Saqué a Mateo y a Kan de Torre Espacio, sin que nadie nos viera, valiéndome sólo del sigilo. Tuve que ser especialmente cuidadosa para evitar que mi padre detectara cualquier tipo de tensión en las cuerdas de la realidad. Ahora nos encontrábamos con Killian, en algún lugar cercano al aeropuerto de Madrid, usando el alcantarillado común. Buen lugar para ocultarse, lejos de la vista de seres energéticos.
—¿Qué pasará con Verdugo y Pelusa? —cuestionó Mateo, mientras se secaba el cabello con una toalla vieja. La entrada a las alcantarillas no había sido precisamente agradable.
—¿Quién?
—Los otros dos que nos acompañaban, eran viejos amigos de la GIV.
—No lo sé —respondí—, si todo sale bien, trataré de abogar por ellos con mi padre. Si esto sale mal, bueno, seguro que me encerrarán junto a todos ustedes. Si es que seguimos vivos.
—Tu... ¿Padre?
La voz de Kan se escuchó como un eco, proveniente del cristal de contención en el cual se encontraba. Por desgracia, debido a la situación, la única forma de sacarlo de Torre Espacio había sido dentro del cristal en el que lo tenían prisionero.
—Larga historia —dije, sin más. No iba a ponerme a hablar sobre ello en ese momento—. Pero hablando de secretos, vaya sorpresa que guardabas, Killian, jamás hubiera pensado que eras un ladrón consumado.
Killian, el hombre que antes había sido armero, con quien me llevaba bien, aquel que me ayudaba a reubicar salvajes perdidos, estaba tirado en un frío rincón, tapándose con dos cobertores viejos. A su lado, tres botellas vacías de algún tipo de bebida alcohólica que desconocía, yacían totalmente vacías.
—Si supieras, cariño, si supieras —habló el hombre, con la voz desafinada. Estaba ebrio.
—Maldita sea, Killian, ¿no podías permanecer sobrio al menos por hoy? —espetó Kan.
—Qué más da, fuisteis capturados, ¿qué más podía hacer? La paciencia no es mi don.
Dio un gran bostezo, dejando que todo el cabello le cayera en la cara. De no conocerlo, podría confundirlo fácilmente con un vagabundo.
—Me resulta difícil de creer —hablé, para Mateo, mientras Kan y Killian seguían discutiendo como viejos colegas—. Así que la vieja UEE, y Kiva también formaba parte de ella.
—Por lo que me ha contado Kan, a todos los obligaron a hacer una misión que no les gustó nada. Desde entonces se separaron, se consiguieron nuevos empleos y trataron de olvidarse de todo. —Miró a Killian—. Tal parece que ninguno logró olvidarlo.
—Los cristales, Killian, los cristales.
Kan presionaba al ebrio.
—Sí, sí, están ahí, ahí.
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Esclava de la Realidad 3: El Trono del Primero
ParanormalCinco años después de los eventos de Mundo Energético, Katziri se ha convertido en un miembro funcional de la Guardia Kiniana española. Entrenada por el mismísimo Maestro de la Realidad, Dios de la Justicia, deberá enfrentarse a nuevos retos que pod...