo tiempo elegante. Miré a Neville, tratando de verse disimulado, pero algo le había atraído a mirar la caja.

—¿Estás seguro de que no era de nadie más? —pregunté dudosa de abrirlo.

—Sí, una lechuza lo dejó al frente tuyo —explicó.

Asentí y empecé a abrir el papel con apuro por saber qué era y de quién. Al descubrir la caja, una carta se encontraba pegada sobre la tapa. Fruncí el ceño y suspiré.

—Qué extraño paquete —murmuré más para mí que para Neville.

—¿Y si es una trampa? —preguntó inocentemente.

—No creo. ¿Quién podría enviar un paquete para hacerme daño y justo aquí?

Neville me miró indeciso y se encogió de hombros.

—Quizá Pansy, Crabbe o Goyle.

—¿Tú crees? —observé el paquete y tomé la carta que se despegó de la tapa con facilidad—. Bueno, no lo sabré si no me arriesgo.

Al abrir el sobre y revelar lo escrito, mis mejillas se pusieron al rojo vivo, y mis ojos se abrieron de par en par. Neville había leído el remitente, así que fingió toser, aparentando que ni siquiera puso los ojos encima.

Aclaré la garganta y empecé a leerla. No era necesario ver el nombre de Draco porque ya conocía su letra, qué desgracia.

Hola, Gall.

Sé que es una tontería de mi parte, y fue mi culpa que todos se hayan enterado de nuestra amistad (aunque no sé si seguimos siendo amigos). Para serte sincero, ignoro el hecho de que mis amigos me crean un demente, aunque imaginé que sería peor. Realmente sacan teorías como que me lanzaste algún hechizo. De todas formas, y aunque me cueste admitirlo porque no es mi estilo, me gusta pasar el tiempo contigo. De verdad, no era mi intención que recibieras esas burlas y además un castigo. Para disculparme, quiero regalarte estos dulces especiales.

Draco.

Tragué saliva con dificultad y guardé la carta en el sobre. Esperé unos minutos para analizarla, pero en mi mente se formaba un enojo inexplicable. ¿Cómo que yo había dejado de hablarle? ¿Y por qué tanto drama de su parte? ¿Qué pretendía? Traté de dispersar mis pensamientos, así que abrí la caja, y ahí reposaban varios dulces blancos que, a simple vista, se veían blandos y apetitosos. Estuve a punto de estirar la mano, pero sentí la mirada inconfundible de Draco, que de seguro estaba espiándome desde hace varios minutos. Levanté la mirada, y ahí estaba él, sentado en su mesa como si nada, tan campante conversando junto a un estudiante de Durmstrang. Al percatarse de que ahora yo lo observaba, desvió su atención, y sus ojos se conectaron con los míos. Eso fue mucho peor porque ahora el sentimiento de enojo se mezcló con los nervios de las mariposas en el estómago. Quería gritarle y, al mismo tiempo, quería sonreírle, pero yo era más fuerte, así que fingí un ceño fruncido, cerré la caja y la aparté como si le restara importancia. La mirada de Draco fue de tristeza y decepción. Se lo merecía.

Perdida en tu MiradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora