5. El nido vampírico

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—Puedo ver que eres un vampiro joven, ¿no deberías estar en la celebración?

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—Puedo ver que eres un vampiro joven, ¿no deberías estar en la celebración?

Parpadeé, atolondrado. La visión me había descolocado un poco, sin embargo, no había razón para asustarse de esa manera, al menos no todavía. ¿Qué estaba haciendo una presencia como esa en un lugar como este? ¿Sería él, uno de los verdaderos Ojos del Supremo? Esa, esa sería la información valiosa que debía obtener.

—Lo... Lo siento. —Fingí ignorancia, levantando mi copa—. Estaba por beber la sangre de El Supremo, cuando encontré este lugar por accidente.

El anciano no podía moverse. Parecía agonizante, en su lecho de muerte. Sin lugar a dudas era un kiniano, el aura dorada lo delataba, pero no representaba peligro alguno en ese estado.

—Ah, la sangre, sí. Normalmente la beben apenas recibirla, ¿por qué tú no?

Bajé la mirada a la copa que sostenía y la moví de forma circular. Volví a mirar al anciano y comencé a acercarme a él, con cuidado, paso a paso. Mi acción no pareció molestarle, así que aproveché la confianza para preguntar.

—¿Es esta realmente la sangre de El Supremo? ¿Usted lo conoce en persona?

La pregunta era simple, y no llevaba ningún truco oculto. Lo único que quería saber en ese momento, era si el vampiro que tenía delante era uno de los Ojos del Supremo.

En cuanto llegué a un costado de la cama del moribundo, él soltó un intento de risa que fue cortado por una molesta tos.

—¿Acaso lo dudas? Si así te parece, ¿por qué mi respuesta despejaría tu desconfianza?

Sonreí. El hombre era listo, estaba jugando conmigo, sabía perfectamente que no era uno de los invitados a su fiesta. Mantener la fachada de buen vampiro no tenía caso.

—Podría saberlo al instante si la bebiera, pero, preferiría darle el beneficio de la duda.

El anciano volvió a reír.

—Así que tú eres de verdad, ¿no es así? Tienes razón, la sangre que sostienes en tus manos no es la de El Supremo, sino mía. ¿Has venido a terminar con mi farsa?

Ahí me tomó por sorpresa. No esperaba esa respuesta. Tardé al menos cinco segundos en entender lo que ocurría. Él me estaba confundiendo con uno de los Ojos del Supremo, uno que había venido a ejecutar a un falso profeta.

Lancé al suelo la copa que contenía su sangre, rompiéndola.

—Comprendo —dije—. ¿Qué esperabas obtener fingiendo? ¿Vida, humanos, poder?

El hombre inhaló profundo, contuvo la respiración y luego exhaló despacio.

—Morir —concluyó—. Lo único que quería era morir.

Una vez más el anciano me sacó de contexto. No comprendía su deseo, pero ahora sabía que estaba frente a nuestro objetivo, un simple farsante. ¿Para esto se habían movido equipos de todo el mundo?

Esclava de la Realidad 3: El Trono del PrimeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora