7. El fin del vampiro

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El portal se abrió varios metros por encima del río Guáitara

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El portal se abrió varios metros por encima del río Guáitara. Salí a toda velocidad, cayendo en picada como un meteorito que destellaba un aura dorada y azul. Sentía una inmensa presencia distorsionando las cuerdas de la realidad, justo en el interior de la iglesia a la que me acercaba cada vez más y más.

Choqué contra el techo de la estructura, el cual no pudo contener la potencia de mi descenso, y caí justo a tiempo para rechazar el ataque dirigido a Mateo. La edificación comenzó a derrumbarse debido al despliegue fugaz de energía. Ese ataque era realmente poderoso, tuve que usar la misma potencia para repelerlo, causando así una gran explosión.

Detrás de mí, había dos personas con vida. Mateo, y una más, incrustada en uno de los muros de la iglesia. Expelí un par de escudos energéticos que los protegieron de los escombros, después fijé la mirada en los causantes del caos.

Una gran nube de polvo se levantaba, pero podía verlos a través de las cuerdas del universo. Eran dos, una forma etérea, otro en un Bio-C, ambos kinianos de Clase S.

Escuché un leve quejido detrás de mí. Giré levemente la cabeza para mirarlo, me daba gusto que estuviese a salvo, no sabría que hubiera hecho de no haber llegado a tiempo.

—No te duermas, pequeño, esto apenas comienza.

Tras esas palabras, volví a fijar mi atención en el frente.

—¿Qué significa esto? Kregor, ¿no estabas ocultando nuestra presión energética?

Las siluetas que alcanzaba a distinguir entre el polvo se hacían cada vez más visibles. ¿Ocultaban su presión energética? Eso explicaba por qué no había sentido nada. De no ser por el poder de la Realidad, la iglesia me hubiese parecido vacía.

Zi... Ziri, ¿qué haces aquí? —balbuceó Mateo.

Su pregunta me causó un ligero sobresalto.

—Sobre eso... Te lo explicaré más tarde. Deberías ayudar a tu colega, está muy mal, pero sigue con vida. Ten, usa esto.

Sin volver a mirarlo, le arrojé una solución kiniana y señalé en dirección a la segunda presencia que había sentido. Escuché a Mateo atraparla en el aire, levantarse y correr. Mantuve el escudo que lo protegía, hasta que se reunió con la otra presencia y conseguí fusionar ambos. Allí estarían a salvo.

El polvo terminaba de disiparse. Ya no quedaba casi nada de la iglesia, el techo había caído por completo, los vitrales se habían roto y los muros estaban a medias. Poco a poco se aclaraba la visión, dejando al descubierto a una enorme forma etérea que imitaba un murciélago y a un hombre de duros rasgos que vestía un atuendo gótico. Ambos eran kinianos de Clase S. No podía sentir su energía, pero el sujeto del atuendo gótico hacía algo extraño con las cuerdas de la realidad a nuestro alrededor. Su presencia las deformaba más de lo normal, y de alguna forma, conseguía ocultar la presión de todos a su alrededor.

Esclava de la Realidad 3: El Trono del PrimeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora