CAP 22

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Al siguiente día, me levanté a las cuatro de la mañana. Me alisté en completo silencio y salí de mi casa lo más abrigada que pude. El frío era intenso a estas horas y no quería morir congelada. Bajé silenciosamente las gradas de la entrada y corrí hasta la siguiente cuadra. La gente que tenía que ir a trabajar salía de sus casas con ojos apesadumbrados por el sueño, a excepción de algunos que estaban con la energía al tope. Me escondí tras la esquina con la esperanza de no ser encontrada por mis padres. Me decidí a no ir a esa horrible casa de envidiosos, así que me escaparía solo en la mañana. Mamá tendría que desistir, sabía que me daría un castigo y tendría una discusión grande, pero ya lo había afrontado. Estaba lista para cualquier cosa.

Traté de esperar a Thomas pacientemente, pero pronto sería hora de que mis papás estén despiertos. Irían a mi cuarto para levantarme y, si no me veían ahí, empesarian a buscarme. Me froté las manos envueltas en los guantes morados que Draco me había regalado. Más que frío, tenía nervios. Me giré con la esperanza de que Thomas al fin llegara, pero eran solo señores desconocidos los que cruzaban la calle. ¿Por qué tardaba tanto? No creía que se pudiera retractar. Si no se apresuraba, tendría que irme sola.

Mi alivio fue grande cuando Thomas atravesó la calle a toda prisa con el cabello alborotado y una sudadera gruesa negra. Estaba agitado, cuando me vio, levantó la mano sin dejar de correr.

—¿Qué te pasó? —pregunté acercándome a él a toda prisa. Thomas se detuvo frente a mí con la respiración entrecortada y haciendo una mueca de dolor.

—Lo siento, Gall, no me mates, pero me quedé dormido.

—¿Qué les dijiste a tus padres? —pregunté. Nos pusimos en marcha hacia el lado opuesto de mi casa.

—Que saldría contigo. Al menos si tus padres van a buscarte, irán con ellos y les dirán que estás conmigo. Se quedarán más tranquilos.

—¿No les dijiste a dónde iríamos, verdad?

—Claro que no.

—Bueno, tenemos que darnos prisa para llegar antes a Gringgots. Necesito cambiar algunas monedas.

Después de nuestro viaje apresurado al Callejón Diagon, corrimos a comprar un par de boletos para el autobús de Londres. Era la primera vez que salía con alguien inexperto al mundo muggle. Tampoco es que fueran diferentes a los magos, aparte de la magia. Más que todo, debíamos tener cuidado con nuestra actitud.

—Bueno...podemos ir a desayunar —dije mientras miraba el mapa que había tomado para guiarnos.

Thomas y yo decidimos sentarnos en el piso de arriba del autobús para tener una mejor vista. No se suponía que esto sería un paseo turístico, pero necesitábamos matar el tiempo hasta la tarde.

—Gall, yo no traje nada de dinero —susurró Thomas en mi oído. Bajé el mapa y lo contemplé enfurecida. —No me dijiste que saldriamos a dar un paseo.

—No lo dices en serio —él se encogió de hombros y asintió—. No seas tonto, Thom. Después de que me estás ayudando, no pienso dejar que gastes una sola moneda.

—Pero, Gall...

—Nada. Piensa que es una invitación por tu cumpleaños.

—Para eso falta mucho —rodé los ojos.

—No importa, yo te invito y al regreso de clases, tú me invitas los dulces. ¿Te parece bien ese trato?

—Mmmmh, sí, ok —se estiró en su asiento y se cruzó de brazos, ahora más relajado.

Contemplé el mapa nuevamente tratando de ubicarme. La gente seguía subiendo cuando el bus hizo una parada. Ni siquiera nos prestaban atención, eso era bueno.

Perdida en tu MiradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora