17. Los humanos no se subestiman

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—¡¿Katziri?! ¡Katziri! —grité al comunicador, en cuanto escuché los disparos y el desastre que ocurría al otro lado

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—¡¿Katziri?! ¡Katziri! —grité al comunicador, en cuanto escuché los disparos y el desastre que ocurría al otro lado.

«¡Maldita sea, Kat, ¡¿por qué tienes que ser tan problemática?!», pensé, arrojando el micrófono lejos.

«¡Monstruos! ¡¿Qué habéis hecho?!», escuchaba la voz de Galahad Kane.

«Kane, estás borracho», respondía la mujer, Rebeca.

«¿No te diste cuenta? ¿Para qué te entrené tanto tiempo?», hablaba el otro, Hernán. «Esa no era tu Sona, esta chica es uno como los tuyos, esos monstruos de aura dorada».

—Monstruos de aura dorada —habló Sullivan, quien estaba a mi lado—. Creo que encontramos algo muy interesante, chico. Esos dos humanos tienen mi atención.

—Y la mía —respondí—. Necesitamos sacar a Katziri de ahí.

Sullivan gruñó.

—Bah, tú ocúpate de la chica, si quieres, yo me encargo de atrapar a Galahad. Es lo que nos importa, ¿no?

—Hay mucho por hacer gracias a que Katziri bajó la guardia, Sullivan, pero no podemos abandonarla. Lo que me impresiona, es que un simple humano haya podido derribarla. ¿Con qué clase de organización estamos tratando?

Sullivan se puso de pie, ajustando su pechera y enfundando su espada. Una chaqueta de cuero larga servía para ocultar su armamento.

—Sean quienes sean, están a punto de desaparecer.

Asentí sin miramientos e hice lo mismo que él. Juntos, salimos de la van que ocupábamos y nos movimos de prisa por una de las angostas calles que rodeaban la Plaza Mayor, en dirección al círculo de Bellas Artes. Ahí, Katziri había entrado en un lujoso hotel en compañía de Galahad y sus matones.

Ya bien entrada la madrugada, las callejuelas de Madrid lucían muy solitarias. Teníamos a la vista la entrada al hotel, un edificio de unos diez pisos, con fachada de piedra y balcones muy llamativos. Nos detuvimos a unos cuantos pasos de distancia, a manera precautoria, porque, justo al frente, cinco kinianos bloqueaban el acceso.

—Son ellos, ¿no es así? —hablé, entre dientes.

—No lo sé, chico, dímelo tú. ¿Les ves los colmillos?

Reí.

—Tienen que serlo, los vampiros que ayudan a Galahad Kane.

Alertas, atentos ante cualquier señal de ataque, avanzamos directo hacia el hotel. No había otra forma, no podíamos perder tiempo. Galahad podía escapar en cualquier momento.

—¿Se les perdió algo, caballeros? —preguntó uno de los kinianos al vernos llegar.

Sullivan ladeó la cabeza de forma tétrica, silenciosa. Su mirada profunda reflejaba la muerte en ella, y nada, ni nadie, podría impedir lo que estaba por ocurrir. Quién hubiera pensado que Sullivan, el hombre que estuvo al servicio de Velasco por tanto tiempo, realmente era un mercenario reprimido que buscaba vengar a su familia muerta de hace años. Disfrutaba matando vampiros, disfrutaba matando... en general. Hacía tiempo que podía dar rienda suelta a sus deseos, gracias a que yo me encargaba de ocultar sus desastres. A pesar de lo sanguinario que era, no podía dejar de verlo como un viejo maestro. Además, ambos teníamos el mismo objetivo.

Esclava de la Realidad 3: El Trono del PrimeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora