12. Otra aventura juntos

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Tres días pasaron desde aquella reunión en la sala del trono. Todavía me sentía extraña por formar parte de un organismo bajo el servicio de mi padre. Desde aquel entonces, mi tiempo había cambiado. Como ya no era una Espectro, no tenía que presentarme en la jornada laboral en Torre de Cristal. Y aunque extrañaba mi viejo puesto, el nuevo me ofrecía un sinfín de posibilidades. Por ejemplo, había pasado las últimas noches escribiendo reportes para Kirk, sobre el comportamiento de Apestosito, así como estudiando los documentos que recibí en mi E-Nex, algunos sobre cultura humana y kiniana de otros países, otros sobre confianza, valor y trabajo en equipo. Tenía la cabeza llena de información, pero no me sentía cansada, me gustaba. Aprender sobre toda la diversidad existente, los problemas que la aquejaban y el papel que alguien con poder tiene en las decisiones sobre la vida de los demás, me apasionaban.

La gente del mar, cielo, tierra, el inframundo, las colonias aisladas de la edad media. En el mundo kiniano existían todo tipo de seres y criaturas, así como otras civilizaciones que se apartaban del contacto humano. Conocer a las sirenas, o a la gente con alas, era algo que siempre había querido hacer, pero había reglas que complicaban todo. Me apasionaba saber más sobre esos asuntos, y esperaba algún día tener la oportunidad de entrar en contacto directo con sus habitantes. Tal vez no ahora, pero quizás en algunos años solicitaría permiso para hacerlo.

Una buena parte de la mañana la dedicábamos a reuniones cortas con los miembros de la UEE. Se suponía eran para compartir información sobre los documentos, conocernos mejor y comenzar a comprender nuestras posiciones dentro del equipo, sin embargo, las sesiones eran más silenciosas de lo esperado. Ninguno de nosotros hablaba demasiado, a excepción de Kurio, quien no paraba de preguntar al general Kan cuándo podría comenzar a disparar. Al menos ahora sabía unas cuantas cosas más sobre ellos, de entre las cuales, la que más me había impresionado, era el hecho de saber por qué mi padre había elegido a Kurwich. El kiniano alemán que lucía mayor, tenía una rara enfermedad que le impedía cambiar de biocontenedor sin perder sus recuerdos, debía tener más de mil años, pero él sólo recordaba aquellos resguardados en la memoria física de su cuerpo actual. No parecía importarle, pero en muchas otras partes era tratado como un humano debido a su corta esperanza de vida. Por lo que respecta a Koba y Kady, me parecían agradables. Cada uno tenía su propio encanto, la mujer marroquí era alegre, y el joven italiano muy reservado. No había mala química entre nosotros, seguro la situación mejoraría más pronto que tarde.

Ahora tenía mucho tiempo libre, y disfrutaba de las tardes en compañía de Selene y Apestosito. El pequeño salvaje se estaba adaptando bien a la vida en casa, sin embargo, la putrefacción del cadáver de erizo producía aromas cada vez más insoportables. Presionaba a Kirk todos los días para que no se olvidase del biocontenedor prometido, pero él sólo decía que pronto lo tendría listo. Sely y yo podíamos esperar, los baños en formol ayudaban a contener el olor del pequeñín, pero quién sabe cuánto tiempo podría soportar ese cuerpo la forma etérea de nuestro amigo. No queríamos que le pasase nada malo, o que escapara y causara problemas en la ciudad. Lo único que nos quedaba, era esperar.

Esclava de la Realidad 3: El Trono del PrimeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora