46. El jardín de los vampiros

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Nuestros pasos hacían eco en los pasillos del palacio

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Nuestros pasos hacían eco en los pasillos del palacio.

—Tuvimos suerte de que fuera un festín privado —dijo Mateo, terminando de limpiar los últimos rastros de sangre de la cara—, nadie entrará ahí al menos en una hora. Por desgracia, significa que ese es el tiempo que tenemos antes de que noten que hay intrusos en Palacio.

—No sólo eso, sino que ahora tenemos que sustituir esta ropa —se quejó Killian.

—Si por mi fuera, subiría en este preciso instante a esa estúpida torre y asesinaría a Kalro de una vez por todas —espeté, aún furiosa por lo ocurrido. Había dejado inconsciente a la presa, con la esperanza de volver por ella, y por el resto de las víctimas de las granjas, antes de largarme de ese lugar.

—Necesitas controlarte, Katziri, ya sabemos que eres fuerte, pero incluso Keitor no ha podido atrapar a Kalro por sí solo. Es una mujer peligrosa, no se puede tomar a la ligera.

—A callar, vosotros dos —espetó Kan—, dejadla en paz, par de cobardes, que vosotros no habéis hecho nada allá atrás. Ella ha sido la única con el valor necesario para preservar sus principios, y deberíais aplaudirle.

Mateo y Killian desviaron la mirada, avergonzados. A pesar de eso, yo no supe cómo sentirme. Esas palabras me hacían sentir mejor, pero también era verdad que había puesto en riesgo la misión.

—No te arrepientas de tus actos —dijo Kan, en voz baja, sólo para que yo lo escuchara—. Si no lo hacías tú, lo habría hecho yo antes.

Me guiñó un ojo. Respondí con un asentimiento y una sonrisa. Cada vez me agradaba más ese sujeto, algún día sería tan segura como él.

Tras esas palabras se formó un silencio incómodo que me atreví a romper al soltar una afirmación para Mateo.

—Los vampiros de este lugar —hablé—, son diferentes. Al final no hacen lo mismo que en aquellos sucios comedores.

Mateo asintió.

—Me lo dijo Velasco, pero no lo entendí hasta ahora. La gente de afuera actúa por su cuenta, como un culto. Él mismo formaba parte de ese culto, hasta que fue convocado como uno de los Ojos del Supremo, en donde lo prepararon para, algún día, formar parte de su corte. Antes de eso, no sabía nada sobre este mundo. La gente que cazamos, Kat, la de los comedores, ni siquiera tiene constancia de lo que de verdad se hace aquí.

—¿Y qué es lo que se hace aquí? —masculló Kan, molesto.

—No estoy seguro, pero el Cocinero, que se jactaba de haber conocido este lugar, solía decirme que nadie sabía de verdadera arte, y no tenían creatividad. Se quejaba todo el tiempo, porque lo habían echado debido a las cosas que él hacía. Hasta dónde yo sé, en este lugar crían personas, desde que nacen, hasta que son devorados. No son torturados, sino son... tratados con respeto, al menos con el respeto con el que tú tratarías a una vaca.

Esclava de la Realidad 3: El Trono del PrimeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora