34. La casa de Krevs y Vana

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Todavía no podía creer lo que había ocurrido tras mi partida

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Todavía no podía creer lo que había ocurrido tras mi partida. Tanta muerte, tanto caos, todo por no actuar a tiempo. No debí haberme distraído, me aparté de mi verdadero camino, por ella... por Katziri. Si no lo hubiese hecho, tal vez nada de esto habría ocurrido.

Caminaba sobre el polvo de un viejo apartamento abandonado. La mueblería vieja y empolvada había sobrevivido de milagro al caos. Estaba de vuelta, en Madrid, con Kan, en el último sitio que necesitaba visitar antes de tomar su decisión.

—Aquí fue donde los encontramos —declaró, acariciando una parte del sofá—. El muy idiota nos recibió con una sonrisa.

—Vana, ¿es aquí donde debes honrar la memoria de Vana?

El apretó puños y dientes, conteniendo la frustración.

—Ellos, es decir, nosotros. Ella fue una idiota, ambos lo fueron.

Observé los alrededores. A pesar de que la edificación había sufrido daños con el tiempo, las paredes se conservaban bien, descontando el hecho de que toda la tapicería se había desprendido y las polillas habían dejado agujeros en todas partes.

—¿Quieres hablar de ello? —cuestioné.

Siguió caminando, moviéndose por la casa.

—No.

Durante el viaje de regreso aprendí un poco más sobre Kan. Había mucho de Vornar en él, pero también, un gran sentido del valor y la honestidad que, debían ser parte de su verdadero ser. Nunca tuve la oportunidad de conocerlo antes, pero era difícil pensar que fuese mejor de lo que era ahora.

Me senté en un sillón, arrojándome sin cuidado para levantar polvo. La base crujió al recibir mi peso, pero no se rompió. Resistió.

—Creo que te serviría contarlo. No soy un experto, pero algo me dice que no es sólo Vornar la razón por la que estás haciendo esto.

Gruñó. Hizo un recorrido corto por el lugar, me miró, luego al sillón que estaba delante, y también se sentó.

—Vornar habría querido que hiciese esto, pero es verdad que estoy aquí por algo que yo hice. —Juntó ambas manos y apoyó la frente contra estas, dándose un golpecillo—. Mira, diré esto sólo una vez, pero...

Tragué saliva, podía oler una amenaza a leguas. Este sujeto quería matarme.

—Gracias.

—¿Qué? —pregunté, casi por reflejo, ante la repentina aseveración.

El soltó una risa corta.

—Puede que no lo entiendas, pero, ese día, cuando te encontré en la fortaleza. La estaba pasando realmente mal. Esto... —Señaló su cabeza—. Es algo que ha estado atormentándome. Creí que Vornar me había corrompido, que me había convertido en él, pero, gracias a ti, a tus preguntas, es que me di cuenta de quien soy ahora.

Esclava de la Realidad 3: El Trono del PrimeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora