No sé cómo ser yo misma cuando pone su mirada sobre la mía. Es como si soy mantequilla cuando ninguno de los dos está con tragos encima.
Está bien, lo admito al cien por ciento. Me gusta Thomas. Me gusta mucho. Es bastante atractivo y misterioso. Pero, ¿por qué siento que es algo más que sólo atracción física si yo no creo que el romance me afecte?
El recuerdo de aquella sesión de terapia con Goodman, llega a mi mente. En el consultorio podía ver el tren pasar, y lo cálido de la oficina de Goodman me hacía sentir cómoda. El psicólogo aclaró su garganta esperando que le respondiera, pues llevaba como tres minutos en frente de la ventana, luego volvió a preguntarme: «Olivia, ¿por qué dices que no crees que el romance es algo bueno?».
Yo volví al asiento respirando hondo y lo miré, tratando de darle una respuesta más o menos entendible: «Porque crecí viendo que el romance existe sólo en facetas efímeras. Mi padre fue un hombre amoroso, dulce y hasta gracioso a veces, pero cuando se embriagaba, era golpes y gritos, un cinturón golpeando mi cuerpo, moretones al siguiente día... luego vi a mi madre casarse y divorciarse a cada cierto tiempo, como si estuviera sin rumbo fijo. Mi hermano gemelo es un mujeriego, prácticamente de noches placenteras así como yo. ¿Cómo podría creer que es algo bueno si nunca he presenciado un romance bonito ni duradero en mi vida?».
De manera curiosa, vuelvo al presente pensando en Thomas. No dejo de pensar en él. Lo peor es que al pensar que me gusta, automáticamente pienso que puedo correr el riesgo de que haya romance. Qué patética soy.
No le he visto en una semana. ¿Dónde se la pasará? Las veces que he estado donde Oliver, no está en casa. No creo que tenga amigos. Tampoco que se la pase con chicas. No sé qué pensar.
La curiosidad es más grande que cualquier cosa. Pero no puedo cruzar el pasillo y esperar que se aparezca para verlo.
¿Por qué tengo esta necesidad tan absurda de verlo? Qué tontedad de mi parte por incluso pensarlo. Así que, mejor pienso en comida.
Abro el refrigerador y noto que mi madre se ha comido todo.
—Es como vivir con una niña de ocho años.
Cuando abro la puerta de mi apartamento después de ponerme mi abrigo y mi gorro para ir al supermercado, encuentro a tal atractivo hombre saliendo del apartamento de mi hermano, haciendo un gesto de fastidio y chasqueando la lengua al verme. Ha puesto los ojos en blanco y hasta ha suspirado, como si verme es lo último que ha querido hacer.
Finalmente lo veo. Entonces sí era fácil cruzar el pasillo y verlo.
Está más guapo como si es eso es posible. Su rebelde pelo peinado hacia atrás dicta claramente que no se lo ha cortado en años, de hecho, si él quisiera podría sujetarse una liga en lo alto de su cabeza, sin embargo, ahora su barba está cuidada, se la ha rebajado mucho, y sus brazos, joder, sus brazos forrados por su suéter luce como si la tela se va a romper.
—Hola —suelto sin evitarlo a pesar de su reacción hostil al verme.
—Hey —dice de vuelta con quedada voz.
Al menos me saluda esta vez.
—Dime dónde queda un supermercado cerca —ordena poniéndose su abrigo.
¿Coincidencia? Maldita sea.
—Qué casualidad, ¿no? Hoy voy a volver a comprar, así que, me puedes acompañar y... —dejo de hablar por su enorme presencia seria e intimidante.
Nuestras miradas no se separan y nuestras respiraciones empiezan a tornarse profundas. Observamos nuestros cuerpos despertando sensaciones cálidas que me están haciendo sudar un poco. La situación es completamente ridícula. Estamos a un metro de distancia y se puede palpar la tensión que hay entre los dos pero estamos hablando de la dirección de un supermercado. Ridículo.
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Desastre De Amor
RomanceThomas Wells es un hombre que toda su vida ha sido atormentado y autosaboteado debido a sus demonios mentales, lo que lo ha llevado a vivir sin metas y sin las personas que ama. Sin motivo alguno para disfrutar la vida, se muda a Chicago para estar...