37. Atrapada en Japón

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Una gigantesca presencia energética, como nunca antes había sentido, me abrumó en cuanto cruzaba el mar de Japón

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Una gigantesca presencia energética, como nunca antes había sentido, me abrumó en cuanto cruzaba el mar de Japón. Paré unos kilómetros antes de alcanzar el archipiélago. Era ella, no había lugar a dudas. Sabía que Kendra estaba en Japón, pero, ¿cómo era posible? Sentía su energía provenir de todas partes, y no de un solo punto. Era como si estuviese en todo el territorio japonés al mismo tiempo. Era aterrador, a la vez que impresionante. Si era verdad que la Maestra de la Materia estaba en ese lugar, debía evitar que notara mi verdadero poder, así que tendría que acercarme a una velocidad mucho más prudente.

Me tomó casi treinta minutos llegar desde el mar, moviéndome poco más lenta que el sonido. Aún estaba muy por encima de las nubes, tanto, que podía notar a los valinianos cerca de mí. Esos seres curiosos, tan intrigantes como su futuro. Seguí el GPS de mi E-Nex, conforme la red humana, hasta que alcancé el centro de la ciudad de Tokio.

Comencé mi descenso, soltándome de las cuerdas para entrar en una caída libre que me produjo un bienestar poco común. Con el sonido del viento y su frialdad golpeando mi rostro, me sentí triunfal. Disfruté del momento. Había dado casi la vuelta al mundo en menos de una hora. Era simplemente increíble. Realmente tenía limites difíciles de imaginar. Me sentía poderosa, grande, libre.

Sin embargo, todo ese sentimiento se esfumó cuando atravesé una gruesa capa de humo negro y tuve la ciudad a la vista. Abrí los ojos de par en par, y tuve que cubrir mi boca para no atragantarme con el aire de la muerte. Tokio, parecía una ciudad fantasma.

Caí sobre la parte más alta de un edificio, del cual quedaban sólo cimientos. Las edificaciones derruidas se tambaleaban, el cielo rojizo derramaba las cenizas de la desolación. Sin embargo, lo que más llamaba la atención eran los cuatro colosales ataúdes de piedra que acaparaban la vista, a la distancia. Más altos que cualquier edificio, estructuras amorfas que parecían contener algo en su interior.

Sólo había estado en Tokio una vez, hace unos dos años, durante la eliminación de algunos restaurantes vampíricos. Era una ciudad enorme, así que necesitaba un mapa para orientarme. Lo proyecté en mi E-Nex. «Roppongi Hills», me encontraba sobre Mori Tower. Según la información que tenía, el centro de operaciones al cual había sido asignado Koba, se encontraba un poco más al este, en el distrito Koyosu, cerca del río Arakawa.

Salté al vacío y mantuve un vuelo ligero, casi planeo. Usé la Torre de Tokio para ubicarme, mi destino se encontraba en esa dirección. Al sobrevolarla, y bajar la vista hacia la ciudad, era fácil notar que casi no había gente en las calles. Sea lo que sea que hubiese pasado en Japón, había llegado tarde, porque no había rastro alguno de kinianos, humanos, ni de otros conflictos. Lo que sí había, eran surcos y cráteres tan grandes como estadios, dejados por lo que parecían ser huellas de algún coloso.

En poco tiempo me encontré sobrevolando mi destino, un gran edificio circular, en Koto. La zona de la bahía era la que peor estado denotaba, algunas de las porciones de tierra conectadas con puentes al resto de la ciudad, yacían totalmente hundidas, o aplastadas. Parecía un paisaje sacado de alguna película de ciencia ficción.

Esclava de la Realidad 3: El Trono del PrimeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora