20. La otra cara de un criminal

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—Gran Sabio Keitor —dijo, mientras yo la miraba incrédulo—

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—Gran Sabio Keitor —dijo, mientras yo la miraba incrédulo—. Tenemos un problema muy grave en la ciudad. Solicito refuerzos cerca de la Plaza Mayor... Sí, puedes verlo tú mismo, desde cualquier ventana.

Cuando escuché esas palabras, supe que la misión, para mí, había terminado. Katziri me había dado la espalda, ya no podía contar más con ella. Con el corazón destrozado, la miré sin saber qué decir. Ahora que la guardia y el Gran Sabio estaban enterados de todo, jamás podría interrogar en persona a Galahad Kane. Sin embargo...

Una idea llegó a mi mente.

Dirigí a Katziri una última mirada. Mientras ella hablaba con su padre, me di la vuelta, ignoré a Galahad y salté directo al balcón del primer piso, perteneciente al hotel en el cual se encontraba Sullivan. Me impulsé para alcanzar el siguiente balcón, luego el otro y así hasta alcanzar el quinto piso. Entré por la ventana rota y una repentina ráfaga energética me impulsó hacia delante, rompiendo gran parte de la pared.

Me levanté por puro reflejo y giré aterrado para ver de dónde había provenido tal poder. Era Galahad, algo estaba ocurriendo, algo muy explosivo que amenazaba con derribar el edificio entero.

Puse la vista adelante, los dos guardaespaldas ya no estaban, se habían ido. Maldije la situación para mis adentros, y busqué a Sullivan entre los escombros dejados por el ataque de Katziri.

¡Tampoco estaba!

La situación me tomó un poco por sorpresa, pero preferí pensar positivo. Si Sullivan no estaba, significaba que debía estar con los prisioneros. No habría sido tan tonto como para irse sin el botín.

Otra explosión, y enseguida, un horrible sonido se unió al teatro de afuera. Llantos, lamentos, gritos desesperados. ¡¿Qué diablos era eso?! Parecía que una película de terror se estaba rodando allá afuera.

Todo el edificio se tambaleó. Trepidaba. Salí de la habitación por el pasillo, dispuesto a encontrarme con Sullivan y los guardaespaldas, sin embargo, lo que encontré, me recordó la razón principal de que la misión se hubiese ido al garete: zombis.

Sí, zombis, o lo que sea que fuesen esos malditos cuerpos reanimados por los valinianos. Estaban infestando el pasillo, muchos de ellos cadáveres partidos en trozos gracias a la espada de Sullivan, arrastrándose por el suelo o lamentándose en algún rincón apartado. Eran los cuerpos que habíamos dejado al ingresar al hotel, los cuerpos humanos. Por alguna razón, los valinianos no eran capaces de poseer los biocontenedores.

Me moví de prisa, evitando pisar a los muertos vivos, y descendí a través de saltos por las escaleras. Cuando llegué a la planta baja, al fin encontré a quienes buscaba.

—¡Atrás, monstruos!

Los guardaespaldas, Hernán y Rebeca, el hombre llevando al perro golden a cuestas, avanzaban evitando cadáveres, empleando sábanas cubiertas de entrañas para tratar de pasar inadvertidos, de forma poco exitosa. Muy cerca de ellos, Sullivan batallaba contra cuatro de esos cuerpos, que se le habían ido encima y no le permitían moverse.

Esclava de la Realidad 3: El Trono del PrimeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora